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Lesseps, Rosselló y Països Catalans

Una ciudad es un ente vivo cuya progresión se administra a través de periodos de agitación reformadora y de pausas a veces silenciosas y a veces enfebrecidas. Esa alternancia tiene referencias sociales y económicas, pero suele manifestarse en los ritmos de urbanización y en la intensidad de la vida colectiva. La agitación reformadora se suele acompañar de un cierto entusiasmo colectivo consensuado, pero también de expresiones negativas provocadas por la incomodidad de las obras y la falta de adaptación de los ciudadanos a las reformas. Es una doble reacción casi ineludible: aceptación tácita de la empresa y queja por las incomodidades, sublimada a menudo hasta la acusación de despilfarro faraónico e, incluso, de grave error en el proyecto y la inversión. De la incomodidad anecdótica se pasa, pues, a la agresión contestataria. El periodo preparatorio de los Juegos Olímpicos en Barcelona -coincidente con el entusiasmo y los consensos de la primera década democrática- respondió exactamente a este esquema. La ciudadanía apoyó el proyecto, pero al mismo tiempo se quejó de las incomodidades y la exagerada envergadura de las obras, lo cual se tradujo incluso en una discreta reducción de votos en las elecciones a la alcaldía de 1991.

La falsa organización asamblearia no puede ser garantía de aceptación universal ni un definitivo criterio de calidad

El Ayuntamiento de Barcelona acaba de publicar un libro que complementa una serie de textos sobre planes y proyectos que se inició en 1983 y que todavía constituye el mejor conjunto de documentos para estudiar el urbanismo barcelonés de los últimos 25 años. En él, el teniente de alcalde de Urbanismo (García-Bragado), el gerente de Urbanismo (Massaguer), el arquitecto jefe (Clos), el director jurídico (Lambies) y el director técnico (Fayos) explican un ambicioso programa que, en parte, ya está en marcha. Los compromisos que el libro asume se ordenan en seis capítulos: Transformación (barrio 22@ en proceso de construcción y Marina del Prat Vermell), Estructura (Glòries, Fórum, Sagrera), Verde estratégico (Collserola, Tres Turons, Montjuïc, Ciutadella), Proyectos urbanos (cuarteles de Sant Andreu, mercado del Guinardó, estación de Sants, Torre Baró, Colonia Castells, Can Batlló, Campus Sud, plaza de Lesseps, Zona Franca, etcétera), Vivienda y mejora de barrios (desarrollo del Plan de Vivienda y de la Ley de Barrios) y finalmente, aunque con menos empuje, Ciutat Vella. En total, 135 proyectos -de los que se derivan muchos más- firmados por más de 200 arquitectos. No podemos tener la certeza de la total realización del programa, sobre todo en las actuales circunstancias de crisis económica, pero hay que reconocer que el planteo es de una gran envergadura, la que corresponde a las realidades ya irreversibles que marcarán el futuro inmediato de Barcelona, como son el paso del AVE y la estación de la Sagrera, la terminal sur del aeropuerto, la expansión del sector oriental desde el 22@ hasta el Fórum y el Besòs, la influencia de la actividad de los municipios vecinos que asumen los servicios de la capital, etcétera.

Todo este programa, si no temiéramos incumplimientos importantes, parece prometer el inicio de uno de aquellos periodos que hemos llamado de agitación transformadora, que son el motor de nuevos periodos vitales. Si es así, hay que felicitar y apoyar al Ayuntamiento por superar con un acertado empuje el largo periodo anterior, compuesto de pausas silenciosas, de escasa -o poco afortunada- actividad urbanística.

Pero, como hemos dicho, en los periodos de agitación transformadora se produce siempre la reacción -justificada- de los que sienten vulnerada su confortabilidad y hasta sus costumbres. Nuestro Ayuntamiento no ha dado hasta ahora muestras de atención a ese problema. Incluso en un periodo de pausas, ha crucificado la vida de los ciudadanos con obras eternamente aparatosas, como las de la plaza de Lesseps; con interrupciones ya casi estabilizadas a perpetuidad, como la de la calle de Rosselló en los entornos de Balmes; con mutilaciones que parecían provisionales y se han convertido en definitivas, como las de la plaza de los Països Catalans y su desgraciado entorno. ¿El Ayuntamiento ha tenido en cuenta los perjuicios que comporta la injustificable prolongación de las obras públicas interrumpiendo indefinidamente el tránsito cotidiano indispensable, mutilando la vida de una calle o de un barrio entero? Los beneficios que comportará la obra una vez terminada ¿compensan los perjuicios que ella misma ha comportado? ¿No era evitable la destrucción de la plaza de los Països Catalans -un icono del diseño urbano de Barcelona de la década de 1980- con una mejor organización de las obras de la estación de Sants? El ciudadano, con razón, empieza despotricando por la marcha lenta y descuidada de las obras, y acaba discutiendo el acierto de los presuntos resultados. La plaza de Lesseps es un ejemplo de ello: se intentó que el proyecto fuera consensuado por vecinos y entidades ciudadanas con un gran esfuerzo de participación popular y ahora, cuando la obra casi ha terminado, esa misma participación la critica agresivamente, seguramente inducida por tantos años de aguantar el ajetreo de máquinas, polvo, cemento y vigas de hierro.

El fenómeno de Lesseps tiene, no obstante, otra explicación más esencial: la inoperancia de ciertos procesos de participación. El autor del proyecto -un arquitecto de incuestionable calidad-, ante la disconformidad de un grupo de vecinos, se ha mostrado sorprendido porque, asegura, siguió todas las indicaciones de los ciudadanos participantes. En una síntesis poética y voluntariosa, ha dicho que en este caso los actores habían sido los autores. Olvida, sin duda, que una encuesta minoritaria, convocada con oportunismo y ambigüedad suele ser contradicha por cualquier otra minoría ante los hechos consumados. La falsa organización asamblearia no puede ser una garantía de aceptación universal ni un definitivo criterio de calidad. No hay que confundir masa minoritaria con excelencia.

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Oriol Bohigas es arquitecto.

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