Barcelona necesita un pacto cultural
Inmersos en el tsunami de la crisis económica resulta clave encontrar las nuevas formas de gobernanza. La principal pasa por establecer un control democrático sobre los mercados; la problemática, sin embargo, es más general: la sociedad, la economía, la cultura, la ciudad han cambiado y seguimos tratando de gobernar la realidad con los mismos instrumentos de épocas pasadas. Hay que recuperar el gobierno, es decir, la capacidad democrática de administrar la realidad y transformarla. Si incluso bajo mayorías absolutas y cómodas, uno se pregunta sobre el margen de maniobra que tendrá un gobierno que goza de gran estabilidad parlamentaria, imagínense cuando se está en franca minoría tratando de lidiar, a la vez, con los retos que emergen de una realidad compleja, y con las propias debilidades. Esta es la situación del gobierno de Trias, que, más allá de ampulosas declaraciones y el acuerdo presupuestario con el PP, no se le conocen estrategias de largo recorrido. Pues ahí va una que es tan necesaria como urgente: establecer un pacto cultural en Barcelona.
Hace demasiado tiempo que la cultura solo aparece como el terreno de juego de enfrentamientos y conflictos
La cultura es el atributo principal de nuestra ciudad; no somos capital económica ni política, en cambio, podemos ser, sin ninguna duda, una capital cultural de primer orden si continuamos desplegando programas y estrategias que refuerzan un sector público potente, a la vez que mejoramos las oportunidades de la enorme pléyade de agentes privados e independientes. No quiero ser agorero pero prevengo: hoy el sistema cultural de Barcelona está en peligro. Lo está por los recortes en los recursos públicos pero, sobre todo, por la incapacidad de los gobernantes de reorientar las actuaciones públicas en un contexto como el actual. La cultura es un proceso dinámico y anticíclico; es decir, puede tener momentos estelares en situación de penuria económica o incluso puede languidecer en épocas de vacas gordas. Por tanto, la crisis no es excusa para permitir el adormecimiento de la vivacidad cultural de Barcelona; al contrario, puede ser un acicate para generar nuevas dinámicas y favorecer nuevos proyectos.
El plan de cultura aprobado el año 2006 es la hoja de ruta que se pactó entre todo el sector cultural. Hay que situarlo, hoy, en un contexto económico distinto y en el que caben dos posiciones antagónicas. La primera, la de reducción, la de empequeñecer el sistema. Seguimos dedicando una parte pírrica de nuestro PIB a la investigación y a la cultura, seguramente una de las causas por la que el impacto social de la crisis es más fuerte en nuestro país que en el entorno europeo. Fusionar instituciones, anular y paralizar nuevas iniciativas, recentralizar el poder público, eliminar entidades, son las derivas de una estrategia de mirada corta, que será muy difícil contrarrestar cuando lleguen tiempos mejores. La segunda pasa por replegarse, por reducir manteniendo el músculo en tensión: reducir la cantidad pero jamás la calidad de las propuestas. Esta es la estrategia inteligente. Un sistema cultural replegado conserva todo su potencial, aprovecha todas las oportunidades, no renuncia a lanzar nuevas propuestas e iniciativas. El presupuesto dedicado a la cultura puede disminuir en términos absolutos ante bajadas espectaculares de los ingresos, pero es indispensable aumentar su porcentaje en términos relativos.
Hace demasiado tiempo que la cultura solo aparece como el terreno de juego de enfrentamientos y conflictos. Un pacto cultural debe servir para encontrar el acuerdo entre Jaume Ciurana y Ferran Mascarell, entre el Ayuntamiento y la Generalitat. Y añado tras constatar la inquietud existente, entre ellos y el conjunto del sector cultural. Cabe esperar que aparquen rencillas y excesos de dirigismo (como destituir y nombrar responsables culturales sin ton ni son), para construir el contexto necesario de un pacto cultural, tan urgente como necesario.
No perdamos de vista que Barcelona, en la apuesta cultural, responde a una doble exigencia: contribuye de manera decidida a salir de la crisis y favorece una ciudad un poco más confortable. Un poco más humana.
Jordi Martí es concejal del PSC en Barcelona y exdelegado de Cultura.
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