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CORAZONES DE VERANO
Columna
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'Carpaccio' por liebre

USTEDES, DILECTOS lectores de ambos sexos, habrán oído ese refrán que dice: "El catalán de las piedras saca pan". Una manera como otra de rimar por la patilla, porque siguiendo esta lógica rimadora, que ya quisiera para sí Mecano, el vasco de las piedras sacaría tabasco, es un suponer. Bueno, el caso es que este refrán ya no es vigente. Ahora, con el auge de la nueva cocina, el catalán de las piedras ya no saca pan, Dios nos libre, sino carpaccio de pan. Por eso, mis amigas catalanas de ambos sexos y yo misma nos conmovimos tanto cuando el crítico gastronómico de The NewYork Times nos reveló que, gracias al gran Ferran Adrià, ahora la capital de la vanguardia de Europa es Barcelona y no París. (Ahora, París es solo la capital de Francia, ese estado que se opuso a la guerra).

Lo de la nueva cocina tipo Adrià tiene un problema. Los hombres viriles, guapos y machotes que te sacan a cenar prefieren una tortilla de patatas que una deconstrucción de tortilla de patatas y no entienden por qué, en los restaurantes modernos, te ponen platos cuadrados. Algunos de estos hombres han viajado al País Vasco, a Madrid o a Extremadura, lugares donde -todavía- se comen anticuadas lubinas a la sal en anticuados platos redondos. Por eso, el artículo de Ferran Adrià del martes, en EL PAÍS, nos abrió los ojos. El gran deconstructor daba unas recetas para ser ingeridas durante un partido de fútbol televisado. Era nuestra oportunidad para hacer proselitismo. Mis amigas y yo invitamos a unos hombres machotes a ver el video de un match de pretemporada, advirtiéndoles que la cena la poníamos nosotras. "¿Seguro que no hay que traer tortilla de patatas y calamares a la romana?", preguntaron ellos, tan poco modernos. Pero nosotras nos mantuvimos firmes. En nuestra casa ya no se hacían caducos calamares a la romana. Ahora se hacía tempura de calamar. Viva el carpaccio de jamón en dulce, símbolo de la nueva cocina, que se extiende por el mundo como una reducción de mancha de aceite.

El primer problema con el que nos topamos fue que, en el artículo, Adrià proponía que la comida se preparara en el "intermedio" del partido. Eso significaba que media hora antes del encuentro, cuando el comentarista dice las frases de relleno y el cámara enseña planos del césped, no pudimos deglutir las clásicas patatas fritas de bolsa (esas patatas fritas de bolsa con las que Adrià hace tortilla de patatas creativa). Tampoco pudimos comer durante la primera parte, y eso fue más duro de soportar. Pero los machotes aguantaban, anticipando el festín. A la media parte, nos dirigimos a la cocina, donde -como aconsejaba nuestro gurú- lo teníamos casi todo preparado. Volvimos al salón con la primera exquisitez que, por si no lo leyeron, era zumo de tomate licuado y congelado, al que se le habían insertado unos palitos. "¿Qué es esto?", preguntaron los machotes, asustados. "Son unos divertidos polos de tomate", contestamos nosotras, usando la definición de Adrià. Los machotes pusieron cara de "desde luego", cogieron los polos con la zarpa y los deglutieron con tristeza. "Goool...", susurraron a continuación con los ojos bajos. "Bueno, y ahora viene el plato fuerte", les advertimos nosotras. (Y lo de "plato fuerte" son palabras de Adrià). Total que el plato fuerte eran unos trozos de salmón crudo, con vinagreta caliente "hecha con aceite de sésamo o en su defecto de oliva, limón y salsa de soja". En fin. Cuando los machotes vieron el plato fuerte nos miraron con la misma cara con la que Los Brincos mirarían a Marilyn Manson. "¿No hay tortilla?", preguntó Jordi Atapuerca, el más guapo. "¿No hay cerveza?", preguntó Isidro Antecessor, el segundo más guapo. Pero al ver que aquello era todo, cogieron el video, lo colocaron en su funda, y se marcharon profiriendo excusas. Seguro que todavía siguen en el bar, bebiendo cerveza y comiendo choricitos fritos, anchoas, queso del Casar, migas... En fin, esas vulgaridades que degluten los hombres con poca cultura gastronómico-futbolística. Qué cerrazón mental. Ojalá todos los hinchas fuesen tan sensible como Adrià.

Aunque ahora, lo que nos preocupa es que el insigne cocinero, aprovechando lo del New York Times, ofrezca esta receta a los fans del fútbol en Norteamérica. Sería terrible. Verán: Henry Kissinger, que era de origen alemán, se lo curró una barbaridad para implantar el fútbol europeo en los Estados Unidos, pero fracasó, igual que ha fracasado aquí la implantación del béisbol. Eso no significa que allí no haya grandes aficionados, como el escritor Robert Coover (que también es fanático del béisbol y del baloncesto, por cierto). Pero la percepción popular, con las excepciones que hagan falta, es que es un deporte minoritario, que se juega básicamente en las universidades y que lo practican sobretodo las mujeres. Si, encima, empieza a correr el rumor de que los aficionados al fútbol de vanguardia comemos "divertidos polos de tomate", seremos el hazmerreir de Bush. Piensen que un neoyorkino, para ver el béisbol en la tele, puede comprarle una pizza al italiano del puesto de la esquina. Y piensen que el italiano del puesto de la esquina, a diferencia de lo que ocurre aquí, hace unas pizzas excelentes. (Y pido perdón, que ya sé que está mal visto hablar bien de lo que comen los americanos).

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