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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Curso de botellón para selenitas

Ha sucedido este verano. El amigo de un amigo mío fue multado por beberse una lata de cerveza en la calle. El hombre se supone que tenía sed. Y fue así, dicho en casto pareado, que: "Como presunto participante en un flagrante botellón, impuesta le fue una gravosa sanción".

Yo, que para estas cosas soy muy mío, me pongo los quevedos y salgo a la calle a observar. Primer obstáculo para valorar el incidente: como todo vecino del centro, estoy tan inmunizado a los grupos de turistas -a cualquier hora bebiendo por la calle- que a primera vista no los veo. Pero me fijo y aparecen. Los encuentro en las Ramblas, en los alrededores de las Ramblas y bajo mi portal, cuando a las tantas vienen a rondarme con sus bongos y bandurrias. También estoy acostumbrado a ver grupos de señores asiáticos que te abordan por la calle, de noche, por si te apetece amenizar el paseo con una cervecita o te has quedado seco al cerrar los bares. Pero eso ya es la madrugada y mejor lo olvidamos. Volvamos, pues, a la luz diurna.

Metro línea amarilla, las dos de la tarde. Un grupo de italianos se beben unas cervezas en el andén, acalorados y sin camiseta. ¡Aurresku!, primera conclusión: lo que está prohibido no es beber alcohol por la calle. ¡Quiá!, todo el mundo lo hace sin pudor ni disimulo. Lo que no está permitido es beber solo. Para beber dentro de la ley hay que ir en grupo. De esa forma -debe razonar el consistorio- se evita que la gente se alcoholice en soledad y haga una tontería.

Salgo del metro. Paseo de la Barceloneta. Ahora sigo a un grupo de jóvenes sedientos. Pero, aunque agudice el oído, no entiendo nada. Segundo obstáculo: la inmensa mayoría de los grupos de bebedores con los que me cruzo están compuestos por adolescentes caucásicos, muchos de ellos rubios y de países comunitarios, que están de vacaciones y hablan a lo suyo. Dado que Barcelona es una ciudad de ocio -donde se viene a pasarlo bien y desfasarse-, estos veraneantes sostienen sus frescas latas con la apostura natural de unos Adonis. ¿Se imaginan a la autoridad diciéndole al pelotón de teutones o de ingleses que eso que llevan en la mano no es refresco, sino artículo sancionable? Sin embargo, el amigo de mi amigo es bajito, moreno, chileno, y no está precisamente de vacaciones. Cuando le cogió la sed salía de trabajar de camarero (que también son ganas ponerse a trabajar, con lo enrollada que es la Barcelona post-Fórum). Lo que nos lleva a la segunda conclusión: no está prohibido beber por la calle si estás de vacaciones, lo censurable es hacerlo a media jornada laboral. ¡Hay que leerse la letra pequeña, coruje!

Y aquí llegamos al que, creo yo, es el meollo del asunto. Estoy convencido de que en el espíritu de las ordenanzas municipales no hubo la menor animadversión por el hecho de que el amigo de mi amigo bebiese solo o fuese camarero. Creo yo que lo sucedido se debió a una rigurosa aplicación de la normativa. Verán, el tercer obstáculo de mi pesquisa es que, para seguir a un grupo de turistas cerveceros, hay que caminar mucho. A diferencia de sus homólogos mayores -que obstruyen la circulación al menor monumento-, los ejemplares jóvenes de esta especie se mueven constantemente. Son masas compactas, de entre 8 y 12 integrantes, de ambos sexos, que se patean la ciudad a ritmo vertiginoso. Algunos, incluso alquilan una bicicleta y aterrorizan a los peatones haciendo sonar sus timbres en las calles estrechas. Éstos, curiosamente, son la fracción civilizada, sostenible y ecológica del fenómeno. Los otros van a pie, se ríen a voces y caminan. Tercera conclusión: para ser botellón, da igual que sólo haya una persona. Lo importante es que esa persona se esté quieta, nunca al trote. Si camina ya no es botellón.

Claro que, cuando le cuento mis conclusiones a mi amigo, me mira escéptico. Según él, no he tenido en cuenta un cuarto y definitivo obstáculo: su amigo se encontraba a escasos tres metros del bar donde había comprado la cerveza. Aquí ya no entiendo nada y llega -como agua de mayo- la cuarta conclusión: el Ayuntamiento cobra por las terrazas, ergo no desea que les den malas ideas a los clientes. Si así fuere, la ley se lo premie, por defender a un sector turístico que con las lluvias de agosto no ha hecho su ídem.

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Conclusión final: nos hemos despistado, yo, mi amigo y el amigo de mi amigo. La multa no tuvo nada que ver con la lata, sino con el bocadillo de mortadela de aceitunas con que el infractor iba a acompañar la cerveza. ¡Y eso sí que no!, ¡hasta ahí podríamos llegar! Muy bien por la autoridad en sus desvelos dietéticos que al multar al susodicho, bocata en mano, preservó la buena imagen del terruño de Ferran Adrià.

Así que ya lo saben: según las ordenanzas, está prohibido beber cerveza en la vía pública, en soledad y quieto en un punto fijo, no estando de vacaciones y en posesión de embutido barato. Conductas execrables, todas ellas, en una ciudad que está a punto de convertirse en el mayor parque temático del Mediterráneo.

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