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Columna
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'Full Monty okupa'

Desde que Peter Cattaneo sorprendió al mundo con su crónica de un barrio obrero de Sheffield, y con sus trabajadores del acero desnudándose para recaudar dinero, a casi todo el mundo que tiene una causa, le da por imitar a Robert Carlyle y enseñarnos el pandero. La verdad es que en el caso de algunos calendarios de macizos bomberos, la moda nos ha regalado unas visiones panorámicas bastante considerables. Y todas -y algunos todos- hemos ido raudas a comprarlos para solazarnos con enero, febrero y compañía, y el resto de alegrías del mirar. Y así, el Full Monty ha ido ganando adeptos en todo tipo de cuitas y luchas. Yo misma he amenazado a mi estupendo marido navarro con apuntarme a la manifestación nudista contra los sanfermines, si le daba por ir a correr delante de los toros. Aunque dadas mis pocas cualidades físicas para la exhibición cárnica, mi amenaza es un bluff que debe de funcionarme porque Roberto es un santo. ¿Qué tendrá la desnudez, que funciona tanto como reclamo?

Los 'okupas' son antisistema, pero dominan el sistema mediático Son tan rebeldes, que hay que financiar con dinero público su rebeldía

Porque si algo es seguro, es que unas tetas y una pilila al aire, incluso aunque no sean de nota, tienen foto y titular garantizados. Debe de ser por eso por que los okupas son antisistema, pero dominan como nadie el sistema mediático, y por lo que los de La Makabra se han apuntado al numerito del rey desnudo y han sacado a pasear sus carnes, micrófono en mano, en un acto cultural. ¿Originales? Más bien ya pasados. ¿Transgresores? Debe de ser por folclóricos. ¿Populistas? Sin duda, la desnudez es popular, no en vano las revistas para leer con una sola mano, tienen un éxito notable. Pero más allá de conseguir la foto y dar la nota del acto, el show de los okupas me ha parecido una tontería más de las muchas que pueblan el universo antisistema. Lo interesante no es la forma con que acaparan la atención, aunque es de agradecer que consigan la noticia sacándose ropa, y no ocupando propiedades ajenas.

El debate de fondo es la cuestión que plantean, sea pelo al aire, sea okupación en ristre. Dicen los de La Makabra que no tienen espacios para ensayar y que, siendo artistas, tienen derecho a locales públicos donde poder ejercitar su arte. Tanto en este caso, como en el de otras casas ocupadas, éste es uno de los latiguillos que decoran sus justificaciones y, a tenor de la mala conciencia que crean en algunas mentes de la corrección progresista, es una excusa que goza de un cierto prestigio. ¡Cómo vamos a dejar a los payasos, a los cómicos, a los titiriteros de Cataluña y amigos europeos varios, sin un buen local público donde poder crear su magia! Que consigan plantear sus demandas por la vía de convertirlas en exigencias, a base de chantajear con la propiedad privada es, según parece, una cuestión menor. Y así tenemos un debate abierto, nacido de la extorsión, pero alimentado por la ambigüedad en la que se mueven muchos progres de postín, algunos con nostalgia de comuna adolescente.

Al final, en según qué discursos, estos chicos acaban pareciendo unos revolucionarios urbanos sobrecargados de romanticismo utópico. Y así ha ido creciendo el fenómeno, a golpe de efectos mediáticos, mala conciencia progre y un asesoramiento legal de lujo, que ya quisieran para sí la mayoría de mortales, propietarios ocupados incluidos.

Dejaré para mejor ocasión la radiografía del fenómeno, incluyendo aspectos colaterales, como las drogas, convivencia vecinal, ruidos, efecto llamada internacional, y etcétera. Supongamos que el fenómeno okupa fuera tan idílico que se tratara, exclusivamente, de un acto de transgresión social, sustentado por ideas de corte solidario. Incluso en ese caso, que no lo es, la ocupación forzosa de una propiedad ajena es un acto insolidario de raíz, claramente chantajista y que vulnera las bases de la convivencia. Pero, además, justificarlo porque alguien se otorga la categoría universal de artista, y exige local propio para desarrollar su creatividad me parece lo más peregrino -y lo más reaccionario- que he oído en tiempo.

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Hasta ahora los jóvenes que querían ser músicos, o artistas plásticos o actores de teatro se buscaban la vida en viejos locales abandonados, en los sótanos de algún amigo, en el aparcamiento del vecino, y hasta en las buhardillas destartaladas que algún pariente cedía amablemente. Generaciones enteras de jóvenes roqueros, artistas principiantes y cómicos de todo tipo han ensayado en todos los rincones que han conseguido tozudamente. De golpe aparecen unos tipos que en su casa los conocen, ocupan un espacio privado, levantan la bandera del arte, exigen local propio y todo el sistema tiembla. ¡Cómo no vamos a ceder locales públicos a la juventud! Y lo excepcional se convierte en normal, lo reaccionario en progresista y lo incívico en solidario.

De manera que, resumiendo, el mensaje final es que los centenares de jóvenes que luchan, trabajan, roban tiempo al tiempo y ensayan en cualquier lugar, son unos auténticos estúpidos, cuya voz no llega a ninguna parte porque no tienen la gracia de hacer algo ilegal. Ni ocupan casas, ni montan el número, ni se desnudan, y su razón, que es tanta razón como la de cualquiera, deja de tener razón. ¡Qué extraña cultura progre hemos creado, que al comportamiento cívico lo despreciamos, y al incívico lo enaltecemos!

Lo que más perpleja me deja es el carácter reaccionario del fenómeno. Lejos de ser ciudadanos democráticos, estos okupas se convierten en consumidores de democracia, y consideran natural que el sistema, al cual vilipendian y critican, les pague todas sus actividades. Son tan rebeldes, que hay que financiar con dinero público su rebeldía. ¿Dónde está el sentido de riesgo, el reto juvenil, la iniciativa, la lucha, la búsqueda por conformar un destino propio? ¿No forma parte de la formación artística, la lucha por crear, por ensayar, por ser conocido? Y, sobre todo, ¿no forma parte de la juventud su propia lucha por hacerse un hueco?

Estos okupas se desnudan, llevan un look alternativo, montan números antisistema, pero son lo más pequeño burgués que he conocido en tiempo. ¡Hasta quieren que papá estado -o mamá municipio- les pague sus aventuras artísticas! Y todos los viejos progres a babear un poco, quizá recordando el paraíso perdido de su adolescencia revolucionaria. En fin. Todo bastante patético.

www.pilarrahola.com

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