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Reportaje:Miguel Fisac | ARQUITECTURA

'El último es el mejor de todos mis inventos'

Indignado, Miguel Fisac contempla cómo las obras del nuevo barrio de Sanchinarro devoran poco a poco el horizonte del que durante cuarenta años ha disfrutado desde su casa en el Cerro del Aire: un ventanal encaramado sobre un otero, en el que los almendros del entorno se confunden con los ficus del jardín interior que forma parte del salón donde conversamos. A sus 87 años, ni el tiempo ni los contratiempos vividos tras su ruptura con el Opus Dei han conseguido doblegar un talante atípico y crítico, que tuvo un reconocimiento unánime y tardío a mediados de los noventa con la concesión de la medalla de oro del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos en 1994, el Premio Antonio Camuñas en 1997 y la celebración de una exposición antológica en las arquerías del Ministerio de Fomento ese mismo año. A estos homenajes institucionales se han sumado más recientemente los gestos de solidaridad y admiración desatados a raíz de la demolición de los laboratorios Jorba: 'Cuando me tiraron la torre se organizó un escándalo que no se imaginaba ni el alcalde ni nadie... fueron a tirarme aquello porque les estorbaba su aspecto, porque la gente llegaba a Madrid y era lo primero que veía, pero dije ¡qué le vamos a hacer!'. El escándalo le catapultó de nuevo a la primera plana de los periódicos, despertando el interés por su obra entre los más jóvenes.

'Lo que están haciendo ahora los arquitectos lo hizo ya el señor que construyó Atocha; no vamos a jugar, que eso es de mil ochocientos y pico...'

Ahora, tras un largo periodo de inactividad, el arquitecto de Daimiel ha regresado a la práctica profesional con un teatro en Castilblanco de los Arroyos, en la provincia de Sevilla, y un polideportivo en Getafe, en la periferia madrileña, dos proyectos que le han permitido retomar temas constantes de su producción como los hormigones de aspecto almohadillado realizados con encofrados flexibles, o el de las vigas pretensadas de gran tamaño que desarrolló por primera vez para el Instituto de Estudios Hidrográficos (1958), y cuyo perfil de ecos orgánicos les valió el sobrenombre de 'huesos'.

El encargo de Castilblanco de los Arroyos le fue encomendado a Fisac por su alcalde, que había vivido una singular experiencia en Pumarejo de Tera, un pueblo de Zamora donde hace años el arquitecto hizo una iglesia con la participación directa en la obra de todos los vecinos. El teatro ha permitido a ambos repetir esa gratificante colaboración, y a Fisac le ha brindado la oportunidad de utilizar de nuevo los encofrados flexibles con los que ya experimentara en el hotel Tres Islas de Fuerteventura (1972), la vivienda unifamiliar en la urbanización de La Moraleja (1973) y el complejo parroquial de Nuestra Señora de Altamira (1983), ambas en Madrid. 'Yo pensaba, y sigo pensando después de cuarenta años, que el hormigón es el mejor material de construcción; llegué a dominar bastante bien la técnica de los encofrados de madera que dejan sus vetas marcadas en la superficie, pero después pensé que el hormigón debía mostrar su razón de ser, tener una expresividad propia... Intenté así hacer evidente su condición fluida inicial con un encofrado que no fuera rígido, de manera que el material se vierte en un molde con una lámina de plástico atirantada con hierros y cuerdas para evitar deformaciones excesivas'. El resultado es un panel de aspecto acolchado que instaló por primera vez en el madrileño centro de rehabilitación del MUPAG (1969). El teatro de Castilblanco exhibe ahora una fachada realizada enteramente por este método que confiere al material pétreo de la envolvente una cualidad casi textil, como de carpa circense.

Por su parte, el polideportivo de

Getafe le ha permitido volver a utilizar las vigas pretensadas de grandes luces con las que ya trabajara en obras como el Instituto Núñez de Arce en Valladolid (1961), el Centro de Documentación del CSIC en Madrid (1961) o las bodegas Garvey en Jerez (1967). Junto con cuatro arquitectos recién titulados -que tras el derribo de los laboratorios Jorba animaron a Fisac a que abandonara unas vacaciones en Almagro para participar de nuevo en concursos-, el arquitecto manchego inicia ahora la construcción de este pabellón de 40 × 50 metros tentando una vez más los límites de la técnica disponible. Fervoroso defensor de los métodos de pretensado y postesado con los que se familiarizó en sus obras institucionales, habla ahora con entusiasmo de la fábrica de Alcalá de Henares que suministrará las seis vigas que formarán la cubierta. De 51 metros, cada pieza tiene el ancho de un carril de circulación y la longitud máxima que permitían los radios de giro de las autopistas que unen el taller con la obra; un trayecto que con seguridad será digno de contemplar cuando las piezas viajen a su destino final. Ni siquiera las dificultades de transporte de estas estructuras pretensadas consiguen mitigar sus críticas hacia las vigas de acero utilizadas por los arquitectos de la high tech: 'Es que a lo que llaman alta tecnología yo añado una cosa: alta tecnología del siglo XIX, porque lo que están haciendo ahora lo hizo ya el señor que construyó Atocha; no vamos a jugar, que eso es de mil ochocientos y pico...'.

Investigador nato, la mirada se le enciende de ilusión cuando habla de su propuesta más reciente: 'Yo he hecho muchos inventos, pero el último es el mejor': un sistema de prefabricación cuya patente ha conseguido hace apenas tres meses y que consiste en 'empezar por donde se termina y terminar por donde se empieza, y lo último sería echar el hormigón en un panel ligero realizado en taller que contiene todos los acabados y las instalaciones'; un procedimiento que ahorra los costes de transporte y los problemas de montaje tradicionalmente asociados a las piezas prefabricadas. 'Se trata de cambiar el sentido del proceso de trabajo... algo parecido a la patente del señor Singer', apunta, 'que inventó la máquina de coser al abrir el ojo de la aguja en el extremo de la punta'. No sabe a ciencia cierta cuál desearía que fuera su próximo encargo, pero tiene claro que en modo alguno le gustaría construir un museo: 'Es el producto típico de la sociedad en decadencia en la que vivimos; una institución en definitiva para mirar atrás, que se ha querido hacer interesante al constatar que lo que había que ver más valía no mirarlo, convirtiéndolo en algo estrafalario iluminado con gracia...'. El Guggenheim de Bilbao le parece en ese sentido un signo de nuestro tiempo, pero ni aun reconociendo la aceptación popular que suscita tiene intención de visitarlo.

Pese a su veteranía, Miguel Fisac conserva una curiosidad infinita por el mundo que le rodea. Al recordar que el mismo día de la entrevista las majas de Goya habían sido trasladadas a Washington para una exposición, el gesto se le tuerce definitivamente a la hora de posar para el periódico, y ni siquiera las amables palabras del fotógrafo consiguen relajar sus facciones que hasta ese punto han apoyado la conversación con energía y entusiasmo. Pero quizá sea este interés combativo por lo que sucede a su alrededor el secreto de su contagiosa vitalidad, la misma que le lleva a divertirse proyectando como si fuera la primera vez y a resolver los problemas de cada obra 'como en una película de Hitchcock, sin saber hasta el final cuál va a ser el desenlace'.

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