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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El estado de la narración

Marcos Ordóñez

Recuerdan a la Mujer Zurda de Handke, aquella noche en la que se reunió con la gente a la que había conocido durante el día, y de pronto todos rompieron a hablar, uno tras otro, o, mejor dicho, se deslizaron hacia la narración, alcanzaron sin preámbulos el único estado desde el que pueden ser dichas las cosas verdaderamente importantes? Lluïsa Cunillé es, como Pinter o la Duras o el mismo Hadke, uno de los poquísimos escritores que sabe colocar a sus personajes en ese estado. Sin falsa poesía, sin construcción del sentimiento, sin clarines de aviso. Sus personajes habitan ese estado porque ni esperan ni tienen nada que perder. He pasado, como quien dice, un fin de semana en el flamante Teatro Valle-Inclán, en la plaza de Lavapiés. He recibido un mazazo brutal con las Divinas palabras que ha montado Gerardo Vera (hablaremos la semana próxima) y una inyección intravenosa de absenta con Barcelona mapa de sombras, de Lluïsa Cunillé; la misma absenta que quizá servían, veinte o cuarenta años atrás, en el vecino Café Barbieri, cuando, como dice uno de los personajes de su obra, "los cafés eran cualquier cosa menos inofensivos". Barcelona mapa de sombras es una comedia feroz, lírica, valiente, imprevisible, misteriosa y diáfana. Lourdes Barba la dirigió hará un par de temporadas en la sala Beckett y mi mayor temor era que, por azares diversos, por cambio de reparto, la versión castellana que ha puesto en escena Laila Ripoll no estuviera a la altura de aquel formidable espectáculo. Temor desechado: estamos ante otro formidable espectáculo. Sus protagonistas son un viejo matrimonio en una vieja casa del Ensanche barcelonés, donde "las almas son bajas y pequeñas como gateras". El hombre va a morir. Una calurosa noche de verano, él y su esposa hablan con los realquilados, uno tras otro, para pedirles que se vayan: quieren estar solos en ese tramo final. Tres realquilados. Una superviviente de los cafés peligrosos, hastiada y libre, que malvive dando clases de francés, y que una vez escribió un libro "tan descatalogado como las ideas que contenía". Una muchacha suramericana, embarazada, que trabaja mil horas en un bar. Un joven vigilante de seguridad, ex futbolista, abandonado por su pareja. En la cuarta escena aparece el hermano de la esposa, cirujano, homosexual. El viejo no duerme porque teme morir en cuanto cierre los ojos. Era portero en el Liceo, y conoció a la Callas y a su perro perdido, y en el Liceo aprendió a disfrazarse y alguna cosa más. Se tira pedos como quien dispara salvas de ordenanza por su propia muerte. Todos sus amigos han desaparecido, o viven demasiado lejos. El viejo es Walter Vidarte. Ya conocen a Vidarte, con su ternura antigua, inmemorial, su voz de pájaro estrangulado, los ojos de Antonio Vico en Mi tío Jacinto, y la mueca desdentada aunque conserve todos sus dientes: quiero decir que Vidarte, con todos sus tics, que forman parte de su sombra y su grandeza, es uno de esos actores a los que se les ve la calavera completa a cada sonrisa. La profesora de francés conserva (y le regala) la foto de un muchacho que asesinó a su madre y bailó desnudo sobre su cadáver. La ciudad, su antigua ciudad, se le ha vuelto indistinta. Su hijo es arquitecto y ha contribuido a destruirla: una ciudad, Barcelona, tomada por los corredores de footing, y los turistas y los delincuentes, con o sin corbata. La profesora náufraga es María José Alfonso, y no cuesta imaginarla en una mesa del Barbieri, o, mejor, del Gijón perdido, junto a Sandra, y a Terele, y a Carlitos Oroza. María José Alfonso lleva la veteranía como una escarapela: le sobra alguna gesticulación, pero imprime a su personaje una velocidad insomne muy verdadera, muy "de aquella época". La esposa escribe un diario secreto desde su infancia. Barcelona mapa de sombras es una obra surcada por ríos secretos y repentinamente desbordados. La esposa es la magnífica Montserrat Carulla: apenas pisar la escena nos convence de que habitó la mansión (y, sobre todo, el jardín umbrío) de Mirall trencat. Es un puro personaje de la Rodoreda, y con eso creo que está dicho todo. La escena de su encuentro con el joven vigilante (Roberto Enríquez, igualmente extraordinario) que anhela una madre, que susurra el himno del Barça como una elegía del mismo modo que ella le canta La Bohème como una nana, es el ojo central y desvelado de la función: no se puede escribir mejor, no se puede interpretar mejor. Marina Szerezevsky es la extranjera, la sangre nueva y mestiza, la portadora del futuro: otra mujer salvaje, otra actriz salvaje. Nicolás Dueñas, el hermano, el cirujano que quiere ser ruso, es casi otra mujer salvaje. Sueña con incendiar la ciudad, rescatar a su hermana y viajar juntos, muy lejos, en el Transiberiano, como Blaise Cendrars y la petite Jeanne de France.

A propósito de la obra Barcelona mapa de sombras, de Lluïsa Cunillé, en el Teatro Valle-Inclán de Madrid

Cuando llegue el final de la

noche y se despliegue el mapa de sombras en la alcoba del matrimonio, sabremos todo, o casi todo, en passant, de estos personajes: sus combustiones espontáneas, el envés de sus tramas. Tendido en la cama, en la oscuridad, el viejo agonizante volverá a escuchar las frases del general Sánchez el 26 de enero de 1939, cuando los fascistas españoles fueron abrazados por los fascistas catalanes: una escena que Brossa y Bernhart hubieran aplaudido, llorando a carcajadas. No falta ni sobra nada en este texto. Todo es importante y nada es "simbólico". No hay costumbrismo sino verdad; no hay opacidad sino misterio. Lluïsa Cunillé es una autora clara: lo que sucede es que hay demasiado ruido, demasiado tintineo a su alrededor. Pero los espíritus libres y alerta, guiados sabiamente por Laila Ripoll hasta el fondo del pozo modernista que se abre en la sala Francisco Nieva (preciosa escenografía de Juan Sans y Miguel Ángel Coso: otro aplauso para ellos), sabrán percibir todos los acordes de esta sinfonía mínima y grandiosa y atrapar una certeza: que Lluïsa Cunillé es una autora mayor, y Barcelona mapa de sombras, una rotunda obra maestra. El Teatro Valle-Inclán (¡larga vida!) no podía haber empezado mejor.

Un momento de la representación de 'Barcelona mapa de sombras', de Lluïsa Cunillé.
Un momento de la representación de 'Barcelona mapa de sombras', de Lluïsa Cunillé.

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