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Reportaje:

Erasmuslandia

Cataluña acogió a unos 4.000 alumnos extranjeros el último curso

"Al llegar a una ciudad, se ven edificios y calles que nos son desconocidos. Más tarde, habremos estado en esta ciudad, paseado por sus calles y vivido historias con distintas personas. Al cabo de un tiempo todo se vuelve familiar porque esta ciudad nos pertenece al haber vivido en ella", frase que recita el estudiante erasmus protagonista de la película francesa Una casa de locos (L'auberge espagnole) en su llegada a Barcelona. Como él, miles de jóvenes provienen de distintos países de Europa. En el curso 2006-2007, llegaron a Cataluña 3.971 estudiantes extranjeros y a Barcelona 3.501. El programa Erasmus (Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios) está vigente en las universidades catalanas desde 1987.

"Aunque parezca un tópico, los 'erasmus' vienen por las fiestas"
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El reto del catalán

La ciudad se está convirtiendo en una de las más atractivas para los universitarios extranjeros. Parte de este fenómeno se debe a la película francesa, que relata la vida de un grupo de estos estudiantes en la ciudad catalana. Desde que se estrenó en 2002, ha sido un instrumento de reclamo para los alumnos de toda Europa, y sobre todo franceses. "La película ha sido muy importante para dar a conocer la ciudad", explica César Merino, presidente de la Asociación AEGEE (Association des États Généraux des Étudiants de l'Europe). Algunos jóvenes han acudido a la ciudad sólo por el filme. "Quería venir a Barcelona porque vi la película", explica Marthins Mattijs, holandés de 22 años que está estudiando tecnología en la Universidad de Barcelona (UB).

La mayoría quienes se acogen al programa Erasmus llegan un mes antes de empezar las clases para seguir cursos intensivos de idiomas, para buscar alojamiento o simplemente para conocer y adaptarse a la ciudad. Encontrar una habitación decente y un apartamento con un ambiente agradable, así como el aprendizaje de un nuevo idioma, son las principales dificultades con las que se topan estos estudiantes. Algunas veces, además, son víctimas de abusos por parte de los propietarios como relata Céline, una joven francesa de 24 años que estudió antropología en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB): "En el primer piso que viví pagaba 340 euros por una habitación muy pequeña, oscura y sin calefacción. Un día nos enteramos de que las tres chicas que estábamos realquiladas -todas erasmus- pagábamos el alquiler completo que tenía contratado un italiano que también vivía en el piso". Otra experiencia es la de Ana, una italiana de 21 años que estudia ciencias políticas en la UAB: "Una pareja me alquiló lo que en teoría era una habitación, por 270 euros, pero cuando llegué era un trastero, sin ventanas y con un colchón en el suelo. Me quedé dos meses antes de encontrar algo mejor".

A esto se le añade otro problema de peso, que es la presencia del catalán en las aulas de las universidades. La mayoría no sabe que en Cataluña se hablan dos idiomas y que el catalán es la lengua de comunicación de la educación. "Llegué aquí pensando que el catalán se hablaba en el círculo familiar o en la calle, pero en ningún momento me indicaron que la mayoría de las clases, si no todas, se impartían en este idioma. Me quedé horas sentada en el aula sin entender nada de la clase", explica Berta, alemana de 22 años que estudia económicas en la UB.

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Sin embargo, estas estancias no serían posibles sin el respaldo económico de los padres, ya que en la mayoría de los países las becas del programa de movilidad europea son insuficientes para vivir. "Me dieron 200 euros mensuales durante los primeros seis meses. Con esto no podía pagar ni el alquiler de mi habitación", explica Fabricio Assandri, estudiante italiano de 23 años que cursa periodismo en la UAB.

"Aunque parezca un tópico, los erasmus vienen por la fiesta", explica Merino. Los estudiantes estranjeros suelen salir todas las semanas y algunos cinco días por semana. También participan en las actividades -visitas, viajes, encuentros- que organiza la AEGEE. De vez en cuando, además, van a clase, aunque no está entre sus preferencias. "Nunca fui tan poco a clase como durante la temporada de erasmus", explica Catherine Nolane, francesa de 25 años, con una sonrisa en los labios. "Salíamos todos los días de discotecas, de bares o íbamos a casa de amigos", añade. A pesar de todo, la mayoría de ellos se va con todas las asignaturas aprobadas.

El fin del curso es un momento muy difícil para los estudiantes del programa Erasmus. Volver a sus países y reencontrarse con sus hábitos anteriores les causa una especie de trauma. "Fue el mejor año de mi vida. Cuando nos fuimos, resultó muy triste, porque la relación que se crea es muy fuerte, como una familia. Además, cuando vuelves, nadie entiende lo que has vivido y se hace difícil compartir tu experiencia. Al llegar a mi casa estuve unas semanas deprimida", recuerda Caroline, ex erasmus inglesa de 23 años. La mayoría de estos becarios mantienen el contacto. Otros, en cambio, eligen la opción de prolongar su estancia para acabar la carrera o trabajar. "No me podía ir, me enamoré de Barcelona. De momento me quedo y si me canso me iré", explica Céline. Muchos de ellos, al cabo de un tiempo, regresan a la capital catalana de visita porque, en opinión de Merino, "Barcelona les fascina".

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