_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Y Cataluña tiene, al fin, su banco

Rosa Cullell

Han sido muchos años, décadas, oyéndonos aquello de que los catalanes no somos buenos banqueros, comentario que solía ir acompañado de sonrisita y frase final: "con lo que os gusta el dinero, eh, pero sois más de ahorrar, de vuestras cajas". Llegamos a tener una docena. Más que nadie. Como era de esperar, debido a la crisis y al cambio legislativo que se fraguaba desde hace una década, el gran banco de Cataluña ha acabado siendo una caja: Caixabank.

En España, se decía que los banqueros, los de verdad, eran vascos o cántabros. El Bilbao y el Vizcaya fueron los más innovadores, muy distintos al Central y al Hispano Americano, aquellas rancias entidades llenas de mármol y conserjes. Y estaba el Santander, que, argüían los bilbaínos, era casi vasco. Se equivocaban. Allí solo había y hay un apellido: Botín. Los principales accionistas de la banca de Euskadi eran los Ybarra, Zubiría, Aguirre, Mendiguren o Uribarren; todos ellos hijos y nietos de las familias de Neguri, nacidos con los genes del crédito industrial y de la exportación, decididos a hacer negocios más allá de la ría. El banquero bilbaíno conocía bien París, compraba las chaquetas de cheviot en Londres y se codeaba con los colegas de la City. Eran, mucho antes que el resto, miembros del gotha financiero internacional. Aquellos bancos cántabros y vascos fueron también Bancos de Emisión de la Corona. Muy españoles.

La Caixa, ligada al ahorro familiar y al crédito hipotecario, se mantuvo a una prudente distancia de la política

Los bancos catalanes creados en el XIX y principios del XX, con algunas excepciones, se quedaron en casa dedicados a financiar sus fábricas. Hace unos 30 años, Cataluña tenía más de 20 entidades: Mas Sardá, Condal, Jover, Industrial, Atlántico, Garriga Nogués, Gerona, Comercial... No sobrevivieron a la crisis de los setenta. Desaparecieron, fueron comprados o se convirtieron en segundas marcas. Solo permanece, y con capacidad de seguir creciendo (quizá a través de la compra de acciones de las nuevas cajas), el Banc de Sabadell, una entidad bien gestionada, con ambición.

Sin embargo, el más conocido sueño bancario nacional comenzó en 1959. Florenci Pujol i Brugat, su hijo Jordi Pujol y Francesc Cabana i Vancells compraron la Banca Dorca, de Olot, que se convirtió en Banca Catalana. Creció de manera considerable, absorbiendo, a petición del Banco de España, diversos bancos industriales de Cataluña, demasiado frágiles para resistir la liberalización de 1974 y 1977, la que acabó con la oligarquía. Los viejos banqueros, en realidad fabricantes, estaban acostumbrados a los márgenes regulados y las barreras a la competencia. Cuando se levantaron, empezó la crisis. Gracias a la debilidad de sus colegas, Banca Catalana se convirtió en el décimo grupo español. Hasta que empezó la pesadilla. Fue intervenida y salvada por el Fondo de Garantía de Depósitos. Y tras un intento del presidente de la Generalitat Jordi Pujol, desestimado por el Banco de España y la banca privada, para que La Caixa se quedara con ella, Catalana fue adjudicada al Banco de Vizcaya.

A la sombra del fracaso bancario, La Caixa de Pensions abrió oficinas por toda España. Ligada al ahorro familiar y al crédito hipotecario, apostó fuertemente por la inversión en grandes empresas de servicios (Telefónica, Aguas de Barcelona, Catalana de Gas, etcétera) y se mantuvo a una prudente distancia de la política. Prudencia o desconfianza que venía de lejos, de cuando fue fundada en 1904 con el capital de un grupo de burgueses liderado por Francesc de Moragas. Esa independencia, defendida por sus posteriores presidentes, Josep Vilarasau e Isidro Fainé, la mantuvo lo suficientemente apartada de inversiones "obligadas" por gobiernos y partidos, así como de un excesivo riesgo inmobiliario. De hecho, ha sido la crisis del ladrillo la que ha propiciado el cambio de legislación. Llevábamos casi dos décadas hablando (sobre todo los bancos y no siempre desde la objetividad) de la necesidad de reconvertir estas entidades. Pero han sido la falta de capital y las advertencias de Europa los motivos que han llevado al legislador a permitir la conversión de las cajas. La semana pasada un nuevo Caixabank salió al mercado. Isidro Fainé tocó la campana de la Bolsa de Madrid. Y Cataluña tiene, al fin, su banco. El tercero de España.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Rosa Cullell es periodista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_