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INFINITO PARTICULAR
Columna
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Llega el hombre de la 'bossa nova

Hace medio siglo que un tipo llegado a Río de Janeiro, desde una remota población del interior de Bahía, se dispuso a dejar huella. João Gilberto, encontrando una nueva forma de sincopar la samba, dibujó con su voz y su guitarra esa música elegante que conocemos con el nombre de bossa nova. Antonio Carlos Jobim escribió que, en poquísimo tiempo, había influido a toda una generación. Tanto Jobim, arreglista de Odeón, como Aloysio de Oliveira, director de la discográfica, tuvieron mucho que ver con que el bueno de João pudiera grabar su primer elepé en 1958.

Cuenta Ruy Castro en Bossa nova. La historia y las historias, por fin editado en español gracias a Turner, que en su juventud, si le hubieran colocado boca abajo, no habría caído de sus bolsillos ni una moneda. Y Ferreira Gomes, que lo acogió en su apartamento unos días que acabarían por convertirse en meses, afirma que João tuvo que huir del hotel en el que se hospedaba: saltó por la ventana de la habitación con su maleta.

Faltaban unos años para que el disco que iba a grabar en marzo de 1963 en Nueva York con Stan Getz ganara varios grammies y vendiera dos millones de ejemplares llevando por todo el mundo La Chica de Ipanema. En el Carnegie Hall le vio una tarde de domingo Elvira Lindo -tuvo que recurrir a la reventa porque se le habían adelantado otros tres mil quinientos fieles-. Está en su columna del pasado 29 de junio: "Yo soy de su parroquia (

...) su voz y su guitarra tuvieron un efecto curativo, simplificaron mis gustos musicales y los sofisticaron a un tiempo. Es una enseñanza de la madurez: lo sublime siempre es sencillo".

Una clave la da Walter Garcia en Bim bom. A contradição sem conflitos de João Gilberto (Paz e Terra, 1999): siempre hace lo mismo, pero nunca igual. En palabras del crítico Sérgio Augusto, hace cincuenta años que canta la misma canción y hace cincuenta años que no deja de sorprendernos. Sobre João Gilberto Prado Pereira de Oliveira, aspecto sosegado, traje gris y corbata de oficinista discreto, circulan historias estrafalarias. Quienes han tenido la oportunidad de hablar con él -vive recluido en un apartotel, pero le encanta mantener conversaciones telefónicas hasta altas horas de la madrugada- aseguran que es un gran seductor.

São (San) João Gilberto le han llamado. Con esa veneración que los devotos de la bossa sienten por el genio de Juazeiro. Parece exagerado que una canción le pueda cambiar la vida a alguien. Y, sin embargo, tras escuchar en la radio Chega de saudade, grabada por él en 1958, unos cuantos jovencitos brasileños corrieron a por una guitarra con la que empezar a escribir y cantar canciones. ¿Sus nombres? Chico Buarque, Gilberto Gil, Milton Nascimento, Edu Lobo, Caetano Veloso...

Se prodiga poco. Y es más fácil que actúe en Tokio -la última vez los aplausos duraron media hora- que en Río de Janeiro -rompió hace meses un silencio de lustros con un concierto, dicen que memorable, en el teatro Municipal-. Este septuagenario que da la impresión de haber buscado de forma obsesiva la perfección estará el 29 de mayo en Madrid (Palacio de Congresos) y el 1 de junio en Barcelona (Gran Teatre del Liceu). Silencio, que canta (y toca) João. -

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