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Columna
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Estudiantes contra Franco

La década de los años cincuenta del pasado siglo significó para la Universidad de Barcelona un proceso iniciático de concienciación intelectual y política y de responsabilidad moral que, con el paso del tiempo, acabó en movilización masiva contra el régimen dictatorial franquista. Coincidía precisamente con la consolidación internacional de éste en el contexto de la guerra fría y el inicio de un desarrollo económico que transformaría la sociedad española, crearía una nueva mentalidad y traería el protagonismo de la generación nacida con la guerra civil de 1936.

Las universidades de Madrid y de Barcelona forzaron el primer intento de liberalización del régimen a partir de la organización oficial estudiantil (SEU), controlada por la burocracia falangista, pero foco de inquietudes políticas. Asimismo, a través del Servicio Universitario del Trabajo (SUT), muchos estudiantes, al trabajar y convivir con la clase obrera, conocieron de cerca las fuertes e injustas desigualdades sociales y la represión política que aquélla sufría. Por otro lado, se organizaron cenáculos, tertulias y grupos intelectuales críticos que pusieron en contacto a los estudiantes con la cultura europea y con la nuestra democrática, anterior al franquismo y proscrita por él. Durante los seis primeros años de la década, proliferan en la universidad barcelonesa los encuentros entre los escasos estudiantes inquietos que no agotaban su horizonte en un estudio rutinario, una situación profesional acomodada y la formación de una familia conservadora. De su diálogo surgió el convencimiento compartido de superar el espíritu de guerra civil que seguía dividiendo al país en vencedores y vencidos, para lo cual era preciso derrocar la dictadura, establecer un régimen democrático y, en el caso catalán, recuperar la Generalitat arrebatada por las armas. La guerra y la represión continuada posterior, con sus horrores, habían enmudecido a nuestros padres, tanto a los franquistas como a sus víctimas. Por primera vez, los hijos de uno y otro bando hablamos de ello para no olvidar más que el odio y para recordar las razones populares democráticas y la sinrazón del golpe militar apoyado por el fascismo italo-alemán. Al darnos la mano se creó una fraternidad generacional que se ha traducido, dentro de la pluralidad de opciones políticas, hoy por fin lograda, en una bella y fiel amistad personal que ya dura medio siglo. El conjunto más amplio que participó en ese diálogo político se hallaba, lógicamente, en la Facultad de Derecho, y además, por una misteriosa coincidencia, reunido en la promoción 1952-57, la mía. Mis compañeros, a sus 20 años, ya apuntaban su vocación de servidores cívicos del país y, en la clandestinidad después y en la democracia ahora, han sido consecuentes con sus ideales de juventud. Su lista supera el 20% de nuestra promoción y sólo citaré, entre los más conocidos, a Jordi Solé Tura, Macià Alavedra, Armand de Fluvià, Salvador Giner, Francesc Vallverdú, Jaume Lorés, J. I. Urenda, Rosa Virós, Llibert Cuatrecases, Luis Goytisolo, Antoni Ribas, Jordi Maluquer, Rudolf Guerra, Joaquim Jordà, Lluís Izquierdo, August Gil Matamala, Octavi Pellissa y José Antonio Ubierna.

La primera vez que los estudiantes salimos a la calle en manifestación política tuvo como pretexto la invasión de la Hungría comunista y democrática por los carros de combate de la Rusia estalinista y seudocomunista. Era noviembre de 1956 y nuestros gritos identificaban a la policía franquista con la soviética. Protestábamos contra ambas dictaduras. El fermento de las movilizaciones callejeras estaba en los actos culturales, los recitales poéticos, las conferencias sobre temas comprometidos dadas por nosotros mismos. El proyecto imediato era democratizar las estructuras de base del sindicato único obligatorio, presentar candidatos a los cargos de delegados de curso o de facultad, y acabar sustituyendo el SEU por una organización estudiantil democrática, como paso previo a una lucha popular más amplia. La responsabilidad social del universitario se concebía como una alianza con la clase obrera. De momento, tras una movilización nutrida a favor de la huelga de tranvías más popular desde la de 1951, celebramos la primera asamblea libre de estudiantes, en el paraninfo de la universidad, el 21 de febrero de 1957. Nos reunimos casi doscientos durante una mañana, hasta que fuimos expulsados por la policía y castigados, según los casos, con pérdida de curso, multas, procesos penales y varios encarcelamientos. Una generación nueva emergía en la historia política de nuestro país y, en razón de aquel acto, hemos sido bautizados por periodistas e historiadores con el universitario nombre de "generación del paraninfo". Aquello,como dirían una década más tarde los estudiantes del Mayo francés, no fue más que el principio. Aquellos sucesos y la represión consiguiente provocaron más concienciación y más movilizaciones. El Gobierno de entonces cayó y la Universidad se convirtió hasta la muerte de Franco en un centro clave de resistencia democrática, del que partieron iniciativas, acciones y proyectos políticos cada vez más radicales, vinculados al otro centro de lucha: la clase obrera. En la Universidad se gestaron una gran parte de los futuros partidos políticos y se formaron muchos de sus dirigentes.

En una década prodigiosa, la Universidad cumplió, bajo una tremenda opresión política e intelectual, con su deber ético, que exigía sacrificio, valor y conciencia social a los más jóvenes. Tardaríamos casi otra generación en construir la democracia soñada. No se cumplieron ni mucho menos todos nuestros ideales. Pero aquí seguimos, añejos juveniles, haciendo de la memoria una exigencia moral y un acicate para la juventud más joven. Una juventud a la que le está llegando ya su propia hora.

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