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Columna
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Elogio de Berlusconi

Enric González

Silvio Berlusconi ha hecho muchas cosas en la vida. Alguna vez, quizá, se haya equivocado. ¿Quién no? Eso lo explicaba muy bien Antoni Comas, que fue consejero de la Generalitat en tiempos de Pujol, cuando se le planteaban los problemillas que algunas personas de su partido habían tenido con la justicia: "Nosotros somos gente que hace cosas, y sólo los que hacen cosas pueden hacerlas mal".

Aceptemos, pues, que Berlusconi puede haber cometido algún error. Pero fijémonos en lo esencial: Berlusconi es un patriota. Una vez me invitó a comer e impuso como primer plato una "insalata tricolore", verde, blanca y roja como la bandera de Italia. Aunque es sólo un detalle, resulta significativo. Y su partido se llama Forza Italia: eso es algo más que un detalle. Por supuesto, él es consciente de que su fervor patriótico y su actividad patriótica carecen de límites: "Creo que no tengo el pecho lo bastante ancho como para contener todas las medallas que merezco por todo lo que he hecho por el país", proclamó en 1997. Y en 1994: "A mis hijos les digo la verdad: que su papá es un soldado que va a la guerra para salvar a nuestro país, para salvar la libertad de todos".

Hay algo que hace a Berlusconi un hombre entrañable para los catalanes: su perspicacia para detectar las agresiones contra Italia
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Hay quien le recrimina su fortuna. ¿Por qué? Envidia, tal vez. Berlusconi se hizo rico para poder decir un día de 2000, en un mitin, lo siguiente: "¿A quién deben confiar sus ahorros los italianos? ¿A esa otra gente? ¿No es mejor confiárselos a alguien que ha creado un grupo empresarial de 70.000 millones?".

No existe un político como Berlusconi. Hay que verle en campaña, con esa memoria prodigiosa que le permite recordar el nombre de tal vecino o de tal otro, para comprender que ese hombre puede ganar las elecciones que quiera. De momento, tres. Como ejemplo de su cercanía a la gente, una simple anécdota: he visto personalmente cómo su comitiva (una larga fila de coches blindados y policías en moto) se detenía en Corso Vittorio Emanuele, en pleno centro de Roma, y cómo de uno de los automóviles saltaba Berlusconi para saludar a una señora cargada con la cesta de la compra, hacerla subir al coche y acompañarla hasta su casa (la de la señora: conviene precisar, porque siempre hay malpensados).

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No hace falta subrayar su perfil de estadista. Como suele decir él mismo, hablando en tercera persona, "Berlusconi es Italia".

Hay algo, en cualquier caso, que hace de Silvio Berlusconi un hombre especialmente entrañable para cualquier catalán. Hablo de su perspicacia para detectar las agresiones contra Italia. Sobre todo las agresiones encubiertas, esas que, a primera vista, parecen sólo críticas a Silvio Berlusconi.

A veces, los ataques contra Italia proceden de la prensa: "Existe un espíritu antiitaliano. Algunos diarios extranjeros, azuzados por cierta prensa italiana, hacen acusaciones ridículas que dañan a Italia, dejando en mal lugar no sólo al presidente del Gobierno, sino a nuestra democracia y a nuestro país". ¡Qué nos ha de explicar a nosotros, los catalanes! Hace muy pocos días, Joan Laporta, ese estadista en ciernes, tuvo que defenderse frente a la "caverna mediática españolista" atrincherada en sus "ámbitos intolerantes", que le reprochaba no sé qué.

En otras ocasiones, la agresión procede de la judicatura. Berlusconi lo tiene claro: "Son los mismos jueces que en 1994 destruyeron todos los partidos políticos y todos los líderes, alguno de los cuales incluso tuvo que huir al extranjero"; "los jueces de izquierda, las togas rojas, están contra nosotros, contra la gente que trabaja".

¿Hace falta que recuerde lo que hemos sufrido nosotros? Evoquemos aquellas palabras inmortales de Jordi Pujol, cuando el fiscal general del Estado (socialista) presentó contra él una querella por la gestión de Banca Catalana: "Esto no afecta tan sólo a las personas contra las que se han querellado, sino que afecta a todo el pueblo de Cataluña. Nos quieren hacer perder la ilusión, la confianza, el equilibrio, la serenidad, la tranquila decisión de trabajar cada día ilusionadamente".

Señores, no nos equivoquemos con el presidente del Gobierno italiano. Como diría él mismo, "visca" Berlusconi.

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