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Dejad que los niños se acerquen

Casi todos nuestros bachilleres acaban sus estudios sin haber tenido noticias en clase de Bob Dylan o de Bob Marley. No digamos ya de Charlie Parker o Coltrane. Sólo Beatles o Rolling Stones merecen un mínimo de atención educativa -será por el maniqueísmo-. Pero estos jóvenes son bachilleres y se les considera culturalmente formados, porque la enseñanza considera que toda aquella música que forma parte del contexto cotidiano de los alumnos no es asunto de su incumbencia. Todo menos Mozart queda reservado o bien a la educación familiar o las leyes del mercado. En este contexto facilitar elementos para la construcción del gusto musical de los hijos resulta una tarea solitaria y esforzada en la que los padres apenas tienen cómplices.

En este sentido, hay que leer como oportuna la iniciativa del Sonar Kids. Y no es que a los niños se les trate aquí como adultos, algo que la publicidad hace con reiteración a fin de convertirlos en consumidores con el resultado de acortar su niñez, sino como personitas capaces de procesar mensajes más complejos y menos peligrosos que los propuestos por Miley Cirus. El Kids resulta un complemento educativo, un lugar donde los padres pueden ir con sus hijos a pasárselo bien y no sólo a esperar pacientes que estos acaben de hacerlo y donde la chavalería interioriza códigos que más adelante les resultarán útiles.

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