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Reportaje:CINE

El cine alemán renueva su identidad

Miguel Ángel Villena

Cuando aparece un tipo alemán en una película de Estados Unidos, lo más habitual es que no se traduzcan sus palabras, ni en las versiones originales ni en las dobladas. Da igual que el personaje pronuncie una frase insustancial del estilo de "vámonos" o que el sentido de esa intervención resulte decisivo para el desarrollo de la trama. Así pues, los alemanes carecen de voz propia cuando otros cuentan sus historias, tanto las cotidianas como las trascendentales, tanto las privadas como las colectivas. Por esa razón, entre otras, una nueva generación de cineastas alemanes, nacidos entre los años cincuenta y los setenta, se ha cansado de que otros interpreten su pasado reciente. De este modo, se han puesto detrás de las cámaras para contar su punto de vista, con libertad y sin complejos, sobre el nazismo, el comunismo o la emigración. Esa independencia de criterio y ese acercamiento a temas humanos y políticos a un tiempo explica el éxito de películas como, entre otras, El hundimiento (Olivier Hirschbiegel, 2004), Good bye Lenin (Wolfgang Becker, 2003), La vida de los otros (Florón Encale, 2006), Cuatro minutos (Chris Kraus, 2006) o Al otro lado (Fatih Akin, 2007). Aunque de producción austriaca, Los falsificadores (Stefan Ruzowitzky, 2007), último Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, se podría incluir en esta tendencia de renovación. En los próximos meses llegarán a las pantallas españolas Die Welle (La ola), de Dennis Gansel, una parábola política sobre la posibilidad de instaurar una dictadura a partir de un experimento escolar; Kirschblüten (El florecer de los cerezos), un relato de amores y lealtades otoñales de la conocida Doris Dörrie; o Keinohrhasen (Un conejo sin orejas), una comedia ligera de entretenimiento, dirigida por Till Schweiger, que ha batido récords de público en Alemania. Las tres llegarán precedidas del aval de buenas acogidas en festivales y en taquillas en otros países.

"La juventud alemana ha desarrollado un nuevo amor propio por su país", comenta el actor Daniel Brühl

"El cine germano de los últimos tiempos", comenta Stefan Schmitz, director del Festival de Cine Alemán que se celebra esta semana en Madrid, "ha logrado producir espléndidos filmes a partir de la combinación de historias humanas de una gran fuerza con el fondo argumental del agitado y terrible pasado reciente de Alemania. Porque no cabe olvidar que guiones como Good bye Lenin o La vida de los otros repasan lo que fue el dominio del comunismo en la antigua RDA, pero a la vez muestran con enorme lucidez las relaciones madre-hijo, en el primer caso, y las amorosas de pareja, en el segundo. Por decirlo gráficamente, estas películas han sido dirigidas por realizadores como Encale, Hirschbiegel o Becker, que han dejado atrás los viciados relatos de sus padres o abuelos y se han acercado con mirada nueva al nazismo o al comunismo. Junto a ellos, otros como el turco-alemán Akin han descrito magistralmente ese choque de culturas que en Alemania alcanza ya a una tercera generación de emigrantes".

Los nuevos directores, y no sólo ellos sino también los actores y los equipos técnicos, se han sacudido décadas de tópicos, lugares comunes y una mala conciencia paralizante para abordar en clave de comedia, de drama o de thriller unos asuntos hasta ahora casi intocables como la responsabilidad de la sociedad alemana en el nazismo o la pasividad de los ciudadanos del Este con la dictadura comunista. Porque la diversidad de géneros o la mezcla de estilos contribuyen y mucho al triunfo del cine alemán que ha llegado incluso a poner una pica en el mismo Hollywood con el remake de Deliciosa Martha (Sandra Nettelbeck, 2000), que en su versión norteamericana interpretó Catherine Zeta-Jones y se tituló en español Sin reservas. Algo insólito, ocurrido en contadas ocasiones, que la gran industria de Estados Unidos compre la idea de una película europea. En la práctica, unos éxitos alientan a otros y, de esta manera, el director de Die Welle, Dennis Gansel, ha filmado una auténtica superproducción en busca de unos contratos en Hollywood que ha conseguido ya para su próxima película.

