_
_
_
_
_
AL CIERRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Andan en las nubes

El barrio del Raval es un microcosmos fidedigno de las graves dolencias del Ayuntamiento de Ciutat Vella. En días pasados, cerraron el legendario bar Mendizábal porque hace medio año un cliente fumó un porro y tiempo después la Guardia Urbana encontró otro porro apagado en una mesa. ¡Vaya ridiculez! A unos pasos, en la misma calle del Hospital, el bar Mediterráneo, regentado por marroquíes, es la guarida de quienes trafican con el hachís, actividad ampliamente conocida por la policía y vecindario. "Ahí todos son malos. Los estamos observando para actuar cuando tengamos pruebas", me decía hace dos años un mosso, cuya institución, seguramente, aún espera los análisis del Science Institute para corroborar si se trata de hachís o caca de rata.

Entre un bar y otro, en las esquinas de Robadors y Egipcíaques, las mafias de nigerianos, que siguen intactas como es de esperar en una mafiocracia, ganan terreno a las marroquíes, vendiendo a toda hora del día heroína y cocaína. Su presencia ha sido denunciada hasta el cansancio por vecinos y comerciantes, quienes se exponen a diversos actos de violencia, desde duelo de puñales a pleno sol hasta pleitos campales entre prostitutas. Cuando se acerca la policía, no se inmutan. Llevan la cocaína distribuida en pequeñas bolitas plastificadas, que se apresuran a guardar en la boca, sus amplias quijadas les permiten almacenar muchas de ellas, y si el cacheo es inminente, se las tragan, modus operandi que también conocen los agentes del orden, pero entre sus objetos, esposas y libretas para infracciones, no están consideradas las lavativas. Quizá, en las inútiles redadas que efectúan -para demostrar que algo se hace con los impuestos del pueblo- convendría que les acompañasen dentistas y proctólogos.

Pero no seamos tan injustos, es muy probable que la clausura del bar Mendizábal haya sido una acto de buena fe por parte del Ayuntamiento para cuidar la salud pública de sus agentes, ya que, tal parece, los clientes de aquella terraza en discordia se fuman los porros y a la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra les hace efecto, pues no hay duda de que andan en las nubes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_