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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Coixet en París

El próximo 16 de febrero se estrenará la película Paris, je t'aime. No se puede hablar de un solo director porque la firman 20 cineastas que se han repartido el metraje para contar 18 historias que, a primera vista, no guardan relación entre sí. Las exigencias del proyecto son que, en consonancia con la simplicidad del título, se hable de amor y que la acción pase en París. Los directores se han repartido el territorio y han ambientado sus cortometrajes en paisajes que se complementan y que, sumados, componen un paseo por distintos barrios de una ciudad casi siempre accesible, a ratos tópica y en ocasiones fronteriza con la periferia.

No se trata de un proyecto de aficionados. La prueba: entre los actores participan figuras como Gerard Depardieu, Ben Gazzara, Juliette Binoche, Elijah Wood, Nick Nolte, Natalie Portland, Geena Rowlands, Fanny Ardant, Steve Buscemi, Bob Hoskins y Willem Dafoe. Los directores tampoco son mancos: Wes Craven, los hermanos Coen, Alfonso Cuarón, Alexander Payne (que cuenta la historia de una turista que, en el parque Montsouris, experimenta el contradictorio hechizo por la ciudad), Walter Salles, Gus Van Sant, Tom Tykwer (que narra el encuentro de un ciego y de una actriz en un marco que acelera todos los sentidos) e Isabel Coixet.

Aparte de propiciar algunas parodias televisivas y encendidos debates entre amantes y detractores de sus películas, Coixet ha tenido el mérito de ser elegida para esta selección internacional de directores contratada para subrayar la aureola sentimental de una de las ciudades más filmadas del planeta. Cuando un jugador del Barça es elegido para figurar en alguna alineación universal, la prensa deportiva suele destacarlo, así que es de justicia aplaudir la contribución de Coixet al proyecto. Porque resulta que su corto es uno de los más celebrados (uno de sus fotogramas -una mujer con un abrigo rojo acariciando los barrotes de la reja de un parque- ha sido elegido como cartel de la versión en DVD que acaba de aparecer en Francia) y, además, nos permite acceder a algunas obsesiones de la directora en un formato más concentrado y menos propenso a la digresión emocional. A Coixet le ha tocado situar la acción de su cuento en el hiperactivo barrio de la Bastille. Sinopsis: un hombre maduro (Sergio Castellitto) espera a su mujer (Miranda Richardson), con la que está citado para almorzar, en una mesa del restaurante Le Square Trousseau (1, rue Antoine-Volon). Piensa decirle a su mujer que está enamorado de otra, una fogosa azafata (Leonor Walting), pero cuando ella llega, rompe a llorar y le entrega el diagnóstico médico inapelable: leucemia terminal. Consciente de su responsabilidad (expresada a través de una reacción del entorno que no les cuento), él abandona sus deseos de romper y pasarse el día fornicando con la azafata y decide acompañar a su esposa hasta el final, cuidándola (la acompaña a ver Damnation al cine, le lee párrafos de Murakami) y comportándose como un hombre que, a base de fingir estar enamorado, acaba estándolo.

Aquí el amor se presenta en sus múltiples variantes: amor caducado con esposa a la que uno desea abandonar, amor apasionado con amante burbujeante, amor obligado por la humana compasión y amor rotundo confirmado por la ausencia. Es una de las muchas historias que incluye esta película que, entre otras cosas, habla de las estrategias de la seducción que caben entre hacerse el tonto y pasarse de listo y que, en teoría, debería resultar tan repelente como tantas otras películas de episodios pero que, en cambio, no lo es en absoluto. A primera vista, podría parecer que París es un plató de lujo, excusa paisajística sin ninguna voluntad de influir en los argumentos. Pero no. Por acumulación, el espectador va empapándose de una geografía eterna y contemporánea que interactúa con las diversas formas de amor que se entrecruzan: decadentes (viejos que se divorcian y que siguen teniendo ganas de discutir), románticos (adolescentes que intentan superar las diferencias culturales, raciales y religiosas), realistas (amores de hijas por padres desastrosos y viceversa), líricos, dramáticos, surrealistas, impresionistas, abstractos, imposibles, vampiros o desesperados (amores por hijos muertos).

La operación, pues, puede considerarse un éxito (acaba con el dilema que me plantearon unos ingleses con los que me tropecé la última vez que estuve en París, cuando, en un bar, entonaron una vieja canción que venía a decir "Si el rey me hubiera dado la gran ciudad de París/ a cambio de abandonar el amor de mi vida, le habría dicho: quédese con París"). Al terminar la película, un barcelonés tiene derecho a preguntarse por qué una ciudad como Barcelona, tan esclava del autobombo propagandístico y de letanías como el Grec, no genera proyectos así, obvios en apariencia pero populares en la práctica. Barcelona, t'estimo podría ser una secuela del Paris, je t'aime y Coixet podría ser el eslabón de unión entre esos dos amores.

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