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Crítica:MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Blues Divertirse hasta el fin

La suerte de carecer de problemas económicos y de haber sido un Stone durante 31 años permite a Bill Wyman hacer lo que le da la gana. No necesita rendir cuentas a nadie y puede permitirse el lujo de, a sus 74 años, subir al escenario sólo para divertirse. Y que dure muchos años porque cuando Wyman se divierte el personal lo hace tanto o más.

Esa es la constante de sus Rhythm Kings y así volvió a suceder en la sala Bikini de Barcelona la noche del pasado jueves: Wyman sonreía pletórico, sus músicos también y el público se lo pasaba en grande, bailando y coreando un puñado de canciones ancladas ya en la memoria colectiva de esa tierra de nadie (de todos) que une el blues, el rhythm and blues, el soul y el rock and roll.

Bill Wyman's Rhythm Kings.

Sala Bikini. Barcelona, 3 de junio.

Para dejar ya claro desde el primer momento que la cosa seguía por esos derroteros, la banda abrió fuego (nunca mejor dicho) retomando el I got a woman, de Ray Charles en una versión soberbia de Georgie Fame. El organista y cantante británico se convertiría en uno de los ejes de la velada tanto con su órgano Hammond como cantando y apoyando las voces de Beverley Skeete o de su patrón que, sin dejar el bajo, se acercó hasta el micrófono para cantar un par de canciones (¡una de ellas un zydeco de Clifton Chenier con acompañamiento de acordeón!). Wyman no es que tenga una gran voz pero en un impresionante entramado instrumental como el que le rodeaba eso era lo de menos. Los dos saxofonistas se desgañitaban y la Strat del fiel Terry Taylor tejía solos penetrantes una vez tras otra.

Se trataba de divertirse sin complejos con un repertorio rítmico y contagioso que no le debía nada ni a la moda ni al que dirán y podía saltar despreocupadamente de Cab Calloway a James Brown, de los Coasters a T. Boone Walker y concluir la sesión con una versión efervescente y divertida del clásico You never can tell, de Chuck Berry.

El nuevo paso de la banda de Wyman por Barcelona volvió a ser la demostración más clara de que, sobre un escenario, lo importante es la música y todo lo demás sobra. Sin tramoya, ni excesos escénicos, ni fuegos artificiales, casi sin palabras pero con toda la fuerza de una música infecciosa, Wyman volvió a repartir una sensación de felicidad diametralmente opuesta a la que podía ofrecer cuando militaba en los Stones. Al finalizar, en el oscuro túnel que comunica Bikini con el mundo exterior, todo eran sonrisas.

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