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Entrevista:KEMAL DERVIS | Vicepresidente y director de Economía Global de la Brookings Institution

"Aumentar beneficios un 20% en una economía que crece al 3% es una locura"

Kemal Dervis conoce muy bien la receta para rescatar a un país del abismo económico. En 2001 la aplicó a Turquía, su lugar natal, cuando este atravesaba la peor crisis de su historia con caídas del PIB del 7% y desempleo e inflación desbocados. Al mando del Ministerio de Economía diseñó un plan de estabilización y obró el milagro en apenas tres años, dejando al país a las puertas de una Unión Europea que ahora se le resiste. "Me encantaría que se uniera, aunque sin renunciar a los lazos con Asia y Oriente Próximo, igual que España tampoco renunció a los suyos con Latinoamérica", puntualiza con media sonrisa.

Hoy, con 61 años, alejado de la política y su etapa en Naciones Unidas, lidera el área de economía global de la Brookings Institution, uno de los think tanks con más tradición de EE UU. A su paso por España, invitado por Esade, Dervis culpa a los Gobiernos de la crisis que aún viven muchos países. "Falta supervisión", asegura. Y subraya el enorme reto al que se enfrentan los países desarrollados: "Adaptarse psicológicamente a una nueva era de bajo crecimiento".

"Uno de los retos de los sistemas políticos modernos es no caer prisionero de los intereses privados"
"Es responsabilidad de los Gobiernos regular para que la empresa trabaje en pro de la sociedad"
"Es difícil culpar a los directivos, hacen lo que los accionistas les piden, que actúen a corto plazo"
"Al final lo que se crea es una presión para tomar riesgos excesivos que puede acabar en desastre"

Pregunta. El reto parece también de las compañías y sus directivos. ¿Sabrán conformarse con menores beneficios?

Respuesta. Los beneficios de las empresas no pueden ser tres o cuatro veces mayores que el crecimiento económico. De media, el retorno del capital debe reflejar el crecimiento global de la economía. En los últimos 20 años el sector financiero, o el de la construcción en España, Estados Unidos e Irlanda, nos ha hecho creer que es posible aumentar el beneficio un 20% en una economía que crece al 3%. Es una locura. Al final lo que se crea es una presión para tomar riesgos excesivos que puede acabar en desastre.

P. ¿Echa de menos más ética corporativa y conciencia social por parte de las grandes firmas?

R. Los directivos están en una situación en la que los accionistas les piden beneficios a corto plazo: ahora, en tres meses, rápido. Es todo lo que oyen y es difícil culparles. En realidad es responsabilidad de los Gobiernos construir un sistema de regulación que asegure que el sector privado trabaja en el interés de toda la sociedad y no a favor de un pequeño grupo de intereses.

P. Pero alinear los intereses privados con los sociales parece casi imposible...

R. Si todo el sistema funcionase de forma que solo se premiasen los logros a largo plazo, los directivos se darían cuenta de que ayudar a su país a desarrollarse ayudaría también a sus objetivos a largo plazo. Por ejemplo, si aumentan los salarios el beneficio a corto plazo es menor. Pero si ese incremento salarial da lugar a un trabajador más cualificado y motivado, y eso a un nuevo cliente, el beneficio a largo plazo aparece.

P. ¿Qué falla entonces en la relación entre el sector público y el privado?

R. La supervisión. La reciente crisis de Irlanda ha sido un fracaso espectacular de supervisión bancaria, igual que lo fueron las subprime en Estados Unidos. Soy un firme creyente del mercado libre, la iniciativa privada y los emprendedores, pero tiene que venir asociado a Gobiernos capaces de regular. Es uno de los grandes retos de los sistemas políticos modernos: no caer prisioneros de intereses privados.

P. Se tacha de muy preocupante la situación que atraviesan algunos países de Europa, como puede ser España. ¿Se lo parece?

R. Es una situación dura. Aquellos que no han contribuido a crear la crisis, pensionistas, trabajadores, profesores..., están sufriendo. Sin embargo, si Europa logra organizarse de manera más cohesionada, hay tremendas fuentes de beneficios. De hecho, el modelo europeo de Estado del bienestar está funcionando. En Grecia el problema fue el abuso del sistema fiscal. En Irlanda, los bancos. Suecia, Holanda, Alemania..., todos tienen un fuerte Estado del bienestar y no les está yendo mal.

P. ¿Qué medidas deberían tomar las grandes empresas para capear la situación?

R. Es muy importante mirar al mundo como un único mercado y sobre todo a Asia, especialmente a China. Lo segundo es establecer objetivos a largo plazo. Se pueden conseguir beneficios rápidos a corto, pero sin una estrategia viable a largo plazo, siempre habrá problemas.

P. Usted ha estudiado mucho el fenómeno de la desigualdad económica entre países ricos y pobres. ¿Es la brecha ahora más grande que nunca?

R. Sí, la distancia con los más pobres se está incrementado. Pero con los emergentes en realidad se acorta. Su ritmo medio de crecimiento es dos o tres veces más rápido que el resto. Es un cambio histórico. La que ha crecido de forma dramática es la desigualdad interna en la mayoría de países. China se está convirtiendo en una sociedad muy desigual. India también.

P. ¿Qué impide a los países más pobres subirse a la globalización?

R. Muchos de ellos, por ejemplo en África, no cuentan con organizaciones locales para que funcione el comercio internacional. El conflicto, la ausencia de un Estado que mantenga el orden, es el mayor enemigo del desarrollo.

P. ¿Qué grado de responsabilidad tienen las grandes empresas de esta desigualdad?

R. Las multinacionales intentan obtener beneficios, es su trabajo. Es más una responsabilidad de los Gobiernos. Si saben negociar con las empresas, se beneficiarán de ellas. Si no pueden regularlas, controlarlas, perderán. Brasil, por ejemplo, ha reducido mucho su desigualdad bajo el mandato de Lula. ¿Por qué? Ha sabido negociar y convertirse en una potencia global. -

Kemal Dervis, vicepresidente y director de Economía global del Brookings Institute en Barcelona.
Kemal Dervis, vicepresidente y director de Economía global del Brookings Institute en Barcelona.MIQUEL COLL

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