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AL CIERRE
Columna
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Añoveros en Montserrat

El recuerdo del obispo Antonio Añoveros en el centenario de su nacimiento me evoca una visita suya atípica a la abadía de Montserrat. En 1974, después de su pastoral en defensa de la lengua y la cultura vascas, el Gobierno de Arias Navarro había decidido su expulsión. Pablo VI y el nuncio se solidarizaron con el prelado bilbaíno y Tarancón acudió a una misa en Vallecas llevando en el bolsillo el decreto de excomunión de los responsables de la expulsión, pero durante la celebración le susurraron que en el último momento Franco, siempre cauto con la Iglesia, se había echado atrás. Sin embargo, tras la tensión de aquellos días se hizo público que Añoveros pasaría unos días descansando lejos de su sede. Entonces el padre Abad Cassià Just le telefoneó para solidarizarse con él y también para invitarle a pasar aquellos días en Montserrat, donde nadie le molestaría. El obispo se lo agradeció, pero dijo que había pensado ir a Tarragona, donde tenía un hermano casado.

Se presentó sin avisar, acompañado de su secretario, su hermano y su cuñada

Pero en uno de aquellos días se presentó en Montserrat sin avisar, acompañado de su secretario, su hermano y la cuñada. El novicio portero le dijo que el padre abad estaba reunido en asamblea capitular con todos los monjes profesos solemnes. Añoveros repuso muy campechano que como obispo podía entrar en la clausura, y se coló con sus acompañantes. No recuerdo qué estábamos debatiendo o votando cuando se abrió la puerta del capítulo y entraron dos sacerdotes de clergyman con un señor y una señora. Hubo un primer momento de estupor, pero pasados apenas unos segundos se regó el rumor: "¡Es Añoveros!". Y sin habernos puesto de acuerdo, estalló un largo, unánime y cálido aplauso. El obispo pareció emocionarse. El padre abad le cedió el trono presidencial y monseñor Añoveros nos dijo unas palabras. Comentó que los obispos catalanes habían emitido documentos mucho más atrevidos que el suyo en defensa de la cultura catalana, pero que para algunos detrás del euskera estaban las metralletas y las bombas. "Lo que pasa", dijo, "es que los vascos somos así [aquí golpeó ambos brazales del sillón del trono] y yo vengo diciéndolo desde que llegué a Bilbao: los vascos estamos tan irreconciliados como en 1939". Duras palabras, que he recordado muchas veces, al recibir penosas noticias de la tensa situación en Euskadi.

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