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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Dingo Bar

1 - Nos hemos refugiado en París después de la celebración exagerada. El gol de Messi fue un momento completo. Los otros que siguieron, resultaron más bien incompletos. Estamos en París en aquel bar donde pasaron tantas cosas (en los años veinte), en el Dingo American Bar del 10 de la Rue Delambre, lugar entonces central para los norteamericanos de Montparnasse, hoy reconvertido en un discreto restaurante italiano llamado Auberge de Venise.

Alguien dice que la masa, el número, siempre son idiotas. Y me acuerdo de Flaubert, que decía que sin embargo hay que respetar a las masas, por más ineptas que sean, porque tienen el germen de una fertilidad incalculable. "Hay que darles la libertad, mas no el poder", concluía. Quizás por eso el miércoles vimos tanto poder reunido en el palco de Roma. Lo extraño es que el poder ya no parece ser el que era. Porque vimos perfectamente como el palco se confundía con la masa. Era como si fueran todos hinchas, con libertad pero sin poder. Tal vez es que el poder está ya, como sospechábamos, en otra parte.

Al haber ido a cenar tan pronto al antiguo Dingo, hemos podido hacernos con una mesa ideal, que da a una de las ventanas que se asoman a la Rue Delambre y desde la que podemos controlar quién entra y sale del animado y firmemente alcohólico Rosebud, el enloquecido antro al otro lado de la calle: un local frecuentado por Jean-Paul Sartre en los años treinta y hoy en día todo un clásico de la reducida lista de bares auténticamente explosivos del universo.

Cuando esto era lo que era, en una tarde de finales de mayo como la de hoy, pero en un tiempo ciertamente distinto, Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway se vieron aquí por primera vez. No fue un encuentro excesivamente feliz, porque Scott tuvo la impertinencia de iniciar desde la barra un viaje -o caída etílica desde lo alto de un taburete- hasta el centro mismo de la mesa de Hemingway, que quedó partida en dos.

Esto sucedió a tres metros de donde ahora estamos. Hoy tiene todo un aire tan vulgar de trattoria ordinaria que nadie diría que aquí hubo gran variedad de acontecimientos alcohólicos y que este local fue el bar preferido de Sinclair Lewis, John Dos Passos, Ezra Pound... En el 13 de esta misma calle, donde ahora hay un parking, tenía su taller fotográfico Man Ray. En el 15 sigue todavía el hotel en el que Tristan Tzara conspiró para la fundación de Dada. En el 27 vivió Duchamp después de su primer regreso de Nueva York. Y en el 35, en el hoy confortable hotel Delambre, vivió André Breton cuando aún no era surrealista y pasó una larga temporada Paul Gauguin, a finales del siglo XIX, cuando aún no era nada pero sabía perfectamente que tenía que huir de París.

2 - Nosotros hemos huido de Barcelona, aunque pensamos volver a nuestra ciudad. La dejamos poco después de la que al parecer ha sido memorable aparición de António Lobo Antunes en la biblioteca Fuster de la plaza de Lesseps. Parece que en la memoria de algunos amigos van a quedar para siempre retazos de su inolvidable -nos dicen- diálogo con Lluís Izquierdo. Hemos oído comentarios de ese acto, pero ninguno en la prensa escrita, ya que a este tipo de actividades -salvo que quien hable sea un cocinero mediático- ya no asiste el periodismo cultural.

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Parece que Lobo Antunes volvió a recordar ese jardín del psiquiátrico de Lisboa en el que oyó una de las mejores frases de su vida, se la escuchó a un paciente que se le aproximó con aire misterioso y le dijo: "¿Sabe usted? El mundo ha comenzado a ser hecho por detrás...". Parece que en la biblioteca de Lesseps, el otro día, Lobo Antunes volvió a reflexionar sobre la frase y volvió a aplicarla a la escritura: "Así es la escritura. Cuando empiezas escribes por delante, hasta que comprendes que tienes que escribir por detrás, por el revés".

Es tan extraño eso de escribir por el revés que aún nadie sabe bien lo que es, pero todo el mundo percibe que puede ser inmensamente creativo. También puede serlo -tal como hacemos ahora nosotros- espiar la puerta del agitado Rosebud, donde un día, después de muchas copas, André Malraux vio como se le aparecía, impecablemente vestido de raso negro, el existencialismo. Fue seguramente la única ocasión en la que Malraux intuyó que se podía escribir por el revés. O no. No sabemos. Como tampoco sabemos dónde estaba el verdadero poder en Roma el otro día. Terminaremos de cenar pronto y luego nos confundiremos con la masa. Nadie ha dicho que no volvamos a Barcelona, aunque ya vamos preparándonos para una más profunda despedida.

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