El actor Daniel Brühl, hijo de alemán y de española, nacido en Barcelona y formado en Colonia y en Berlín, protagonista de Good bye Lenin, añade un nuevo argumento a las claves de la pujanza del cine alemán. "Creo", señala desde Berlín, "que la juventud ha desarrollado un nuevo amor propio por este país y tiene un interés real en levantar de nuevo la cultura alemana. Sin olvidar lo que ocurrió en nuestra historia reciente, la visión de las nuevas generaciones se ha transformado. Existe un cierto cansancio también por la hegemonía de la cultura de Estados Unidos, por la imposición de su sistema de vida. Alemania ha recuperado un tono propio en sus películas después de años de imitar el cine de Hollywood y el fenómeno también afecta a la música, ya que ahora muchos grupos vuelven a cantar en alemán en lugar de hacerlo en inglés. Por último, creo que los realizadores jóvenes han perdido el miedo a adentrarse en géneros considerados poco alemanes, como la comedia. Todavía recuerdo la sorpresa de los ingleses cuando vieron que una película como Good bye Lenin podía tratar el tema del final del comunismo en la RDA en un registro lleno de ironía y de buen humor".

Desde los ochenta, que alumbraron talentos de la escuela de Múnich como Werner Herzog, Wim Wenders o Rainer Fassbinder, el cine en alemán no conocía una época tan dorada. No sólo ha obtenido dos oscars en los últimos cinco años (En un lugar de África y La vida de los otros), sino que la producción fílmica ha aumentado de las 70 películas estrenadas en 1998 a las 174 del pasado año, de tal modo que la cuota de mercado ha aumentado de un exiguo 12% en 2002 a estabilizarse en torno a un 20%. Algunos estudiosos del cine alemán alertan del posible peligro de la sobreproducción. No obstante, portavoces del sector no se muestran tan alarmados por un presunto exceso de títulos y remarcan la importancia del respaldo de las televisiones para enjuiciar la buena salud del cine alemán. "Hay que considerar", comenta Dirk Schuerhoff, jefe de ventas internacionales de Betafilms, responsable de filmes como La vida de los otros, "que tanto las televisiones de ámbito federal como los canales de los distintos länder subvencionan mucho el cine alemán. Por las polémicas que se suscitan en otros países, está muy claro que sin un decidido apoyo de las instituciones públicas, resulta difícil la supervivencia de las cinematografías europeas".

En cualquier caso, todos los implicados coinciden en señalar que las magníficas escuelas de cine alemanas se hallan en la base de una brillante generación. Stefan Schmitz resalta que estos centros universitarios de Berlín, Múnich y otras ciudades disponen de cuantiosos presupuestos públicos e incluyen un gran contenido práctico. "No paran de rodar y rodar en su carrera", comenta el director del Festival de Cine Alemán de Madrid. El actor Daniel Brühl con mucha socarronería explica que entre las dificultades para aparcar en Berlín "se encuentra la abundancia de rodajes en plena calle, a cualquier hora". Esta notable preparación de directores, actores y técnicos junto al consenso en torno a las inversiones públicas llevan a pensar que el auge del cine alemán no es un fenómeno pasajero y que la espléndida cosecha creativa de esta última década perdurará. "Los directores que triunfan ahora son jóvenes y darán aún muchos frutos", dice Schmitz. Entretanto, Brühl que ha comenzado a rodar una nueva película en Alemania, ofrece un curioso punto de vista. "Como vivo y trabajo entre Alemania y España, me doy cuenta de que la percepción en el exterior siempre es mejor que en casa". Todo apunta, pues, a que la buena racha seguirá y los herederos de una cinematografía que ha dado genios clásicos como Murnau, Lang, Von Stroheim, Lubitsch o Wilder tienen todavía muchas buenas historias que contar.

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