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¿Clasificar universidades?

Joan Subirats

A medida que avanzamos en sistemas globales de información y la movilidad de personas se acentúa, crece la necesidad de orientación en un mundo cada vez más lleno de incertidumbres. No es nada extraño para los que nos dedicamos a la actividad universitaria desde hace años recibir peticiones de información o consejo de amigos o conocidos, referentes a la mejor o menor calidad de las opciones para cursar un master o para solicitar una beca de formación o de investigación. Hace años, algunos medios de comunicación españoles, siguiendo la estela de prestigiosos periódicos británicos, elaboraron un ranking de licenciaturas y de universidades españolas atendiendo, entre otros, al dudoso criterio por el cual cuantos menos alumnos aprobaban las materias de una licenciatura, más prestigio y calidad tenía tal carrera. Así, el lugar de honor lo ocupaban las ingenierías de caminos, al acumular el mayor número de suspensos. En otras ocasiones, las clasificaciones de universidades se hicieron con mayor cuidado (por ejemplo, el informe dirigido por Jesús de Miguel), pero siempre se generaban críticas o acusaciones de sesgo, al entender que se estaban privilegiando ciertas cuestiones por encima de otras. En la actualidad, el llamado ranking de Shanghai, elaborado por la Universidad Jiao Tong de esta ciudad, en el que se ordenan las consideradas 500 mejores universidades del mundo, está generando muchos desasosiegos, incomodidades y protestas, sobre todo por parte de las universidades europeas, que quedan claramente en inferioridad con relación a las universidades norteamericanas.

No se pueden ignorar listas que sistematizan una cierta ordenación de la investigación competitiva a escala global

La clasificación que realiza la Universidad de Shanghai se basa en los siguientes criterios: número de premios Nobel y de académicos merecedores de las medallas Fields que han salido de sus aulas y laboratorios; investigadores más citados en 21 especialidades; cantidad de artículos publicados en las revistas Nature y Science; número de artículos publicados por sus académicos en revistas de impacto, y finalmente, una medida que compara tamaño de la universidad con rendimiento académico de la institución. La selección de indicadores apunta a un tipo de universidades calificadas normalmente como "universidades de investigación", con largas trayectorias en el campo de la innovación científica y tecnológica. En este ranking de las 500 universidades de todo el mundo analizadas, el predominio de las universidades norteamericanas es espectacular. Hemos de tener en cuenta que de las más de 4.000 universidades que existen en Estados Unidos, apenas unas 200 se consideran universidades de investigación. En Europa, sólo el Reino Unido y, a una cierta distancia, Suiza, Holanda y los países escandinavos consiguen descollar en el mencionado ranking. Francia y Alemania mantienen ciertas posiciones, pero demuestran falta de renovación, mientras España queda claramente atrás, a pesar del esfuerzo de los últimos 20 años, que no logra compensar la marginalización anterior.

Las quejas se fundamentan, sobre todo, en los criterios que se utilizan para elaborar el ranking, que condicionan notablemente el resultado final. Si bien hasta hace poco éste era un tema que aparentemente afectaba sólo a los implicados en el mundillo universitario, los efectos del ranking empiezan a notarse. La Unión Europea anunció hace sólo unos días, por boca de su comisaria Odille Quintin, su intención de elaborar un nuevo sistema de clasificación, que tuviera más en cuenta las especificidades europeas y que no estuviera tan sesgado en beneficio de la investigación por encima de la docencia o por el predominio de las publicaciones en inglés por encima de las escritas en otras lenguas. También se critica el desequilibrio a favor de las ciencias experimentales y de la salud con relación a las ciencias sociales y a las humanidades.

Es evidente que la geopolítica del capitalismo globalizado favorece que la concentración del poder tecnológico, militar y económico venga acompañada de una concentración del poder del conocimiento. Pero nos debería preocupar que, con un PIB inferior al de España, el conjunto de países escandinavos coloquen siete universidades entre las 100 primeras del ranking, cuando nosotros colocamos sólo una (y ello gracias al peso del las investigaciones médicas, que responden a dinámicas poco trasladables a otros campos del saber). Deberíamos también preguntarnos por el papel del CSIC en el sistema de investigación español, con pocos incentivos a la doble afiliación, cuando ello es una situación muy generalizada en otros contextos. En general se constata que el tamaño acaba siendo un elemento importante, y ello está conduciendo a procesos de unificación de universidades francesas. ¿Alguien está pensando qué ocurre en Cataluña? ¿Podemos seguir trabajando con lógicas de competitividad local cuando necesitamos tamaños y dinámicas que nos permitan plantearnos objetivos más globales? Por otra parte, el tipo de clasificaciones del estilo de la de Shanghai informa muy poco sobre la calidad de enseñanza de las universidades y nada nos dice sobre su nivel de inserción en las necesidades de transformación social de su entorno. ¿Dónde se estan valorando los esfuerzos de una u otra universidad en el sentido de incorporar a personas adultas, a alumnos con discapacidad, o sus aportaciones en los debates y problemas sociales de la comunidad en la que están integradas? Es igualmente absurdo tratar de ignorar un ranking como el de Shanghai por lo que tiene de esfuerzo importante para analizar y sistematizar una cierta ordenación de la investigación competitiva a escala global, como asumirlo de manera acrítica y orientar nuestro sistema universitario hacia cotas que no son alcanzables a corto plazo. Lo más razonable es trabajar simultáneamente en la mejora de nuestras posiciones globales, esforzándonos al mismo tiempo en una mayor articulación entre dinámicas de generación de conocimiento y capacidad de servicio a la comunidad. Para ello necesitamos criterios e indicadores de rendimiento universitario más completos y más plurales, yendo más allá de un escenario en el que predominan criterios respetables, pero sesgados con relación a la necesariamente compleja actividad universitaria.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UB.

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