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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Enrique e Iluminado en el paseo

Fui al banco del paseo de Sant Joan, delante de la pastelería Baylina, por si, de repente, se me aparecían allí Iluminado Castelltort, hablando con su padre muerto, la frente aplastada contra la madera del banco, y a su lado el compañero de colegio Enrique Vila-Matas, que vuelve al lugar como escritor 50 años después. Como hubiera debido suponer, ni Castelltort ni Vila-Matas hicieron acto de presencia. En realidad, a Castelltort nunca le había conocido antes. En cambio, a Enrique la última vez que le había visto había sido el miércoles, en la rueda de prensa de presentación de sus relatos Exploradores del abismo (Anagrama), uno de los cuales está dedicado a sus recuerdos del paseo de Sant Joan y el colegio de los Maristas, donde estudiaban Enrique e Iluminado. El banco público que hoy se encuentra frente a la proustiana pastelería no es el clásico de listones de madera de 1963, sino un banco diseñado en alguna socialdemocracia escandinava, madera africana de intemperie, soportes de hierro colado firmemente anclados al suelo; por detras del banco discurre el carril bici, de doble sentido en ese punto. Baylina muestra en su escaparate los pastissos personalitzats que elabora, unos pasteles con una fotografía comestible del homenajeado. No era la pastelería en la que se surtía mi familia habitualmente. Preferíamos la del señor Brüning, en el mismo paseo, unos metros más abajo, entre Provença y la Diagonal, que cerró hace ya años. El señor Brüning era un berlinés orondo y bienhumorado que preparaba una extraordinaria tarta llamada Bienenstich, picada de abeja, un bizcocho relleno de nata y coronado regiamente con almendras y miel que mi tía solía comprar los domingos.

Pero volvamos a los condiscípulos Castelltort y Vila-Matas. Estaba claro que ninguno de los dos se personaría allí, no tanto por tratarse todo aquello de una ficción literaria, como por la obstinada voluntad de ambos de desaparecer por sistema. De modo que me fui al colegio de los Maristas, en paseo de Sant Joan con València, para ver si daba por lo menos con algún rastro de las lecturas que configurarían la futura vocación literaria. Antes entré un momento en la parroquia de Sant Francesc de Sales, cuyas gárgolas y contrafuertes de falso gótico manchesteriano -son de finales del XIX- siempre me habían asustado cuando mi madre me acompañaba a clases de acordeón en una academia ubicada justo enfrente. En el interior del templo el sacerdote cantaba, con buna voz tenoril y completo, el Pange lingua, que yo no había vuelto a escuchar desde niño. Luego me dirigí al colegio y observé la decoración años sesenta del vestíbulo, maderas oscuras, vidrios mate, que ya estaban allí cuando mi tía, la que traía el Bienenstich los domingos, nos llevaba a los primos al cine de los Maristas. En diciembre de 1963. Iluminado y Enrique salían de ese colegio y en pleno paseo de Sant Joan se tropezaron con los Shadows, el conjunto de rock que Enrique idolatraba. "Bueno, ese sí fue un hecho real", decía el Vila-Matas de 50 años después, el de la rueda de prensa. Pero nadie podía creerle, porque a esas alturas nadie sabía si hablaba el escritor, su doble con las gafas que se ha comprado en Mantua o el niño sentado en el banco frente a la pastelería Baylina. Además, ¿qué significa esto de hecho real en el caso Vila-Matas? Para él los hechos nunca son reales, sino vilamatianos, habitantes de un extraño limbo entre la ficción, el ensayo y la crítica, donde se escucha una risa contagiosa y se asiste a fugas y reapariciones espectaculares, como las de los camaleones. Por si no bastara, el supuesto escritor de la rueda de prensa había recordado poco antes la advertencia de Stendhal al lector: "Acuérdate siempre de desconfiar".

Bueno, pues cuando uno entra en contacto con todo ese lío vilamatiano empieza a desconfiar y empiezan a sucederle cosas extrañas. Yo había dejado recado en la redacción de que algún fotógrafo se pasara por el paseo de Sant Joan frente a Baylina para esta crónica. Al cabo hablaba con Consuelo, que me informaba de una exposición en la Biblioteca Ignasi Iglesias, antes Can Fabra, en Sant Andreu. En esa industria textil hizo carrera mi abuelo y eso le costó una soberana paliza por parte del piquete obrero, el cual ajustaba cuentas, muy posiblemente, con la cuadrilla patronal, de la que mi abuelo debía formar parte. Pues bien, en esa fábrica, hoy biblioteca, me explicaba Consuelo que la fotógrafa Laura Covarsí exponía sus instantáneas inspiradas en la novela de Enrique París que no se acaba nunca. De modo que para allí me fui, e hice bien porque las imágenes vacías, rincones parisinos como soñados, de Laura Corvasí, son excelentes, pero además porque volví a encontrarme con esta frase que el escritor Enrique Vila-Matas pone en boca de Hemingway, al que entrevista en París: "¿Qué pasa? No suelo contarlo todo, me rijo por el principio del iceberg". Me dije que podía ser una de las frases que Enrique Vila-Matas escucha, más de 30 años después, en el autobús 24 que le lleva a la travesera de Dalt-travesía del Mal. Pero ése es otro cuento que ya nada tiene que ver ni con el paseo de Sant Joan, ni con los Maristas, ni con el acordeón, ni con Baylina, ni con el señor Brüning, ni con nigún otro de los fantasmas convocados por esta crónica. Sería una buena idea abrir una sección sobre fantasmas de Barcelona.

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