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He tenido un sueño

He tenido un sueño (lo que, traducido, quiere decir: I have a dream). Soñé que estaba en la sacrosanta basílica de San Pedro del Vaticano. Era el 16 de abril de 2007, día en que Su Santidad Benedicto XVI celebraba su octogésimo aniversario. El colegio cardenalicio, la curia vaticana, jerarcas de los hermanos separados, representantes al más alto nivel de más de un centenar de estados y organismos internacionales y una muchedumbre de fieles llenaban la gran nave central y también las alas laterales. Incontables cadenas de radio y de televisión retransmitían en directo a todo el mundo el acto, que se presumía festivo y tranquilo. El cardenal decano había pronunciado un florido discurso de felicitación, que acabó deseando al Papa que por muchos, muchísimos años de vida pudiera seguir llevando el timón de la nave de Pedro. Yo me acordé de la anécdota de cuando León XIII cumplió 90 años. Padecía demencia senil y le confeccionaban una edición especial del Osservatore romano que sólo daba buenas noticias y aseguraba que todo el mundo amaba al Papa. El cardenal decano, llevando la adulación al límite, le auguró que pudieran reunirse de nuevo para celebrar los 100, y el Papa le contestó: "No pongamos límites a la misericordia divina".

En mi sueño, promulga tres bulas para atajar el daño que ocasiona la decrepitud papal

Entonces Su Santidad Benedicto XVI, con su voz aguda y aquel deje alemán que los largos años romanos no han podido borrar, dijo:

"Eminentísimos Señores Cardenales, venerables prelados, dignísimos jefes de Estado y de Gobierno, fieles congregados en esta santa basílica y, como diría nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, hombres todos de buena voluntad:

Agradecemos de todo corazón los buenos deseos de larga vida que por boca del Eminentísimo Señor Cardenal Decano nos habéis expresado, pero, como dice la Escritura, 'los caminos del Señor no son nuestros caminos'. La historia, madre de experiencia y maestra de vida, nos dice que en estos últimos tiempos Dios ha dado a su Iglesia grandes Papas, pero también nos hace ver que, en alguno de los más grandes, los últimos años de pontificado han sido penosos y hasta francamente negativos. La vejez, achaque humano que en vano quisiéramos alejar pero al que todos queremos llegar, entraña serias limitaciones, entre las que no es la menor el no advertirlas. Por ello, pensando en el bien de la Iglesia, hemos decidido promulgar un pack de tres bulas apostólicas y un motu proprio para atajar el daño que la decrepitud papal ocasiona.

Ante todo, por la bula De senectute disponemos, ordenamos y mandamos que los Papas, el mismo día en que cumplan los 80 años, renuncien a su altísimo cargo y pongan en funcionamiento todo lo previsto para la sede vacante, excepto los funerales. Podría pensarse, y lo hemos pensado, que fuera más conveniente la edad de 75 años, que es la que después del Concilio Vaticano II se estableció para los obispos, pero lo dejamos en los 80, que es la misma edad en que los cardenales ya no participan en el cónclave que elige al nuevo Papa. De hecho, a los 80 años la mayoría de los Papas ya no gobiernan mucho, sino que es su entorno el que manda, pero al entorno no hay manera humana ni divina de hacerles renunciar si no es con la renuncia del que los aguanta en su puesto.

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Otrosí, como incluso antes de los 80 años el Sumo Pontífice puede verse disminuido en sus facultades, nos quedaríamos a medio camino si no estableciéramos quién le deberá decir autorizadamente que el bien de la Iglesia exige su renuncia. El Código de Derecho Canónico prevé la posibilidad de la renuncia papal, pero dice que nadie le podrá obligar a renunciar, con lo que no se resuelve el problema. Por consiguiente, por la bula Triumviri potentes instituimos un triunvirato, que será elegido en el Sínodo de Obispos con mandato hasta el siguiente Sínodo, que tendrá la facultad y el deber, si unánimemente convienen en que el Pontífice, aunque no sea totalmente incapaz, está seriamente disminuido en sus facultades, de comunicárselo para que voluntaria y humildemente renuncie y, si no lo hiciere, declararlo decaído de su ministerio y poner en marcha los mecanismos sucesorios.

Asimismo, recordando la triste suerte del único Papa que ha renunciado, San Pedro Celestino, a quien su sucesor, Bonifacio VIII, de infeliz memoria, retuvo encarcelado para evitar que algún canonista sostuviera que la renuncia era inválida, por la bula Vade retro declaramos que incurrirán ipso facto en excomunión, con pérdida, además, de todos sus oficios y beneficios si fuere clérigo, el canonista, teólogo u otro entrometido que osare impugnar la validez de las anteriores bulas.

Y finalmente, con el motu proprio Quo vadis nos aplicamos las anteriores bulas, renunciamos a la sede de Pedro para la que fuimos elegido hace apenas dos años y os anunciamos que nos retiramos a un monasterio ignoto, que nadie podrá descubrir, donde pasaremos los años de vida que el Señor quiera aún concedernos haciendo penitencia por nuestros pecados y rezando por nuestro sucesor y por toda la Iglesia y, muy especialmente, por todos aquellos a quienes en los años en que presidimos la Congregación para la Doctrina de la Fe llevamos por la calle de la amargura.

Et benedicat vos omnipotens Deus..."

Cuando Su Santidad se disponía a impartir, por última vez, la bendición apostólica a todos los presentes sinceramente arrepentidos, con indulgencia plenaria aplicable a los difuntos, los rumores que habían empezado a oírse en la santa basílica después de anunciar la bula De senectute, y que habían ido en aumento tras la Triumviri potentes y la Vade retro, con el motu proprio Quo vadis alcanzaron niveles de tumulto, en los que las muestras de estupor de los cardenales y de desesperación de los curiales se entremezclaban con las de entusiasmo de los fieles, con tantos decibelios que me desperté. ¡Qué desengaño! Todo había sido sólo un sueño. Pero me vino a la mente el poema de Joan Vicenç Foix: És quan dormo que hi veig clar.

Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.

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