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Reportaje:

Brillante danza de las sombras

El hipnotizante 'butoh' de los japoneses Sankai Juko vuelve a Barcelona

Jacinto Antón

Pocos géneros dancísticos ofrecen imágenes tan impresionantes, extravagantes e hipnóticas como el butoh. Una de las compañías señeras de esta "danza de las sombras" nacida en los atroces estertores nucleares de la posguerra japonesa, Sankai Juku -"el taller entre la montaña y el mar"-, regresa a Barcelona (Mercat de les Flors, desde hoy hasta el domingo) después de 20 años de su última visita. Lo hace con uno de sus espectáculos emblemáticos, Kinkan Shonen, la semilla del kumquat (un tipo de árbol frutal), con el que se dio a conocer en Europa en 1980. La pieza se representa ante un fondo compuesto por colas de atún, originalmente auténticas aunque de plástico en la actualidad por los problemas con la exportación de pescado.

Fantasmagóricos andróginos (sankai) calvos pintados de blanco que lanzan alaridos mudos o se cuelgan cabeza abajo y se retuercen como crisálidas, seres de rostros deformes que extienden los brazos esqueléticos en extrañas plegarias, un hombre que sujeta a un rutilante pavo real -este sí de verdad y vivo-, un cadete militar en pantalón corto que parece un cachorro del siniestro Kempeitai del general Kesago, un individuo enloquecido que baila una jiga al son de gaitas escocesas sobre un lecho de arena que muy bien podría ser la sangrienta playa de Iwo Jima... Kinkan Shonen ofrece imágenes en verdad impactantes cuya interpretación última su director, Ushio Amagatsu, deja al arbitrio del espectador, aunque la pieza se basa en sus experiencias de niño junto al mar. Así lo dijo ayer al hablar de su histórico montaje (1978) este coreógrafo nacido cerca de Tokio (en Yokosuka) en 1949 que es uno de los grandes responsables de la difusión del butoh en Occidente.

Sorprende Amagatsu -visto el género- por su afabilidad y sus explicaciones nada viscerales ni vehementes. De hecho, aunque viste de negro (en contraste con los cuerpos blanqueados de sus bailarines), él no parece nada atormentado. "Cada director tiene su filosofía propia; el butoh, como la danza moderna, es un concepto muy amplio en el que caben muchas ideas y estilos diferentes", dice al respecto. Señala que hay en el butoh dos tendencias fundamentales, una más centrada en la improvisición, más poética, más instintiva, y la otra más coreográfica; la primera la representa el centenario Kazu Ono, y la otra, Tatsumi Hijikata (1928-1986), los dos padres del butoh. Amagatsu sigue la segunda. Parece, en efecto, más cómodo hablando de técnica que de los elementos históricos, psicológicos o espirituales del butoh. "Mi butoh es un diálogo con la gravedad", establece. "La contraposición entre tensión y relajación es uno de los elementos básicos. Levantarse sin aparente esfuerzo, estar de pie con el mínimo de fuerza muscular. Mi movimiento es lento, pero con gran concentración".

El coreógrafo japonés remite a sus impresiones privadas y especialmente a su infancia como fuente de la obra, subtitulada Sueño de un niño sobre los orígenes de la vida y la muerte. "Nací cerca del mar y mirándolo me preguntaba sobre el ser humano y su origen, la conciencia y su ausencia".

Butoh, en fin, pata negra.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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