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Reportaje:TEATRO

Las balas de 'Hedda Gabler'

Javier Vallejo

Desde que Àlex Rigola lo comanda, la Schaubühne se ha convertido en la invitada predilecta del teatro Lliure. El director catalán admira sinceramente el trabajo de su homólogo Thomas Ostermeier, quien ha devuelto a la compañía berlinesa el espíritu renovador y parte de la pegada que tuvo en los años setenta, bajo el mandato de Peter Stein. Tras el estupendo sabor de boca que dejaron en el público catalán Disco Pigs, Nora (versión de Casa de muñecas) y, en menor medida, Concierto a la carta y El ángel exterminador, Ostermeier trae a Barcelona una Hedda Gabler donde muestra desde un ángulo diferente la crisis actual del modelo burgués de pareja. Si la protagonista de Nora zanjaba su calamitoso matrimonio pegándole un tiro a Helmer, la hija del general Gabler liquida el suyo volándose la cabeza con una de las pistolas de papá, ante la absoluta indiferencia de su cónyuge.

Ostermeier y el dramaturgo Marius von Mayenburg sitúan Hedda Gabler en el salón de una casa berlinesa de alto standing, con paredes correderas de vidrio transparente, suelo de mármol negro tipo panteón familiar y un inmenso sofá esquinero de diseño, símbolo del poder adquisitivo de sus nuevos y jóvenes propietarios. Hedda y Jorge Tesman, profesor universitario de historia de la cultura, acaban de regresar de un largo viaje de bodas, para ella anticipo del aburrimiento eterno: su marido se ha pasado las horas muertas trabajando en su ordenador. A Hedda le sobra tiempo libre, y lo mata, nunca mejor dicho, practicando el tiro al blanco con los jarrones de gladiolos que adornan el salón. La mujer florero dispara a sus semejantes. Pero también apunta a Jorge, cuando acude alarmado por las detonaciones: su esposa es un peligro.

Entre lo mejor de Nora y de Disco Pigs estaban sus protagonistas femeninas, Bibiana Beglau, un remolino adolescente girando en dirección contraria a las agujas del reloj, y Anne Tismer, Lara Croft de carne y hueso. Katharina Schüttler no les va a la zaga. Su Hedda rubia, delgadita, lúcida y fría, pero incapaz de escapar de su encierro dorado, es una Némesis descalza que destroza a martillazos el portátil donde Lovborg guarda su obra maestra. Ostermeier tiene donde escoger cuando hace un reparto. La Schaubühne cuenta con veintitantos intérpretes fijos. "Son el corazón de la compañía, y los protagonistas de la mayoría de nuestras producciones", explica el director de escena. "Si no tuviéramos este núcleo fijo nos hubiera resultado imposible crear espíritu de equipo, acuñar un lenguaje propio y emprender una búsqueda teatral diferente, en profundidad. La parte negativa de trabajar con un elenco estable es que las características de los actores pueden llegar a condicionar la selección del repertorio".

La Schaubühne es, efectivamente, un teatro de repertorio, como el resto de los ciento cincuenta y pico teatros públicos alemanes, todos también con compañía estable: tiene 33 títulos en cartera, 17 de los cuales están en cartel este mes en alguna de sus cuatro salas. A lo largo de mayo, el público berlinés puede escoger entre ver Muerte de un viajante y María Estuardo, dirigidas por el belga Luk Perceval, Espectros (por Sebastián Nübling), Tres hermanas (Falk Richter), Hedda Gabler, Nora, La gata sobre el tejado de cinc (Ostermeier) y un puñado de obras de autores jóvenes entre los que figuran Von Mayenburg, Marc Ravenhill, David Harrower, Sarah Kane, Debbie Tucker Green, Christoph Nussbaumeder... Todos los títulos rotan: ninguno está en cartel más de tres días seguidos, pero vuelve a la programación cada semana o cada quince días. "Entre personal técnico, administrativo y artistas, somos 250 personas en plantilla", observa Ostermeier.

Ningún país occidental tiene un teatro tan descentralizado como el alemán, ni tan bien dotado económicamente por las administraciones públicas. Aunque la capital escénica sea Berlín, en cada Estado y en cada ciudad importante hay teatros obligados moralmente a producir a gran altura, porque su trabajo proyecta la imagen de ese Estado a nivel federal y contribuye a crear comunidad. El origen de este sistema se remonta al siglo XVIII, cuando el país estaba atomizado en decenas de principados, todos con su teatro de corte. La continuidad de las compañías crea en cada una un estilo interpretativo neto, las escenografías de sus espectáculos son de una plasticidad extrema. "Cada país tiene su fórmula, y la nuestra funciona", dice el director de la Schaubühne. "El teatro es uno de los pocos terrenos culturales donde Alemania es realmente buena hoy".

Ostermeier (Soltau, 1968),

hijo de militar, encontró su vocación en Landshut, población bávara adonde su familia emigró cuando él tenía diez años: en la escuela se burlaban de su pronunciación hochdeutsch, y el teatro le sirvió de válvula de escape. Estudió dirección escénica en la Ernst Busch Schule del antiguo sector Este berlinés, donde Guenadi Bogdanov le instruyó en los principios de la biomecánica. Sus actores tienen preparación de atletas: el cuerpo le merece más confianza que las emociones. Con 30 años, el director del Deutsches Theater le cedió una minisalita, la Baracke, donde pudo experimentar a placer. Este año, cumplirá ocho al frente de la Schaubühne, donde ha impuesto un estilo artístico frontal y directo.

Hedda Gabler. Barcelona. Teatro Lliure. 12 y 13 de mayo.

Una escena del montaje de 'Hedda Gabler', de Thomas Ostermeier.
Una escena del montaje de 'Hedda Gabler', de Thomas Ostermeier.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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