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Reportaje:

La Gran Guerra en el Tibidabo

Barcelona dedicó a la I Guerra Mundial un museo que cerró en 1940

José Ángel Montañés

"¡Al Tibidabo! ¡Al Tibidabo!", animaba la publicidad de un periódico el 23 de junio de 1916 a los barceloneses para que subieran al parque de atracciones de la montaña durante la verbena de Sant Joan. El anuncio proponía pasar la noche bailando los ritmos de moda acompañados por una banda de música, viajar en el único ferrocarril aéreo del mundo, ver películas en un cinematógrafo, comer en los restaurantes abiertos toda la noche, pasear en el carrusel eléctrico y visitar el Museo de Guerra, que el 13 de febrero se había inaugurado en los sótanos del edificio del Gran Mirador. Desde allí, a más de 500 metros de altura, se vería la ciudad alumbrada por las hogueras como si estuviera incendiada tras un bombardeo, decía la publicidad. La visión sería perfecta con ayuda de los anteojos, la primera atracción de la montaña, que desde 1904 funcionaban al introducir 10 céntimos.

El día de la inauguración del museo, una escueta crónica periodística enumeraba lo que allí podía verse: "Interesantísima exposición de la guerra actual: la vida en las trincheras, planos de relieve de los teatros de operaciones, el gran obús de 420 milímetros, bloque que representa el oro que gasta Inglaterra cada día (sic), modelos y detalles de material de guerra, la Cruz Roja en las ruinas de la catedral de Soissons convertida en hospital provisional, etcétera".

Varias postales del fotógrafo Lucien Roisin constituyen el único documento gráfico de este museo prácticamente desconocido para los barceloneses de hoy. Antonio Lázaro, que desempeñó diferentes cargos en el parque hasta que se jubiló en 1985, explica: "El museo tenía una finalidad eminentemente didáctica, ya que si bien se reproducían diferentes elementos que se daban en la realidad bélica, como trincheras e incluso el famoso cañón alemán Gran Berta (hecho de cartón, con gran realismo y a escala real), también se reproducía un hospital, que ponía de manifiesto el sufrimiento que producía la guerra".

Desde 1914 las mayores potencias mundiales se enfrentaron en la I Guerra Mundial, un conflicto que acabó con la vida de 10 millones de soldados de los 70 que fueron movilizados. España se mantuvo al margen, pero la guerra sedujo a muchos. Es el caso del ingeniero militar Marian Rubió, que escribió más de un centenar de crónicas sobre la guerra en La Vanguardia y que no dudó en hacer referencia al conflicto en el parque de atracciones que se construía en el Tibidabo, tras ser nombrado director técnico y gerente por su propietario, el famoso doctor Andreu.

El museo pronto se convirtió en visita obligada de todos los que ascendían a la montaña porque llamaba "la atención de los inteligentes", decía la prensa. Personas normales, tras pagar 50 céntimos de entrada, y autoridades: gobernadores civiles, jerarquía eclesiástica y visitantes extranjeros (suponemos que gratis), recorrían las instalaciones y admiraban los materiales de guerra y los escenarios y mapas en relieve, que se iban incorporando a medida que avanzaba el conflicto: de la larga batalla de Verdún, de la guerra en Rusia, de Rumania, del combate naval o del conjunto de Europa y Asia.

Al acabar el conflicto el museo continuó abierto. En 1921 se inauguró la gran atalaya de 50 metros y en 1928 el aeroplano, dos de las atracciones que siguen funcionando y dan personalidad al parque. Ese mismo año el museo incorporó un ejército formado por 15.000 miniaturas de plomo, realizadas por encargo de Arturo

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Llovera, que fue calificado de "curiosísimo espectáculo".

El museo permaneció abierto durante la Guerra Civil, periodo en el que siguió recibiendo visitantes (suponemos que mientras el frente estuvo lejos de Barcelona), y parte de su material fue empleado en exposiciones por el Comisariado de Propaganda de la Generalitat. Con la instauración de la dictadura, el museo del Tibidabo fue clausurado en 1940.

Antonio Lázaro recuerda que en 1977 todavía se conservaban decorados y planos del museo en los almacenes del parque. Las figuritas del "ejército Llovera" encontraron un lugar para exponerse en las salas del museo militar de Montjuïc tras abrir sus puertas en 1963. Ahora esperan desfilar en un nuevo escenario.

Tres museos militares

Barcelona no ha tenido suerte con sus museos militares. En 1888 el financiero José Estruch inauguró el Museo Armería Estruch, con 1.300 piezas, en un local de la plaza de Catalunya. En 1903 cerró sus puertas ante la reforma de la plaza y vendió la colección a Francia, ante el desinterés municipal. El Musée de l'Armée de París exhibe parte de estos fondos. El museo del Tibidabo fue cerrado por la dictadura franquista en 1940. En 1963 abrió un nuevo museo militar en el castillo de Montjuïc, la otra montaña de la ciudad. Ahora ha cerrado sus puertas para reformarse y convertirse en centro para la paz.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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