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Columna
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Carod y los males de ERC

Enric Company

El abandono de Josep Lluís Carod no es lo peor que le ha ocurrido a Esquerra Republicana (ERC) en los últimos tiempos. Desde 2007, ERC no contaba ya para casi nada con Carod, y el divorcio del ex líder y quienes han controlado la dirección en esta etapa -Joan Puigcercós y sus afines- era un hecho asumido por ambas partes. Lo peor del abandono de ERC por Carod es que fue corresponsable de los males de los que terminó siendo víctima, pero no se los ha llevado con él: subsisten.

Esquerra tiene desde hace tiempo algunas características muy perjudiciales para su propio quehacer, males endémicos. Uno de ellos es la ausencia de una percepción realista de la situación del propio partido y la consiguiente incapacidad para distinguir entre sus posibilidades efectivas y los deseos. Otro mal que arrastra también desde hace años es la incapacidad de su dirección para actuar como tal en determinados momentos e imponerse por encima de personalismos y localismos.

El dirigente independentista ha sido víctima de males endémicos del partido que nunca pudo corregir

Síntoma excelso de estos males es que alguien con la lastimosa trayectoria reciente de Jordi Portabella se atreviera semanas atrás a postularse como secretario general del partido. Que quien ha protagonizado la espectacular caída de Esquerra a la irrelevancia total en nada menos que el Ayuntamiento de Barcelona crea de sí mismo que es la persona adecuada para sacarla del hoyo en el que se halla es un clamoroso ejemplo de esa falta de realismo. Es un perdedor que se ve como un mesías.

Portabella parece no haberse dado cuenta todavía de que sus exitosas maniobras de 2007 para mantenerse, contra el criterio de la dirección, como representante de ERC en el Ayuntamiento barcelonés tras haber perdido 40.000 votos se hallan en el origen de la reciente victoria electoral de CiU y el PP en la capital catalana. La insensata voluntad de mantener en minoría durante cuatro años a un gobierno municipal de izquierdas, para poder presumir de que él, Portabella, era de vez en cuando su salvador, dio por vez primera credibilidad a las derechas como alternativa. La imposibilidad local de la alianza de las izquierdas en Barcelona se proyectó con fuerza, además, como ejemplo de la debilidad de la misma alianza en la Generalitat.

La dirección de ERC no supo imponerse en aquel momento a Portabella. Pero no era la primera ni la más relevante ocasión en que la dirección del partido era incapaz de actuar como tal, de dirigirlo. El largo, complejo y delicado proceso de elaboración y negociación de un nuevo Estatuto de Autonomía mostró palmariamente esa debilidad en un asunto de la máxima importancia para todos, para Esquerra y para toda la ciudadanía. Todos los demás partidos vieron claramente a lo largo del proceso cómo Esquerra respondía irreflexivamente a las sucesivas incitaciones de CiU para introducir en el Estatuto las condiciones que terminarían por convertirlo en víctima de un Tribunal Constitucional controlado por un PP que no ocultaba ni esta baza ni sus posiciones restrictivas. Todo era muy obvio, pero la dirección de ERC respondía a las incitaciones de CiU como cuando un toro va a por el trapo rojo. Lo que en realidad sucedió durante la elaboración del proyecto de Estatuto fue que la dirección de ERC no distinguió entre lo que era razonablemente posible y lo que era pura y simple trampa de CiU en la pugna por la hegemonía de la derecha nacionalista en el espacio político del catalanismo. Aquella celada de CiU sembró la división en ERC y alentó en sus filas el radicalismo que luego se traduciría en escisiones. Terminó por llevar al partido a la locura de defender el no en el referéndum de un nuevo Estatuto que había sido su gran apuesta para ampliar el autogobierno de Cataluña. Es decir, terminó por arrebatarle lo que debía ser su gran aportación política tras acceder al Gobierno de la Generalitat.

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La síntesis del caso es que, en aquel proceso, quien en realidad ejerció como dirección de ERC fue la dirección de CiU. Y lo hizo para llevar a sus rivales republicanos al precipicio, a la contradicción absoluta de mostrarles como fuerza política soi-disant reformista que rechaza reformas porque no responden al ideal. No está nada claro que ERC haya sacado las conclusiones pertinentes de sus últimos 10 años.

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