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Reportaje:ARQUITECTURA

Intersecciones en Canarias

El nuevo museo de Herzog & De Meuron en Tenerife hace un juego de geometrías complejas

El TEA, Tenerife Espacio de las Artes, inaugurado recientemente en Santa Cruz de Tenerife es el segundo edificio museístico concluido este año en España por la firma Herzog & De Meuron, aquí con la colaboración de Virgilio Gutiérrez Herreros, meses después de la apertura del CaixaForum de Madrid, con el que presenta importantes diferencias que constituyen, por otra parte y en nuestra opinión, un giro en una práctica arquitectónica hasta ahora muy apoyada en la poética de los materiales y sus cualidades expresivas, o como en el caso del estadio de El Nido de Pájaros de Beijing, en la musculatura tecnológica, aspectos que, en este caso, estando sin duda presentes, ceden con claridad el protagonismo al despliegue del espacio.

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Parto prematuro

Rafael Moneo, en su ensayo Otra modernidad, reflexionando sobre los rasgos generales de la arquitectura contemporánea frente a la tradición arquitectónica moderna, señalaba el diferente papel que el espacio desempeña en una praxis contrariamente a la otra: dice Moneo, en resumen, que mientras que un rasgo fundamental del proyecto moderno es la función del espacio como "sustancia y justificación" de su arquitectura, en la estela de la idea de la "pura visualidad" de Wölfflin, en oposición a ello, siempre según esta hipótesis, en el caso de la arquitectura contemporánea el espacio deja de ser origen conceptual del proyecto para ser simplemente un resultado del mismo, un precipitado, presente pero no generador de la concepción de esa arquitectura.

En el caso del TEA, podríamos concluir que representa, al menos en parte, un giro hacia un planteamiento más inclinado a esa caracterización de lo moderno, dada la imposibilidad de entender completamente la concepción de este edificio desde otra instancia que no sea el espacio, por mucho que estén presentes otros elementos habituales en la arquitectura de sus autores. La presencia objetual rotunda y de gran expresividad del CaixaForum de Madrid, con una imagen exterior icónica que construye su discurso visual instantáneamente, se metamorfosea en el caso del TEA en el despliegue de unos volúmenes más silenciosos pese a su contundencia, que se fracturan y separan ante el espectador, sin generar una impregnación visual definitiva para la formación de su imagen total (aunque sí fragmentariamente), siendo preciso el desentrañamiento de su espacio interno para poder apreciar el verdadero sentido y valor de la obra.

El edificio situado junto al barranco de Santos en la capital tinerfeña es un conjunto de geometría compleja que se articula como un todo del que se desgajan total o parcialmente piezas triangulares, que mediante transformaciones geométricas dan lugar a la aparición de una serie de intersecciones y espacios intersticiales, entre ellos, la gran plaza triangular que, construyendo un pasaje urbano enlazando la diagonal, permite recorrer el edificio uniendo a su través, en una verdadera promenade architecturale, dos partes de la ciudad. Una auténtica intersección entre la arquitectura y el espacio urbano y, en definitiva, la ciudad como lugar y como paisaje. Desde ese recorrido diagonal también se percibe mediante aperturas laterales todo el espacio interior del edificio, fundamentalmente la biblioteca, estableciéndose una particular vibración en la relación visual interior-exterior que es uno de los aspectos más destacables de obra, intersección visual que es posible reconstruir desde otra percepción abordando el recorrido en sentido inverso, desde la rampa hasta el acceso a la plaza por su vértice.

El recorrido diagonal y la plaza son sede también del acceso a las principales dependencias del edificio: la biblioteca y el centro de arte además de otras funciones. Dentro de la biblioteca cobra su sentido más claro el tratamiento de huecos de la estructura muraria, fundamentalmente la del lado del barranco, múltiplemente perforada siguiendo un patrón obtenido mediante el pixelado de imágenes marinas, que vista desde el exterior aparece como un denso tatuaje del muro formado por un juego de pequeños espejos que reflejan fragmentos del paisaje urbano, pero que desde el interior su presencia oscura y ciclópea se ve traspasada por una constelación de fragmentos luminosos de diferentes formas, en una interesante contraposición a la luz uniforme que se le opone al otro lado, penetrando por el patio excavado junto al muro de contención que soporta el mural de Juan Gopar, también cercano a una interpretación borrosa del mundo acuático. El juego de transparencias y reflejos, la interposición del cristal, la contraposición de opacidades y perforaciones, de lo compacto y lo evanescente, a través de una sección de importante envergadura, hace de la biblioteca, sobre la que la plaza transita como un gran puente cerrado con cristal, un espacio de indiscutible belleza y significativa riqueza, constituyendo en nuestra opinión, junto con los desplazamientos que generan los intersticios de dimensión urbana, los verdaderos elementos ordenadores de la obra.

Si bien, en el sector destinado a museo, los espacios expositivos están resueltos de forma más neutra y convencional, como contenedores que, no obstante, permiten la organización de paisajes interiores temporales en cada caso, los recorridos interiores y otros espacios intermedios reúnen situaciones formales de interés en función de la variabilidad de la sección, los espacios de doble altura, los sucesivos plegamientos de planos y sus intersecciones, generando espacios de cierta complejidad geométrica, que, seguramente por pura aunque interesante casualidad, resuenan con algunos espacios geometrizados pintados por Óscar Domínguez en sus cuadros de la Etapa de las redes. Otra posible intersección.

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