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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Amigos que no duermen

Enrique Vila-Matas

1 - Un insomnio puro y duro empuja a un novelista amigo a escribirme en plena noche y hablarme del mercado editorial, donde cada vez cuentan menos los autores y más los negociantes de todo tipo que orbitan a su alrededor. Me habla de un mercado analfabeto que va acostumbrando a la gente a leer inmundicias, hasta el punto de que pronto ya nadie se acordará de lo que fue la alta literatura. Ocurre con esto como con la calidad de nuestros alimentos. A medida que desciende pavorosamente la exigencia de calidad, la gente cada vez recuerda menos lo que se comía antes, y habrá un día en que, por falta absoluta de memoria, la gente creerá que la bazofia es lo que se ha comido siempre.

A la vista del panorama, ha decidido hacerse fuerte en la idea de que ha trabajado ya bastante a lo largo de su vida. Le ha apasionado siempre la cultura del trabajo, aquella que tanto fomentan los protestantes. Pero cree que todo tiene un límite. Ya es suficiente con lo que ha hecho como escritor. A partir de ahora, tratará de dedicarse sólo a vivir. Espera que alejándose de la biografía de su estilo -le parece que la verdadera vida de un escritor es la historia de su estilo y que eso le ha impedido saber quién es realmente- podrá comenzar a respirar por sí mismo y conocerse. Ya sería hora de que eso sucediera. Ocurra o no, algo ya es seguro: se le verá respirar por fin. Lo más probable es que se ponga a vivir a life reprehensibly perfect, que diría Larkin: una vida reprochablemente perfecta.

2 - Otro amigo que tampoco duerme -amiga en este caso- da vueltas a ese fenómeno que tanta gente ha experimentado y que han comentado, entre otros, Bioy Casares y Andrés Ibáñez. Tenemos insomnio y caminamos en la oscuridad por nuestra propia casa porque es de noche y no queremos despertar a los otros. Se ven débilmente los contornos de los objetos, y con eso nos basta. Pero vamos avanzando por un pasillo hasta que la oscuridad es total. ¿Qué sucedería si siguiéramos andando en esta total negrura y de pronto llegáramos a otro lugar? Para Ibáñez, las películas de David Lynch tratan siempre de ese pasillo que nos conduce a lugares mentales de nuestra propia casa o cerebro que no habíamos antes visitado. Para mi amiga insomne, el maestro de los pasillos oscuros es el novelista Murakami.

Me hacen recordar a un vecino que me dio una versión distinta de esa historia del pasillo oscuro cuando me habló de noches en las que regresaba a casa borracho y al día siguiente recordaba todo, incluida la conversación con el taxista, todo salvo lo ocurrido a partir del momento en el que había cerrado la puerta de su apartamento y, sin darle al interruptor de la luz, había avanzado, de memoria y confiado, por la oscura casa en sombras. Para mi vecino era como si la íntima y serena certeza de sentirse en el hogar le hiciera relajarse por completo. Según me dijo, tanto llegaba a relajarse que dejaban de pasarle cosas hasta el día siguiente.

"Si uno piensa que está en casa, no puede pasarle nada que no sea estar en casa", recuerdo que decía Flann O'Brien, y lo decía tan bien que, aunque le faltaba toda la razón, parecía que la tuviera.

3 - El más insomne de mis amigos me cuenta que su falta de sueño ha potenciado su obsesiva manía de sacar a la luz lo que ha sido relegado a la sombra. Le pregunto por el último escritor que ha rescatado del olvido, y me habla, con una sonrisa en los labios, de Alcanter de Brahm, que nació en 1868 en Mulhouse y fue poeta, chansonnier, crítico y ensayista. Nadie lo lee hoy en día y sin embargo ha pasado a la historia por haberse inventado una palabra y un signo, lo que no es poca cosa, pues ya quisieran muchos haber pasado por la vida habiendo dejando semejante legado. La palabra que inventó es arribista. Cuando decimos de alguien que es un arribista estamos utilizando la palabra que con tanta fortuna creó el señor Alcanter de Brahm cuando para mofarse abiertamente de Maurice Barrès escribió el libro L'arriviste. En cuanto al signo de puntuación que creara, éste se usó muy poco, aunque últimamente está resucitando. Se trata del llamado "signo de ironía". Alcanter de Brahm lo veía cándidamente como indispensable para el matiz de la lectura. Y aunque lo inventó para marcar las frases zumbonas o satíricas que dan tono al idioma literario, su punto de ironía no duró mucho porque es obvio que quien sabe leer no necesita que con un punto le indiquen la entonación que debe dar a las frases.

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4 - Un buen tratamiento contra el insomnio es dormir mucho (W. C. Fields).

5 - Un amigo que duerme mucho dice que duerme menos desde que no hacen más que preguntarle todo el rato qué va a ser de la era Gutenberg -"nena, qué va a ser de ti"- a causa del auge de lo audiovisual y todo eso. Ya le aburre el tema, dice. ¡Pero mucho! Además, en realidad esta ola de lo visual y de lo digital es un fenómeno que recuerda al que tuvo lugar en el siglo XVI cuando la experiencia literaria pasó a ser visual en lugar de auditiva. A principios de aquel siglo, la gente todavía entendía mejor lo que se leía en voz alta que su propia lectura en silencio. Y es que hasta que se inventó la imprenta, la sensibilidad literaria de la gente fue auditiva. Y ya entonces se discutió si la llegada de la lectura visual en silencio no iba a ser una catástrofe.

Si en la actualidad hay tanto moderno y arribista que oculta su falta de talento con la coartada de las nuevas técnicas, en aquel siglo había modernos que leían en silencio para epatar a los que no estaban al día. Y es que, como ahora diría un castizo -si quisiera demostrarnos que tiene ocurrencias y un punto de ironía-, está todo inventado. Claro que es bien sabido que el casticismo y la ocurrencia fueron siempre las dos peores variantes del tópico, de ese gran tópico en el que tantos arribistas, sin punto de ironía alguno, viven hoy instalados.

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