_
_
_
_
_
Reportaje:ARQUITECTURA

El ocaso de Constantinopla

La horrenda calamidad, la catástrofe inevitable que aniquilará a Estambul: el advenimiento de los tiempos modernos. He visto este año el ocaso de Constantinopla". Así se manifestaba Le Corbusier en 1911 desde el punto culminante de su iniciático viaje a Oriente. Aunque pueda parecer contradictorio en labios del que iba a ser el abanderado del Movimiento Moderno, bien pudo ser una premonición. Le Corbusier, admirado por el estrecho conglomerado de Estambul donde conviven "la piedra blanca de las mezquitas que se alzan al cielo con las moradas mortales de madera", contempló pavorosamente los incendios que asolaban cada noche la ciudad. Doce años más tarde, en 1923, la república laica del presidente Mustafá Kemal -Ataturk- iba a impregnar la particular idiosincrasia turco-otomana del marchamo de la modernidad occidental. ¿Por qué el joven Jeanneret temería más la invasión moderna que la destrucción de los incendios?

La canónica arquitectura moderna, narcisista y arrolladora, debe mirarse al espejo del "otro" y confesar sus pecados

Si Le Corbusier paseara hoy por Istiklal Caddesi, la calle peatonal del corazón occidental de Estambul, vería una ciudad cosmopolita, moderna y que anhela formar parte de la Unión Europea. Pero observaría igualmente pobreza y abandono unas calles más allá, el skyline de mezquitas con los ensordecedores altavoces llamando a la oración desde los minaretes o mujeres tocadas con velos. El resentimiento y el desengaño de esta impostada modernización -brillantemente descrita por el nuevo premio Nobel de Literatura que fue estudiante de arquitectura Orhan Pamuk- subraya las dificultades y desajustes de este proceso y justifica, en sentido amplio, el interés y la actualidad del tema del congreso. La canónica arquitectura moderna, narcisista y arrolladora, debía mirarse al espejo del "otro" y confesar sus pecados. Agotadas las interpretaciones unilaterales, totalitarias y excluyentes del Movimiento Moderno, su hipotética integridad se derrumba nueva y definitivamente ante su caleidoscópica heterogeneidad interna y su contaminación externa. El congreso -como quedó planteado en la conferencia inaugural a cargo de Sibel Bozdogan- debía averiguar si estos "otros" modernismos constituyen algo diferente al margen de la modernidad o si se trata únicamente de extensiones geográficas y variaciones morfológicas del canon. La clave no parece estar en las formas exteriores, como no lo está en el caso de Turquía en llevar vaqueros o un velo en la cabeza: la cuestión suscitada por el congreso obligaba a preguntarse nuevamente sobre el concepto mismo de modernidad.

Para ello, los congresistas

abrieron las puertas al renovado debate presente en las humanidades y las ciencias sociales, cuya narrativa trasciende y sacude la endogámica y en ocasiones estéril crítica arquitectónica. ¿Acaso no fue la arquitectura simplemente uno más de los múltiples instrumentos del proceso de universalización de la modernidad? Teorías antropológicas y poscoloniales como la "modernidad descentrada" de Arjun Appadurai (1996), que invita a repensar el eurocentrismo homogéneo y colonial de la modernidad, o las "modernidades alternativas" de Dilip Gaonkar (2001) -presente en una de las sesiones del congreso-, que bendice la diferencia y pretende romper bajo una perspectiva político-cultural con la dialéctica hegemónica entre formas dominantes y no-dominantes, pasan también a formar parte de la nueva exégesis de la arquitectura moderna.

Bajo esta óptica, focalizada ahora en las contingencias locales de la periferia, el análisis atomizado de la arquitectura moderna deja sus sombras al descubierto. Hablar de "otra" modernidad no tiene por qué presuponer la existencia de una modernidad auténtica e incontaminada. Frente a la construcción dialéctica y victimista del "otro" -derivativa, imitativa e inauténtica- se proclama la posibilidad de un planteamiento simétrico e incluso opuesto: el paradigma moderno como el "otro" del "otro". La apropiación invasiva del Estilo Internacional por parte de los países no occidentales (el caso del hotel Hilton de Estambul podría ser un paradigma) pudo estigmatizar en muchos casos la validez de formas arquitectónicas paralelas, sensibles a las diferentes identidades nacionales y culturales. Frente al canon europeo-estadounidense existió por tanto una modernidad-otra. Pero ante este "gran bazar" arquitectónico, ¿cuál es el baremo para medir la calidad de su modernidad alternativa? ¿Habría que valorarlas por los anhelos que representan o por las formas que exhiben? ¿Existen modernismos locales o algo así como un estilo regional internacional?

El congreso no supo encontrar respuestas claras a estos interrogantes, enfrascándose en ocasiones en cuestiones estrictamente terminológicas sobre los conceptos de modernidad, modernismo o moderno, sobre sus precisiones y ambigüedades. Paralelamente, se replegó en el habitual relato de aportaciones académicas provenientes de todo el mundo. Muchas de ellas mostraban desde casos particulares cómo la modernidad creció con su propio antídoto, que en los años sesenta emergió críticamente al ensalzar el valor de lo ordinario y de las arquitecturas anónimas, regionales y vernáculas que escondían estrategias y conceptos esencialmente modernos que habían pasado inadvertidos ante la hegemonía estilística de la arquitectura. Por otro lado, esa trasgresión -la condición híbrida de la arquitectura del Movimiento Moderno- estaba ya intuida en muchas de las arquitecturas de los precursores de la modernidad. Pero terminado el impulso original de la vanguardia, la modernidad devino en estilo subrayándose la transitoriedad del proyecto moderno, indigestado además con los antecedentes y consecuencias de la Segunda Guerra Mundial o con el proceso descolonizador.

Otra deriva más de esa otra

modernidad es la omnipresente polarización entre racional e irracional, entre lo mecánico y lo orgánico. Frente a aquella mecanización que se abría paso -tal y como preconizó Giedion- aparecía esa otra arquitectura orgánica no estandarizada, irregular o inacabada. Surgió así una obsesión por las geometrías de orden natural, por los estudios morfológicos y dinámicos. De nuevo, todo ello venía a consagrar la alteridad -particularmente a través del expresionismo- que los exegetas de las primeras vanguardias modernas quisieron acallar. Igualmente, figuras educadas en la más estricta modernidad giraron después hacia posturas reaccionarias y heterodoxas reclamando la pluralidad del proyecto moderno. Son reacciones que se justifican desde la lógica de la necesaria adaptación de la modernidad canónica a las distintas condiciones geográficas y climáticas -ventilación, luminosidad, orientación, etcétera- y que vuelven a estrechar lazos con las arquitecturas regionales y tradicionales.

El congreso se paseó por esas diferentes extensiones geográficas de lo moderno -lo que Edward Said denominaba las "historias entrelazadas" entre Occidente y las "otras" geografías- mediante casos concretos de países como la India, Suráfrica, Japón, Australia, Libia, Israel y por supuesto Turquía. Al final, y ante el hastío de la promiscua arquitectura moderna, la misma pluralidad de esta "otra" modernidad borra las opciones de clarificar la modernidad misma. Quedaría por tanto consagrada la ambivalencia: la modernidad y sus diferencias.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_