_
_
_
_
_
Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'My Unfair Lady'

Marcos Ordóñez

En las naves del Matadero vuelven a echar MacbethLadyMacbeth, tras obligada pausa por resbalón fatal de Francesc Orella, su protagonista, ya felizmente recuperado, lo que me ha permitido ver, al fin, una de las funciones más celebradas del año. El título suena un poco a la célebre presentación de 007 ("Bond, James Bond"), pero por lo menos es honesto: a diferencia de las habituales perversiones de los clásicos, que mantienen el nombre y ponen todo lo demás patas arriba, la adaptación de Carles Alfaro y Esteve Miralles deja bien claro que estamos ante una relectura, de la que se ha eliminado "la presencia de la soldadesca", siempre gravosa, "y gran parte épica (sic), dejando sólo a ocho protagonistas". Dicen también los responsables que una de sus intenciones era, y de ahí el título capicúa, dotar al personaje de Lady Macbeth de "un mayor relieve escénico y una mayor conexión con el desarrollo final de la tragedia". Como si Shakespeare le hubiera dado poco papel, vaya. Ya hablaremos luego de ese apartado, porque realmente hay que echarle de comer aparte: durante dos tercios, la adaptación se mantiene más o menos fiel al original, y en el tercero, el "mayor relieve" desemboca en un galimatías de muchísimo cuidado. No es, por desgracia, el único problema de este montaje, tan ambicioso como decepcionante. Alfaro firma también, con Pedro Yagüe y José Novoa, una soberbia escenografía romántica (facción tenebrosa) que hubiera hecho las delicias de Byron y familia. Arranca la función y nos parece estar viendo cuatro películas al precio de una. En un flash-forward un tanto innecesario retumba la voz futura y agónica de Macbeth/Orella, al que sólo le falta un subrayado de helicóptero para evocar al coronel Kurtz. Al fondo, casi en cinemascope, la silueta del rey Duncan (Víctor Valverde) se recorta contra un ciclorama de amenazadoras nubes de tormenta y árboles con más raíces que una muela del juicio: puro Tim Burton. En el centro, un túnel con celajes de niebla y suelo cenagoso parece homenajear a los clásicos de terror de la Universal, pero la Hammer contraataca en primer término: por un canalillo avanza Lady Macbeth, sonámbula, vela en mano, arrastrando la larga cola de su vestido blanco como una gasa empapada en sangre. ¿Mejor imposible, no? Pues no, qué le vamos a hacer. La atmósfera es "bella y atroz", pero sus habitantes no son esos "contagiados por la muerte" de los que habló Jan Kott. La traducción de los dos primeros bloques me pareció alarmantemente plana, sin eco ni relieve. Cito tan sólo dos frases conocidísimas: queda muy feo que cuando Macbeth dice "the deed is done" tras apiolar a Duncan escuchemos "el acto en sí ya está", y Javier Marías puede echar espumarajos si se entera de que han convertido "but I shame to wear a heart so white" en "me avergüenza ver cómo palideces". El recitado suena tremendamente desigual, tal vez por falta de una mirada unificadora o por escaso entrenamiento en los ritmos de Shakespeare. Hay pausas remascadas, énfasis excesivos, naturalismo entrecortado, guadianesca convicción y una molesta tendencia a la tremebundia. Falta tensión colectiva y potencia en el sentimiento. Orella es el mejor del reparto y brilla a gran altura en los soliloquios, pero no alcanza la incandescencia alucinada que requiere su personaje y que tan bien supo mostrar en Ángeles en América o El rey se muere. Adriana Ozores, formidable actriz en cine y en teatro clásico castellano, con una dicción honda y clara, se mueve aquí entre la exasperación instantánea y una rara chulería de comedia costumbrista: dada su talla, cabe suponer que es un problema de dirección, aunque tampoco ayuda que María Araujo le cambie el sobrio vestido blanco del comienzo por unos modelitos con argollas metálicas, más apropiados para comandar una nave galáctica o anunciar Pilé 43, ni que se vea obligada a decir frases como "¿quién podía pensar que ese viejales (por Duncan) tendría tanta sangre?". Carlos Heredia es un Banquo melifluo, Andrés Herrera (desbordante en SuperRawal y Mujeres soñaron caballos) da más el tipo que el verso de MacDuff (y poco verso le dejan), y a Vicenta Ndongo le toca pechar por la vía hierática con el rol de un Sargento multiusos, con más personalidades que John Lithgow en Raising Cain: su personaje refunde, para pasmo del espectador, los roles de un capitán, un mensajero, dos asesinos, un bufonesco portero de noche, un médico y una dama, y quizás me deje alguno. Llegamos al tercio final, y ahí sí que la función requiere manual explicativo. Lo abrupto de las transiciones provoca que la reina, que estaba más o menos cuerda al final de la escena 15 (según la numeración de Miralles), reaparezca sonámbula y loquísima al principio de la 16. Poco más tarde, escucharemos a las brujas hablando por su boca, lo que no es mala idea, y acto seguido encarnará simultáneamente a Lady MacDuff y a su hijo en un alarde de ventriloquia paranormal, lo que supone el lío padre. Miralles ha realizado un recorta y pega de escenas, personajes e invenciones, donde se alternan los ripios de bolero ("mujer, has perturbado mis ojos y mi mente / no me atrevo a entender lo que mi cuerpo siente") y los coloquialismos retorcidos ("los lameculos me adularán con esos blablablás que no me atreveré a dejar de oír") o esta cándida pero desarmante tautología: "Qué burros que son los perjuros y los mentirosos". No creo que les arruine el final contándoles que Lady Macbeth no muere, cosa de darle "mayor presencia escénica". O quizás ha muerto y todo es un sueño contado por un idiota, etcétera. Un sueño que culmina, entre Tarantino y La venganza de don Mendo, con las ya tópicas pistolas, pero también con dagas por si se acaba el cargador, y con un frasquito de veneno por si las dagas no cortan, aunque también hay venas sajadas, y con fiambres que no palman del todo hasta haber soltado sus frases para la posteridad. Menos mal que todo es "hermenéuticamente posible", como afirma Miralles en el dossier de prensa. El público aplaudió a rabiar.

Orella es el mejor del reparto y brilla a gran altura en los soliloquios, pero no alcanza la incandescencia alucinada que requiere su personaje

MacbethLadyMacbeth. Naves del Español. Matadero Madrid. Hasta el 10 de julio.

Adriana Ozores y Francesc Orella, en una escena de <i>MacbethLadyMacbeth.</i>
Adriana Ozores y Francesc Orella, en una escena de MacbethLadyMacbeth.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_