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Columna
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Cumbres y rituales

Josep Ramoneda

La política está hecha de acción y de comunicación. Cuenta lo que se hace, pero también el modo como se explica. Casi todo es interpretación. Los hechos, las decisiones y sus efectos son lo que la gente ha interpretado que eran. La comunicación política tiene sus rituales, que buscan el objetivo de subrayar la dimensión carismática de la política, de simbolizar la autoridad de las instituciones y de los que las gobiernan.

La reunión de partidos, sindicatos, organizaciones empresariales y asesores que organizó el presidente Artur Mas el pasado viernes fue presentada como una cumbre para la crisis. Y fue adornada con una parafernalia que culminó con la declaración del presidente Mas desde el Palau de Pedralbes, con una escenografía evocadora de los jardines de la Casa Blanca que daba margen a la ironía. Sin duda, la política requiere una cierta prosopopeya. La representación del Estado reclama solemnidad. En la sociedad del control audiovisual a nadie se le escapa el poder de la imagen, aunque la capacidad de manipulación y de interpretación que permiten las tecnologías de la información la conviertan, cada vez más, en un arma de doble filo. Los gobernantes de Cataluña, una nación en falta, es decir, con mengua de Estado, han tenido tendencia a sobreactuar en el terreno de lo ritual con la sana intención de que nos creamos que podemos ser lo que no somos. Pero que nadie se confunda: no por jugar al Estado se está más cerca del Estado propio.

Mas ha sembrado inquietud y miedo, y donde se esperaban señales de futuro solo han aparecido penurias del presente

Probablemente tiene razón el presidente Artur Mas cuando dice que las críticas de la oposición y de los sindicatos después de la reunión no se corresponden con lo que se oyó dentro. Sin embargo, lo propio de las cumbres es que solo se discutan las comas del documento final. Lo normal en estas reuniones es que el trabajo previo de los equipos de las distintas partes deje el camino trillado para los acuerdos y los desacuerdos, y que el acto en sí sea un simple ritual, para dar carta de visibilidad a lo pactado. No fue el caso. Los preparativos fueron desconcertantes. Se sirvió primero un documento del CAREC que era como una carta a los Reyes Magos desde el más ortodoxo discurso económico que emana de las doctrinas del capitalismo anglosajón, que se han convertido en ideología dominante en esta crisis. Después, a última hora, el Gobierno buscó la paz con un documento de mínimos que podía ser aceptable por casi todos, pero que realmente no justificaba tanta solemnidad. Supongo que con el tiempo sabremos si el documento del CAREC es la liebre que, de acuerdo con el presidente, se pone en circulación para que este vaya situando su política detrás de ella, si es el contrapunto para que el presidente pudiera aparecer como el líder centrado que se desmarca del documento en aras del consenso o si simplemente ha sido lo que les pedía el cuerpo a los abajo firmantes.

Artur Mas ha arrancado su mandato con una estrategia de dramatización de la coyuntura y de conversión de la austeridad en horizonte ideológico absoluto. Ha sembrado inquietud y miedo. Quizá era lo que se buscaba, porque de este modo es más fácil imponer los recortes. Pero ha generado un cierto desconcierto: donde se esperaban señales de futuro solo han aparecido penurias del presente. Los gobernantes, en tiempos de crisis, tienden a buscar la legitimación de la oposición y de los agentes sociales porque afrontar en solitario la exigencia de sacrificios a la ciudadanía genera vértigo. Los ciudadanos, que querrían ver el interés general por encima del interés de los partidos, desconfían, sin embargo, de este tipo de operaciones unitarias porque no se fían de los políticos, a los que ven como una casta ensimismada en sus propios intereses. Pero es al que gobierna a quien corresponde tomar la iniciativa e indicar la estrategia que seguir, y escuchar a los demás, pero sabiendo que la responsabilidad primera es la suya. Y esto es lo que se ha echado de menos. Sería necesario que el Gobierno aclarara cuál es la hoja de ruta: si es la nota del CAREC o si tenemos que esperar a que el presidente y su consejero de Economía la expliciten, porque por ahora solo hemos oído hablar de austeridad, sin detallar el criterio de los recortes, y de un pacto fiscal del que se nos dice que no será como el del País Vasco, sin explicitar en que se diferenciará. Sin esta explicación, la cumbre era precipitada.

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