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Columna
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Catalanes, israelíes y palestinos

"Preguntado que si no queríamos ganar la Gloriosa Cruzada, qué es lo que queríamos, el procesado responde: queríamos matarlos". Los girasoles ciegos. Alberto Méndez.

Escribo una semana después de la manifestación, celebrada en Barcelona el pasado día 10, Per aturar la masacre a Gaza. Fue una manifestación importante teniendo en cuenta el grado de información y de implicación de nuestro país, mucho menor que en Irak, y que fue convocada con poca antelación y escaso apoyo de los grandes medios de comunicación. Pero el progreso en el uso popular de la tecnología es una maravilla. Recuerdo que en París, a mediados de los sesenta, los comités contra la guerra del Vietnam tardamos tres años en establecer una acción conjunta entre ciudades europeas y norteamericanas. Hace cinco años sólo se tardó tres meses en coordinar la manifestación contra la guerra del Irak. Ahora se ha hecho en dos semanas. La convocatoria ha funcionado por e-mails y SMS.

"La denuncia contra Joan Saura por ir a la manifestación es obscena. ¿Cómo se pueden pervertir tanto los valores?"

Por cierto, resulta ridículo el juego sobre el número de manifestantes. Los organizadores, en caliente, dieron la cifra de 100.000 y algunos de 200.000, más que exagerado. Y la Guardia Urbana de 20.000 a 30.000. No se entiende su interés en dar una cifra muy inferior a la que podía dar cualquier observador un poco habituado a manifestarse. Recorrí dos veces la manifestación entre la cola y la cabeza y luego coincidí con algunos amigos en una cifra de 50.000 asistentes, que fue la misma que dio este periódico al día siguiente. Era una manifestación suficientemente numerosa para constatar que no era de militantes, sino que respondía al ambiente de la ciudad.

A pesar de las limitaciones que el Gobierno israelí impone desde hace meses a la información sobre lo que ocurre en los territorios ocupados y en la franja de Gaza no es posible ocultar una situación de violencia sobre una población civil. "Crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad", según el relator de Naciones Unidas. No es por ideología política o partidista por lo que se manifiesta el apoyo popular a los palestinos, es por una cuestión moral, en defensa de derechos humanos básicos. Me parece obscena la denuncia contra algunos líderes políticos, como el consejero Saura, que se integraron como uno más en la manifestación. En este caso, la ética de la responsabilidad no es la de la diplomacia palaciega, sino que se expresa en la calle con los ciudadanos que toman partido por las víctimas. ¿Cómo se pueden pervertir tanto los valores humanos como para condenarlo?

Esta semana estuve en Hospitalet en la inauguración de BarnaSants, el festival de los cantautores. En su presentación, el director, Pere Camps, hizo una rigurosa defensa de la cultura y de la canción y recabó ante las autoridades un mayor apoyo público. Terminó con una simple frase que nada tenía que ver con el discurso y que entendieron todos los asistentes, en su gran mayoría jóvenes que ni leerán este artículo ni quizá les preocupe mucho el ir a votar. "I per acabar, una sola paraula: Palestina". El aplauso fue estremecedor.

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Al margen de los cálculos políticos, fuera de nuestro alcance, de las provocaciones de Hamas, que son mínimas comparadas con las que ejerce el Gobierno israelí (17 muertos israelíes en tres años, muchos menos que los que mueren cada día en Gaza), o de la inquietud o irritación que nos pueda causar el fundamentalismo religioso de una parte del islamismo, que, por cierto, es en parte producto del menosprecio occidental, los ciudadanos de aquí y los europeos en general se movilizan por razones más fuertes que la razón política de cada uno. ¿Razones del corazón que la razón no entiende? No, razones elementales que la degradación política del mundo de los ricos y poderosos ha olvidado: estar al lado de los pobres, los excluidos, las víctimas, de los que fueron expulsados de sus territorios, de los humillados cada día por un ejército ocupante, de los viejos, mujeres, niños que reciben las armas del quinto ejército del mundo. Un pueblo, el palestino, que desde hace 60 años vive en gran parte en guetos, en enormes campos de concentración, en cárceles falsamente abiertas, pues todo esto es Jerusalén este, Cisjordania, Gaza, los territorios palestinos ocupados por el ejército y los colonos israelíes. Un pueblo, el palestino, que dispone de un arma terrible, su disposición a morir, no porque sean diferentes de nosotros, sino porque para ellos, como escribió Goytisolo, "la vida y la muerte son casi lo mismo".

Recientemente, estuve en Jerusalén. De 750.000 habitantes, más de 200.000 son palestinos, segregados y abandonados en el este de la ciudad, población fantasma, explotada, humillada, casi sin agua ni electricidad, en unas condiciones que anuncian los campamentos próximos. Ramala (Cisjordania) está a 15 kilómetros, pero no existe para la población judía, que no está autorizada a relacionarse con sus habitantes. En Gaza sobreviven más de un millón y medio de palestinos, de los cuales más del 70% son extremadamente pobres, el 50% de los adultos no tiene trabajo remunerado y todos viven una situación que sólo cabe calificar de desesperación.

En los medios políticos y de comunicación se habla de guerra, de "terroristas" de Gaza y de "reacción desproporcionada" israelí. ¿Guerra entre un ejército sofisticado y una población civil en la que están insertos y aceptados unos grupos mal armados? ¿Reacción desproporcionada? Algo más que eso: según el prestigioso periodista Rafael Poch, por cada israelí mueren 100 palestinos.

Los defensores a ultranza de Israel y los gobiernos occidentales que le garantizan impunidad les están haciendo un pésimo favor. La política de aniquilamiento de los palestinos que ha emprendido Israel generará una reacción entre los pueblos árabes y musulmanes de efectos incalculables. Y no olviden que la demografía es un arma que cada día que pasa es más desequilibrante en su favor. Si Israel pretende vivir rodeada de cementerios y campos de concentración y exterminio a la larga será también víctima.

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