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Reportaje:CINE | Perfil

El arte a destajo de Pablo Llorca

Javier Ocaña

Nunca escarmiento y vuelvo a hacerlo. El cine es como un mono". Pablo Llorca (Madrid, 1963) lleva 20 años haciendo películas, y la utilización del gerundio del verbo hacer no resulta ni mucho menos gratuita. Las hace en el sentido más artesanal del término, pero también en el más manufacturero, incluso en el más proletario. Las escribe, las prepara durante años, concienzudamente, hasta el más mínimo detalle, las financia, las filma, las distribuye en salas en la mayoría de los casos e incluso las vende en formato DVD desde su propia web (www.lacicatriz.net). Todo ello a través de una empresa que parece formada por una sola persona. Él mismo.

Desde su debut con Venecias, en 1989, Llorca ha realizado seis largometrajes y cuatro cortos que han participado en numerosos festivales, con los que se ha rodeado de una aureola de cineasta a contracorriente, pero que sólo han llegado a alcanzar una audiencia minoritaria en sus estrenos comerciales. En estos días acaba de estrenar Uno de los dos no puede estar equivocado, una fábula romántica ambientada en la actualidad, con el Diablo como personaje central, protagonizada por Luis Miguel Cintra, Mónica López y Alberto Jiménez. La nueva apuesta de un trabajador del arte. "De repente hay gente que me dice: '¡Pero después de 20 años cómo puedes seguir haciendo cine en estas condiciones!", afirma Llorca en su casa-oficina del centro de Madrid. "Supongo que, a pesar de que cada vez termino más agotado, hacer cine se ha convertido en una necesidad".

"Desde luego que preferiría que mis historias las viera un millón de personas y no 10.000, pero no puedo obsesionarme con ello", afirma Llorca
Para Watling, es "muy personal y críptico, con películas que tienen mucho de acertijo", pero con los años "ha ido dejando entrar a la emoción en su cine"

Ahora que a raíz del triunfo de La soledad en los Premios Goya se habla cada vez más de conceptos como independencia y radicalidad, Llorca representa en España algo así como el director que mejor se mueve dentro de unas coordenadas cercanas a la marginalidad. Amparado por las tecnologías digitales, que le permiten rodar con presupuestos de alrededor de 300.000 euros (mucho menores de los habituales en el cine español, en torno a algo más de dos millones de euros de media), y por la experiencia de llevar trabajando de este modo durante muchos años, Llorca acude a las salas de forma tan esporádica como segura. A Jardines colgantes (1993), Todas hieren (1998), La espalda de Dios (2001) y La cicatriz (2005), se le une ahora Uno de los dos no puede estar equivocado. Ninguna de ellas ha conseguido, según datos del Ministerio de Cultura, más de 5.000 espectadores. Pero han obtenido el favor de una parte de la crítica y han circulado por numerosos festivales internacionales. Una situación con la que Llorca procura crear cierta distancia, y que lleva a la paradoja de que a pesar de jugarse su propio dinero afirme no estar demasiado pendiente de las recaudaciones: "Siempre he sido mi propio productor. Sólo dos de mis películas han recibido apoyo económico de las televisiones, y tan sólo una ha obtenido subvención del ministerio. Por tanto, para sobrevivir psicológicamente, procuro evitar ciertas cosas, como estar pendiente de la taquilla y de las críticas. Desde luego que preferiría que mis historias las viera un millón de personas y no 10.000, pero no puedo obsesionarme con ello".

Con un tiempo medio de preparación para cada película de alrededor de dos años, cada vez ha ido trabajando con un equipo de gente más reducido, lo que ha ocasionado que él mismo haya tenido que acoger cada vez más tareas, como la de formar el reparto, localizar, ir acumulando atrezo y realizar los trámites burocráticos: "Supongo que es un poco como organizar la guerra. El objetivo es que el primer día de rodaje esté todo tan preparado que las improvisaciones sean las menores posibles". A Llorca, historiador del arte y experto en arte contemporáneo (ha sido comisario de numerosas exposiciones y ejerce la crítica en diversas publicaciones), se le puede definir como doblemente profesional. Porque, ¿esto del cine le da para vivir? "La preparación de las películas me ocupa ocho horas diarias. Y las labores ajenas al cine, otras ocho horas. El problema es que trabajo 16 horas diarias".

Leonor Watling, que debutó a sus órdenes en Jardines colgantes, con apenas 16 años, afirma que si hay un verdadero outsider en el cine español, ése es Llorca. "Empecé a hacer cine de la forma más alternativa posible", dice la actriz, a la que desde el otro lado del hilo telefónico se le nota ilusionada por hablar del director: "Trabajar con alguien que para rodar no tiene miedo alguno, ni siquiera a hipotecarse económicamente, marca mucho profesionalmente". Autor de una obra inclasificable en la que se mezclan el cine de género (Todas hieren, La cicatriz) con un sui géneris cine social trufado de intriga criminal (La espalda de Dios), el perverso cuento de horror (Jardines colgantes) con la romántica parábola política (Uno de los dos...), Llorca ha ido evolucionando en su obra tanto en la teoría como en la práctica. "Yo venía de una idea del cine, vinculada al arte, en la que se daba prioridad a la abstracción y a la no representación; por tanto, en la que lo no narrativo adquiría un valor superior". Sin embargo, poco a poco ha ido viendo que "no se es más válido porque se elimine el aspecto narrativo del cine". Idea en la que incide Watling, actriz en tres de sus obras, que califica a Llorca como alguien "muy personal y críptico, con películas que tienen mucho de acertijo", pero que con los años "ha ido dejando entrar a la emoción en su cine".

Alberto Jiménez, otro de sus habituales, con el que ha trabajado en La espalda de Dios y Uno de los dos..., además de una breve intervención en La cicatriz, admira sus guiones y valora especialmente "la posibilidad de trabajar en unos papeles radicalmente alejados de lo habitual".

Espectador compulsivo de todo tipo de productos ("no tiene por qué gustarme necesariamente lo raro"), admirador de Eric Rohmer ("alguien con rigor profesional, que no ha aumentado sus presupuestos a pesar de ser conocido, ni se ha obsesionado por tener que llegar a mucha gente"), y enemigo de lo que él llama "el producto de autor", una de las "grandes lacras" de la creación contemporánea, esa obsesión de ciertos directores ("como Wong Kar-wai") por dar al público lo que se supone que éste está demandando de él, Llorca destruye clichés en lo referente a sus gustos como espectador. Lo mismo nombra a los austeros Jean-Marie Straub y Danièle Huillet que a los barrocos Fellini y Brian De Palma. Ahora, aparte del estreno de su nueva película, con la que acudió al Festival de Cine de Rotterdam, a Llorca le esperan sendas retrospectivas en Bolonia y Parma. "Mis películas nunca han tenido mucho público, pero siempre han estado ahí. Así que, cuando hay gente que me llama de algún sitio raro, siempre me digo: '¿Dónde se habrá enterado éste de que existo?". Seguro que la noticia, como la inspiración a Picasso, le pilló trabajando. -

El cineasta Pablo Llorca.
El cineasta Pablo Llorca.Bernardo Pérez

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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