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Reportaje:MÚSICA

La música que llega del cuadro

Hanne Darboven es un miembro histórico del movimiento minimalista y conceptual, amiga íntima del artista norteamericano Sol Lewitt, compartía con éste la idea de que cualquier palabra o cifra que remitiera a la actividad artística era arte, así como la necesidad de mantener una actitud fría y distanciada con relación a las turbulencias que llegan de la historia y la cultura. Su protagonismo en la escena artística, muy importante en los años setenta, había remitido en años posteriores, pero en la presente edición de la Documenta 11 su obra ha vuelto con fuerza.

Cerca de 4.000 cuadros de pequeño formato, pegados uno al otro como un amplio tapiz, constituyen el impresionante mosaico que cubre tres pisos del semicañón central del Museum Fridericianum, principal centro de la Documenta de Kassel. En estos cuadros, el espectador ve, en lo esencial, series numéricas. Es el trabajo de esta creadora alemana (Múnich, 1941) que ha gozado, quizá, del principal espacio de la actual edición de la muestra más importante del mundo en artes plásticas.

Con ello se rinde homenaje a una creadora que ya estuvo presente en las ediciones de la Documenta 5, 6 y 7, y que se añade a otros artistas alemanes que dieron intensidad al minimalismo, como Eva Hesse o Blinki Palermo.

La muestra de esta artista

constituye una refrescante pausa estética en el forzado clima de arte 'social' que preside esta edición. Pero Hanne Darboven tiene otra interesante característica: su formación musical (empezó como pianista antes de estudiar arte), ha desarrollado esta faceta en alternancia con su trayectoria plástica durante años y en esta Documenta ha protagonizado un concierto con una relectura musical de sus series numéricas, ampliado a seis sesiones a lo largo de tres días, del 16 al 18 de agosto. El concierto contaba con la prestación instrumental del Ensemble Modern de Frankfurt, uno de los mejores grupos del mundo en música contemporánea.

Darboven posee una amplia producción musical en la que se incluyen sinfonías, cuartetos de cuerda y un réquiem que, al contrario de su producción plástica, es escasamente conocida fuera de Alemania. En el hall del Staatstheater de Kassel se presentaba su Sexteto de cuerda, opus 44, que, como en otras obras suyas, se trata de 'una transcripción exacta de secuencias numéricas de Darboven, que han guiado la realización de una partitura musical en notación (musical) convencional a cargo del músico Friedrich Stoppa', como indicaba la nota del concierto.

Darboven reduce a cifras numerosos textos históricos, así como el devenir del propio calendario, contrae las cifras de cada fecha y escribe grandes series de números bajo las que se esconden acontecimientos de todo tipo, como si la historia se redujera a un inmenso código digital.

También ha creado un correlato musical: la nota Mi representa el número uno y las demás siguen un orden correlativo, las cifras de dos dígitos o más se convierten en intervalos y el cero sirve para separar acordes o crear otras pausas. La autora describe este sistema como una 'música matemática' y una 'literatura matemática'. Esta metodología crea una curiosa realidad musical, una transcripción numérica que antes puede haber sido la información de un acontecimiento histórico cualquiera.

El Sexteto de cuerda de Darboven se desarrolla por bloques que recuerdan a unas variaciones. Cuando se han escuchado media docena de estos bloques comienza a percibirse que hay una formación musical detrás, suena demasiado tonal para salir aleatoriamente de números, pero no tonal en abstracto, recuerda a un estilo que no es difícil circunscribir a la primera mitad del siglo XIX.

Y aunque sólo sea por su carácter de música de cuerda enseguida viene a la memoria una música que a fuer de simple ha sobrevivido en obras menores, por ejemplo, los estudios para violín. ¿Quizá Spohr? Se da el caso de que Louis Spohr (1784-1859), el célebre violinista contemporáneo de Beethoven y Mendelssohn, era de Kassel, donde ejerció y se le recuerda en un memorial.

Alguna preparación deben tener esas series numéricas que al traducirse a música evocan periodos tan certeros y cuya mayor parte se encuentra en compás ternario, con su inconfundible aire de baile. Sólo en una cosa los números de Darboven no dan la clave del discurso tonal, el movimiento cadencial.

Para el profano en música, recordemos que el movimiento cadencial es el que regula la frase, con lo que no es descabellado comparar este Opus 44 con un relato de La Cenicienta contado con estrategias narrativas tomadas en préstamo al Molloy de Beckett, por ejemplo. No piensen que esta visión es una caricatura malvada, Molloy es citado en algunos escritos de Darboven y La Cenicienta remite, de nuevo, a Kassel, ciudad natal de los hermanos Grimm. La artista bávara incluye numerosas referencias en el sustrato de sus series numéricas, y no es descartable que el tono de 'primer romanticismo' de esta pieza constituya un cultismo, por más que evoque a Michael Nyman.

Queda, en fin, en este ejem-

plo, un cierto fondo de perplejidad en lo que parece una difícil y compleja relación entre música y las artes plásticas a la hora actual. Los números no deberían ser suficiente razón frente a un resultado de artificiosa simplicidad musical.

Curiosamente, la Documenta una vez más ha dado en el clavo, aunque sea por pasiva: algo no sintoniza en la relación entre dos expresiones artísticas que aunque ya no puedan aspirar a la mítica sinestesia del tipo Schoenberg-Kandinsky deben aún compartir una análoga complejidad.

Sonido y número

LAS RELACIONES entre música y número se pierden en el crepúsculo del tiempo, pero hasta que el siglo XX no se vio precisado a recurrir a modelos formales de renovado cuño, la vieja relación parecía un asunto teórico más. El serialismo introdujo una atención por los cuadrados mágicos, los palíndromos numéricos y, en general, las transformaciones aritméticas. Esto dio pie a un politécnico como Xenakis para dar la vuelta al problema y pensar la estructura de una obra desde modelos complejos como la estadística, las cadenas de Markov o la teoría de conjuntos. El minimalismo, a partir de los años setenta, propuso modelos numéricos simples que permitían desentrañar el decurso de una música desde la percepción inmediata. No todos los minimalistas han seguido esa vía en la que habría que destacar la aportación de Tom Johnson, con quien la música redescubre el placer de contar casi con los dedos. Desde entonces los compositores parecen haber retornado a las dulzuras de la expresividad o a la trama matemática oculta tras la fachada del sonido. Pero no lo olvidemos, el número siempre está ahí cuando se trata de música.

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