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Fátima Ghailan, la línea roja de la ley

Nos reunimos en el Parlament, quise conocer el caso de su propia voz. Fátima Ghailan, en un catalán modélico, me contó los hechos que la han situado en el ojo del huracán. Su caso no es único, en otras ciudades catalanas se viven situaciones similares. Una mujer joven, mediadora cultural, contratada por el Ayuntamiento de Cunit, consigue invertir la tendencia de muchas mujeres de la comunidad marroquí de esta localidad, a permanecer aisladas en aras de una tradición mal entendida. Y hace lo mismo con los jóvenes, trabajando en los centros educativos, mediando para desbloquear grupos, para mezclar, incorporar, integrar, conocer y reconocer.

Hasta que la paciencia de los guardianes de la ortodoxia, encabezados por un imán, se agota al ver zozobrar sus privilegios; privilegios tan decimonónicos para nosotros como el control civil, cultural y político de sus supuestos feligreses. El control nos conduce a otro tipo de mediación, a una versión oscura: la interlocución única de la comunidad marroquí con las instituciones a través de sus dirigentes religiosos, un hecho que refuerza su dominio sobre los hombres y asfixia a las más débiles y indefensas, las mujeres.

Ante las amenazas que ha recibido Fátima, la primera respuesta, la más valiente, la suya: seguir trabajando. La segunda: presentar denuncia ante la justicia y pedir apoyo a su Ayuntamiento. Arrugarse es lo más frecuente en estos casos. Pero no. Convencida de su causa, los derechos humanos, y especialmente el de las mujeres y los jóvenes de la comunidad marroquí, Fátima ha perseverado.

Ha defendido la ancha línea roja de la ley y el derecho, impidiendo que en Cunit un responsable religioso impusiera su ley por encima de los derechos de todos. Y lo ha hecho sola, sin el apoyo de la Administración para la que trabaja, a la que defiende como servidora pública. El equipo de gobierno del Ayuntamiento de Cunit, llevado por un exceso de prudencia, no sólo ha hecho oídos sordos a las agresiones contra Fátima, sino que pretendió mediar entre las partes. ¿Se imaginan al Departamento de Educación mediando entre una maestra agredida por los padres de un alumno y éstos?, ¿o al Departamento de Salud mediando entre una enfermera agredida por un paciente y su agresor? Inaudito, ¿no? Pues encima el Ayuntamiento le pide que retire la denuncia.

La situación de Fátima es la misma que la de los profesionales de la educación, la salud, el orden público o los servicios sociales que muchas veces son amenazados o agredidos sencillamente porque cumplen con su deber. Son autoridades públicas. ¿Qué sociedad pretendemos ser si agredir a un servidor de la ley no está penalizado y aborrecido socialmente?

La causa de Fátima es la de la libertad, la democracia y el derecho. Ninguna religión, creencia o ideología puede anteponerse a los derechos humanos, y en este caso, y en muchos casos, los imanes y los sectores mas integristas de la fe musulmana lo hacen constantemente. Cunit debe ser el punto de inflexión que marque una reacción institucional y social.

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La sociedad catalana es crecientemente compleja, y en las próximas décadas tendrá que gestionar la diversidad y las contradicciones entre creyentes y no creyentes, cristianos y musulmanes de toda condición... Necesitamos una esfera pública, común, laica, neutra, con una escala de valores basada en el derecho y la democracia, en el pluralismo y la tolerancia, en la solidaridad y la responsabilidad pública.

No quiero madrazas en Cataluña, ni a creacionistas impartiendo clases negando a Darwin, ni padres negando una transfusión de sangre a cuenta de la vida de su hijo.

Quiero, como Fátima, que cada uno pueda vivir libremente su religiosidad. Pero sobre todo quiero que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres y que gocen del derecho a decidir sobre la sexualidad y la reproducción, a disponer de la propiedad y a vivir sin violencia.

Ésta es la cuestión. La defensa de los derechos humanos. Treinta y cinco años después de que la dictadura concluyera en la cama. Nuevos tiempos, viejos problemas. Pero pueden ser muchos más si toleramos situaciones como la de Cunit. La ambigüedad y el exceso de prudencia son el peor antídoto contra la intolerancia.

Joan Puigcercós es presidente de ERC.

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