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Entrevista:TEATRO | Entrevista

El orinal y la espada

Javier Vallejo

Hasta hoy, lo más parecido a una comedia que había hecho es Medea", bromea Nuria Espert ante el estreno esta noche, en el Teatro Español de Madrid, de Hay que purgar a Totó, farsa de Feydeau que dirige Georges Lavaudant. La actriz catalana interpreta a la esposa de un fabricante de orinales (Jordi Bosch) a punto de cerrar un contrato millonario con el ejército. Con esta obra escatológica, divertida y desencantada, hace su primera incursión en la comedia, guiada por un director célebre por sus relecturas de Shakespeare y de los trágicos griegos y por la plasticidad de sus puestas en escena. Lavaudant dirigió el año pasado a la Espert en Play Strindberg, versión de La danza macabra coprotagonizada por José Luis Gómez y Lluís Homar. Esta vez, el director francés y ella se lanzan a un proyecto más arriesgado, sobre el que gira esta conversación.

"Hay miedo a desmarcarse del naturalismo que imponen las teleseries", dice Nuria Espert

PREGUNTA. ¿Es la primera vez que dirige a un autor de boulevard, o de teatro comercial, como decimos en España?

GEORGES LAVAUDANT. No, hace cinco años monté en el Odéon Le fil à la patte, un vodevil de Feydeau, porque teníamos un actor cómico al que el papel protagonista le iba como anillo al dedo, y antes Un sombrero de paja de Italia, de Labiche. Ambos autores habían sido anatematizados por la izquierda en los años setenta, y desterrados de los teatros públicos. Luego, Alain Françon, Patrice Chéreau y otros grandes directores los reintrodujeron.

P. En España el vodevil continúa estando desprestigiado.

NURIA ESPERT. Porque lo hacemos buscando la risa fácil. En realidad, el único feydeau que se ha montado en Madrid es La pulga en la oreja, hace treinta años. Releído, me parece un autor genial, con una carpintería perfecta, de la que ya no se encuentra, y un crítico implacable de una sociedad cuya grosería y debilidades tienen su equivalente en la nuestra.

P. Pasar a la comedia después de tantos años interpretando dramas es un salto mortal con pirueta.

N. E. Sí, pero de eso se trata. Ése es el desafío. Claro que me gustaría hacer Los siete contra Tebas con Lavaudant, pero lo que me pone alerta, me estimula y me hace feliz ahora es enfrentarme a algo totalmente nuevo.

P. Tendrá que cambiar la clavija cuando salga a escena.

N. E. No, no soy una actriz reflexiva, amiga de teorías ni de motivaciones. Creo que basta con dar órdenes al cuerpo para que haga lo que tenga que hacer, ya sea asesinar a los hijos de Jasón o andar con un orinal de acá para allá.

P. ¿Por qué han escogido una obra en un acto?

G. L. Porque este proyecto se ha montado muy rápido: un vodevil en tres actos hubiera requerido muchos más medios, actores y tiempo.

N. E. Y no en muchas obras de Feydeau hay un papel en el que yo encaje bien. Sería poco creíble que interpretase, a mi edad, a una esposa adúltera, pero sí que puedo pasar por madre de un niño de ocho años.

P. En realidad, esta obra es una farsa.

G. L. Una farsa muy negra y escatológica.

P. Usted ha dirigido el mítico TNP de Villeurbanne, y hasta hace muy poco, el Odéon/Théâtre de l'Europe. Ahora es un director libre.

G. L. Ya me sentía libre en el Odéon. Los teatros públicos ofrecen un margen de libertad muy amplio. Por eso los defiendo. Estuve diez años al frente del Centro Dramático Nacional de Grenoble, otros tantos en Villeurbanne y once en París. Treinta en total: era hora de que diese el relevo a los jóvenes.

P. La mayor parte del teatro francés es de titularidad pública.

G. L. Pero dentro del teatro público reina la diversidad: tenemos centros dramáticos nacionales y regionales, una red estatal e instituciones autónomas, como las que dirigen Brook y Ariane Mnouchkine.

P. Usted es el director francés que más ha trabajado en España. ¿Encuentra muchas diferencias entre nuestros cómicos y los de su país?

G. L. Menos de las que imaginaba, aunque aquí tengo la impresión, sobre todo en Cataluña donde los actores se ven obligados a pasar del teatro a la televisión con frecuencia, de que el trabajo en el plató contamina la manera de estar en escena. Hay miedo a desmarcarse del naturalismo que imponen las teleseries.

P. ¿De qué trata Hay que purgar a Totó?

G. L. Del infierno de la vida en pareja. Totó, niño que no hace caca, es ángel, diablo y detonante de lo que le sucederá a sus padres. En los últimos espectáculos de Feydeau siempre hay algo vulgar que enciende la mecha, quizá porque en esa época andaba desesperado. Es un autor obsesionado con el lenguaje como motor de la acción, un virtuoso del doble sentido, un antecesor de Ionesco. Sus diálogos están tan destilados que a veces resultan intraducibles. Ensayando, te das cuenta de que no se le puede cambiar una palabra de sitio. Su teatro es difícil de hacer, no te permite especular intelectualmente, ni teorizar, ni envolverlo en una estética depurada, es austero, sin escape: sólo texto y nada más.

Hay que purgar a Totó. Madrid. Teatro Español. Desde hoy hasta el 27 de enero de 2008.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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