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Reportaje:PURO TEATRO

'Tangled Up in Blue'

Poesía y música para la obra del poeta Vicent Andrés Estellés. Coral Romput llega al escenario dirigida por Joan Ollé y con la guitarra de Toti Soler. Un espectáculo conmovedor

Marcos Ordóñez

Vuelve la voz invicta de Ovidi, y la guitarra superviviente de Toti, "subiendo dedales de agua de un aljibe remotísimo". Ovidi Montllor y Toti Soler grabaron Coral Romput en dos noches de 1979. Una triple obra maestra: por el poema, por la voz, por la música. Veinticinco años después, Joan Ollé lo ha convertido en montaje dramático, por encargo del Teatre del Canal, la futura sede de Temporada Alta. A mi juicio, Coral Romput, de Vicent Andrés Estellés, es el poema más bello, más grande y más hondo de la literatura catalana. Si lo hubiera escrito un americano, hoy estaría en todos los cánones, pero lo escribió un valenciano humilde y oscuro, que trabajaba como redactor de Las Provincias. Parecía extremadamente frágil, pequeño, calvo, con lentes de aro, y caminaba encorvado bajo el peso de una gran pena. Un hombre atravesado por la muerte, inconsolable, pero todavía lleno de amor a la vida. Ese hombre recorre la noche desde la alta soledad de su habitación, mientras escucha pasar los tranvías "llenos de grandes peces y mujeres ahogadas". La ciudad es Valencia, la Valencia ocupada de 1953. "Una amable, una triste, una pequeña patria, entre dos claridades, de comercios antiguos, de parejas lentísimas, de niños en la plaza...".

Es el poema más bello, más grande y más hondo de la literatura catalana. Si lo hubiera escrito un americano, hoy estaría en todos los cánones, pero lo escribió un valenciano
No he oído a nadie recitar el 'In memoriam' de Ferrater como lo hizo Arquillué, y me costará olvidar su magistral interpretación de 'Coral Romput'

Ese hombre, ese hermano de Whitman, de Papasseit y de Onetti, escribe para no morir del todo. Nada tiene que ver con esos poetas que "componen cosas pulcras, quizás renacentistas, perfectamente inútiles, sin las cuales los hombres trabajan, aman, mueren". Esa noche de domingo, la noche más larga de su vida, va a contarlo todo: "No había sentido hasta ahora una necesidad tan amarga de escribir". Joan Ollé ha multiplicado su voz sobre la escena. El decorado de Jon Berrondo intenta reproducir su gabinete: el amarillento papel pintado, el armario como un catafalco, la mecedora y el taburete para apoyar su pierna enferma, la luz mínima que alumbra sus cuartillas. "Ahora que estoy a punto de estar más triste que nunca...". A la izquierda, Toti Soler toca mordiéndose los labios, como si las cuerdas fueran alambre de espino. Pere Arquillué es el primero en tomar el testigo de Ovidi con una extrema y majestuosa claridad de sentimiento. No he oído a nadie recitar el In memoriam de Ferrater como lo hizo Arquillué, y me costará olvidar su magistral interpretación de Coral Romput. Es la voz más doliente del poeta, elegiaca pero atenta a atrapar "la vecindad oculta de la alegría". A su lado, otra gran voz: Eduard Farelo. El Estellés juvenil, sensual, enamorado, cuando "afirmativamente íbamos por las calles, y la vida era una calle con camiones y novios y sábanas tendidas". Joan Anguera es la furia seca y alucinada, el cronista de las pobres gentes, las familias del domingo, las muchachas solitarias, la joven viuda que se vende en el Coli, entre las trompetas lascivas, y el ansia de huida al volante de un camión, como un poeta beat, perdido, de madrugada, entre Arévalo y Rodrigatos de la Obispalía.

En la primera parte hay un exceso de signos. Se pierde un tanto la mirada entre el ensueño del cuerpo desnudo de Isabel Aymerich, y las apariciones de la inalcanzable Dominique (Marta Roure), y los fantasmas del viejo y el niño (Jordi Serrat, Nil Cardoner), y el augusto (Lluís Cartes) que surge del armario para tocar Maruzzella con su acordeón, pero poco a poco avanzan y se afianzan las voces hasta confluir en el réquiem colectivo ("oh vieja, oh triste Europa") que cierra, entre jirones de niebla, la primera parte. En la segunda se va a alzar un silencio enormísimo, el silencio de la verdad y los corazones conmovidos: una comunión, un absoluto hermanamiento. Como un buque fantasma emerge la capital del dolor, el núcleo secreto hasta entonces sólo entrevisto: la muerte, a los seis meses de edad, de la hija del poeta: "Si algún día os dicen que han matado a la Muerte, no preguntéis quién fue: habrá sido un padre o una madre".

La muerte, los padres y los hijos son ahora los únicos, exclusivos protagonistas de la historia. La gran Montserrat Carulla, presente pero un tanto episódica en el primer acto, tiene aquí un impresionante duetto d'amore con Pere Arquillué, que retorna a los cañaverales de la infancia de Estellés, en Beniferri, y evoca aquellos grillos de medianoche que su padre se negaba a matar, el corazón lleno de grillos que se le han vuelto palabras, corriendo todavía por un mundo verdísimo, y la mano de la Carulla en su hombro es una mano de madre, y su voz la de una madre sabia, serena, reconciliada con la vida. Eduard Farelo es un hijo absoluto, un nieto absoluto, narrando la muerte del abuelo, al comienzo de la guerra, bajo el feroz sol de julio, y buscando desesperadamente a la madre, enredado en "una brutal nostalgia de tu vientre: crecer en tu vientre y en tu sueño". En un adagio onírico comparece, puro lujo, Ariel García Valdés para quintaesenciar, mitad Cotrone mitad Bassani, la nostalgia de Italia: un dulce espectro de punta en blanco y sombrero Panamá, un mago de las palabras, dejándolas caer una a una como guijarros ("Siena, Arezzo, Pisa, Cremona, Forli...") hasta trazar un puente invisible y desaparecer de nuevo, río arriba, sueño arriba, para dejarnos levitando. El aria del bajo, casi con partitura de Delibes, la sirve Joan Anguera: el largo día de caza, entre el poniente terrible y los hornos de cal, y una dorada gota de orín persistiendo en un junco, y el fracaso del padre y la escopeta vencida, y el silencio del hijo bajo los alcaravanes. Acaba la noche con el coro de los oficiantes liderados de nuevo por la voz presentísima de Ovidi en torno a ese ascensor que sube, lentísimo, funeral, y se abre en la oscuridad, "atento, de algún modo, o simplemente a punto".

Coral Romput, presentado en el Municipal de Girona, aterriza en el Lliure la semana próxima, del 31 de enero al 3 de febrero. No lo dejen escapar. Un poema con el mismo peligro que Raphael Sorin encontraba en la Prose du Transsibérien de Cendrars: "Cuidado, mucho cuidado, es demasiado triste, demasiado magnífico, da demasiadas ganas de emborracharse a muerte y mear contra los muros, y abrazar o insultar al primero que pase". -

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