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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El besugo infinito

La débil salud mental de una madre requiere que su familia repita la cena de Nochebuena hasta la extenuación. Siempre fiesta, en la sala Cuarta Pared, de Madrid, es una comedia fresca, llena de veracidad y sorpresas

Marcos Ordóñez

Siempre fiesta lleva ya tres meses en Cuarta Pared. Con su aire feliz de teatro universitario y popular, con sus decorados paupérrimos pero efectivos, con su entusiasta compañía, y con un público fiel, quizás el más fiel de las salas alternativas españolas. Sus autores son Luis García-Araus, Susana Sánchez y Javier García Yagüe, que también firma la dirección; los mismos que convirtieron Rebeldías posibles en un exitazo (dos años en cartel). No me extrañaría que repitieran la jugada.

Siempre fiesta comienza como La boda de los pequeños burgueses de Brecht. Una familia "de orden" se reúne para celebrar la Nochebuena. José (José Melchor) es el marido, director gerente de una empresa de puertas. María (María Antón) es su catoliquísima esposa. Eva (Arantza Arraiza) es la hermana mayor, la oveja negra, muy progre y muy pelmaza. Mateo (José Sánchez) es el hermano, heredero desposeído por simplote, casado con Daniela (Asu Rivero), recién llegada a España y a la casa. Los personajes son más estereotipados que los de Rebeldías; el diálogo es una trenza irónica de lugares comunes. Hay un narrador externo, un actor en paro (Javier Pérez-Acebrón), vivaz, gracioso, un tanto amanerado, que, extrañamente, parece conocer muy bien a la familia. Cuando la cosa amenaza con quedarse en una sátira costumbrista de los rituales navideños se produce un suculento e inesperado quiebro. Acabada la fiesta, María cae en una depresión profunda. Fracasan todas las terapias imaginables. Como en El perjurio de la nieve, el gran cuento fantástico de Bioy, el marido decide detener el tiempo repitiendo el día anterior a la caída. Persuade a la horrorizada tropa: todo sea por sacar a María del abismo. Si no quieren hacerlo por amor fraterno, lo harán por dinero: él correrá con todos los gastos, incluido el tradicional reparto de beneficios de la fábrica.

Cuando la cosa amenaza con quedarse en una sátira costumbrista se produce un inesperado quiebro

Volvemos a encontrar al grupo a mitad de enero. Han memorizado minuciosamente las frases, los gestos, la coreografía de la velada. María vive radiante en su eterno día feliz: los preparativos, la cena, los regalos. Luego llega el sueño, que borra los recuerdos. A la mañana siguiente, todo vuelve a empezar. Pero todavía hay leves desajustes, fuentes de sospecha. Una frase dicha a destiempo, un regalo que cree recordar: la realidad entra por esas rendijas y amenaza con devolverla a su vida anterior. Siguiente cuadro: la familia lleva siete meses repitiendo la Nochebuena. Agosto, calor salvaje, abrigos y bufandas, histeria creciente, ya no pueden más. María se ha convertido en una niña tiránica. O, peor, un despótico director de escena: quiere que todo sea exacto, que la función sea perfecta. La chimenea ha de estar encendida, las réplicas han de insertarse en el momento preciso. La vocación directorial de María y las previsibles deserciones propician el nuevo giro. José opta por dejar la representación en manos de profesionales: un grupo de actores muertos de hambre sustituirá a los exhaustos comensales. A primera vista, un negocio redondo para los cómicos: podrán hacer una función cada noche, y cobrar, y cenar besugo al horno. Peligro obvio para los autores: caer de hoz y coz en el territorio recorrido por León de Aranoa en Familia. Bueno, siempre hay un precedente: cuando él estrenó su película también alguien debió decirle que Eduardo de Filippo ya había trazado el mapa en El arte de la comedia, y a don Eduardo alguien le recordaría que... Dejémoslo. Lo interesante son las variaciones sobre el mismo tema. Para solventar la inverosimilitud de la propuesta, los autores se sacan de la manga una sugestiva artimaña simbólica y, puestos a buscar referentes, pirandellianísima: María no les reconoce por su físico sino por el rol que cumplen. El actor/narrador se convierte en el marido; la actriz que interpretaba a Daniela se convierte en Eva, etcétera. Establecida esa convención brota una segunda variante lógica: los actores quieren complacer plenamente a su público. Quieren que María se cure. Y deciden crear los personajes perfectos, la familia que María siempre quiso tener. El problema, para ellos, es que entonces regresa el "verdadero" Mateo. Y el problema, para los autores y para nosotros, es que la obra ya ha entrado en su tercio final y no queda tiempo para desarrollar esa formidable premisa, que daría para una función entera. De hecho, Siempre fiesta contiene material para varias funciones distintas: agradecemos el convite y la inventiva, aunque el espectáculo acaba dejando un pequeño regusto de insatisfacción, como esas comidas con veinte platitos que nos ofrecen los cocineros con exceso de talento. Hay una amputación posible: el narrador (pese al buen trabajo de Pérez-Acebrón) es tan redundante como el de Vicky Cristina Barcelona; posiblemente sin esa muleta la función ganaría tiempo, espacio dramático e inmediatez. No crean, por lo leído hasta aquí, que les he contado la obra. Les he contado, para analizarla y celebrarla, para centrar sus aciertos y sus posibles desajustes, lo que llamaríamos la "estrategia argumental" y sus posibles ecos. Ah, es un viejo callejón sin salida de nuestro gremio. ¿Por dónde le metemos mano al melón? Por miedo a destriparlo, a menudo nos quedamos en el storyline, que dicen los americanos, y zanjar la función con una frase ("una familia decide repetir una y otra vez la Nochebuena") es hacerle flaco favor a los autores. No es mi caso, ya lo ven. En mi defensa alego siempre lo mismo: yo intento devolver narración por narración y de paso les canto el menú para que abran boca, pero lo que les invito a ver, lo que ustedes verán en Cuarta Pared, no es nunca el argumento (que siempre se olvida, o se recuerda confusamente, como un sueño) sino el otro sueño, el que se construye en el escenario cada noche, el irresumible: la verdadera trama escénica, el entretejido de las situaciones y los diálogos, la veracidad y la gracia de los intérpretes; una compañía cada vez mejor conjuntada y dirigida en la que destaca, para mi gusto, José Sánchez como Mateo, un cómico notable que recuerda a un joven Landa.

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