_
_
_
_
_
CHAMPÁN Y ROCK EUROPEO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Malditismo y Waits

Hay una actividad que otorga a los humanos más superioridad en el error que a los animales. Es la generalización. Los animales -decía George Eliot- no generalizan y en eso, al menos, nos aventajan. Generalizar: lamentable error. Error de la audacia y de la apuesta. Jugársela, al fin y al cabo. Si aciertas generalizando, aciertas muchísimo; pero si te equivocas, te equivocas del todo y la pifia es prodigiosa. Por tanto, hay que ser prudente. Todo ello nos habla de una vida humana ajena a cualquier precisión, cuya única regla está constituida prácticamente en su totalidad por excepciones. George Eliot lo sabía bien. ¿Cómo no iba a saberlo si con ese nombre era una señora?

El malditismo, francamente, a mí siempre me ha parecido una generalización más. Comúnmente, se tienen sobre él las mismas opiniones apriorísticas en todas partes. A saber: que es propio de artistas abruptos, torturados por el propio ego que hay que comprender para disfrutar de obras visionarias; que a través de él nos entrega el artista una noción por vía vicaria del sufrimiento de la creación a medida del simple contribuyente etcétera. En fin, un montón de clichés que provocan la misma tentación de abrirlos en canal que nos sugieren los paquetes primorosamente envueltos. Como espero que ponga de relieve la vertiginosa crisis discográfica que nos aqueja, el malditismo es sólo probablemente la dificultad que provoca al artista organizar su vida civil, cuando se dedica a trabajar un mercado paupérrimamente minoritario por vocación y convicción artística. Los que miden mal sus fuerzas en esa batalla, se derrumban; sólo los más astutos, fuertes o afortunados sobreviven.

Un caso brillante y esplendoroso es Tom Waits: desde hace treinta años trabaja los temas del lado oscuro y perdedor de la vida humana, pero haciéndolo desde la distancia de un actor. Pese a interpretar como pocos en sus vídeos, canciones y películas el estereotipo del alcohólico, trapisondista y perdedor, en realidad criaba mientras tanto toda una obra personal, aparte de algunos hijos hermosos, mofletudos y bronceados, bajo el sol de California. Si hemos de creer la leyenda urbana (que me parece oí contar una vez a Borja Sitjà, director del Grec de Barcelona), incluso se permite el lujo de viajar como turista por Europa y, cuando ve un viejo teatro que le gusta, le propone a la dirección tocar en él. Por supuesto, su prestigio -ganado como estricto maldito- le abre todas las puertas. Con esa misma astucia ha conseguido imponer una obra que a los europeos a veces hasta nos parece más nuestra que la del propio Paolo Conte -por poner otro ejemplo de cantautor de emocionante piano-. Conte tiene una infinitamente superior sabiduría rítmica y melódica pero Waits es capaz de construir una canción bellísima como Sea of love con disonancias. Para hablarnos del desasosegante fracaso no le parece propio usar armonías sosegadoras. Es consciente de que experimentos como ese, de muy difícil obtención, llegarán a menos público y con menos caja cuesta más organizarse la vida. Pero ¿es por eso un artista maldito? Quia. La única maldición que podríamos atribuirle sería no haber tocado nunca en nuestro país durante tres décadas, pero incluso eso, visto lo visto, está en vías de solución. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_