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TEATRO MUSICAL | 'A', de Nacho Cano

Gitanos, quinielas y la Atlántida

No defrauda, se ajusta a lo que se puede esperar conociendo a su autor, y el montaje, aunque menos espectacular de lo que se vende, resulta efectivo y tiene algunos momentos de plasticidad. Es el musical de Nacho Cano, que, con todo, el día de su estreno barcelonés en el teatro Apolo no recogió excesivo alborozo, fue saludado por unas palmas educadas y sólo desbordó el entusiasmo cuando ya fuera del guión se escucharon las inevitables canciones de Mecano. Puede que el origen de tal tibieza fuese la duración del montaje, dos horas y media, pero Nacho Cano siempre ha sido amante de la desmesura, cosa que complace a sus seguidores, así que habría de buscar en otros lugares.

El guión se antoja el más adecuado. Y es que la obra va de un niño gitano nacido en Cádiz, rubio, autista, incapaz de mantener contacto físico con nadie y aficionado a hacer quinielas. Resulta que sus padres descubren por casualidad que la criatura canta en presencia de peces, de forma que mientras le dura la tesitura angelical, la familia se enriquece explotando su virginal voz. Pero ésta le cambia igual que a Joselito y ya en la segunda parte se descubre que el niño, ya crecidito, es miembro de una especie acuática cuyas raíces se hunden en Sumer o en la Atlántida y que ha sido enviado a la Tierra para que con su canto avise a sus congéneres del nivel de conciencia que nuestra especie tiene sobre una futura catástrofe natural que él ha de evitar entregando un mensaje a una mujer pura. No es broma. Esto se adereza con evocaciones a Getsemaní -"padre, líbrame de mi destino como príncipe del agua", dice-, coqueteos con el feminismo -"has de conseguir que las bondades femeninas recuperen su lugar", le dicen- y curiosos recursos científicos -"mi especie logró revertir el proceso evolutivo de la respiración", asegura con expresión de calamar.

El humor, aspecto destacado en la obra, juega con elementos como hacer bromas con la dificultosa pronunciación de palabras como antropólogo y la similitud entre beluga y verruga o Leti y Atleti, y la música, que tiene un protagonismo bastante discreto, apenas una docena de piezas, descansa en un motivo que se repite en plan Encuentros en la tercera fase y que en realidad es una pauta cifrada con la que el protagonista acierta siempre los 15 resultados de la quiniela. En serio. Ante un montaje así, interpretado con voluntad, mucha voluntad, el asombro es mayúsculo. Ciclópeo. Tanto como la seguridad que Nacho Cano tiene en sí mismo.

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