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Lilliput no quiere ser pequeño

El festival reivindica el uso de los quioscos de escalera y lucha para que este patrimonio de Barcelona sobreviva

José Ángel Montañés

El patrimonio de Barcelona es enorme y diverso. Tanto, que mucho pasa desapercibido. Es lo que ocurre con los quioscos de escaleras, unas diminutas construcciones situadas en las entradas de algunos edificios de Barcelona que durante años han acogido pequeños negocios familiares. Unos lugares que nos trasladan a un pasado de la ciudad que languidece poco a poco.

Hace tres años, el festival Lilliput puso su punto de mira en estos cubículos con la intención de reivindicarlos y, tras realizar un inventario y catalogar un centenar, invitó a artistas para que convirtieran estos escaparates en galerías por unos días para mostrar sus obras a los cientos de viandantes. Hoy arranca la tercera edición de este festival con la clara intención de seguir reivindicando estos espacios como parte de la historia de la ciudad.

"Las ayudas han disminuido enormemente", se queja Patricia Ciriani, alma y directora de este festival, que es impulsado por el Instituto Catalán de Antropología y cuenta con el respaldo del Conca y del Instituto de Cultura de Barcelona, a la hora de explicar por qué de los 13 quioscos de 2010 se ha pasado a solo cuatro este año. "Además está el comportamiento del Ayuntamiento, que no ha ayudado nada. Las normas son cada vez más estrictas y este año han desaparecido 10 quioscos, derribados o precintados, entre ellos uno de los más bellos, el situado en Bonsuccés, 13, que junto con el que estaba situado en el número 12 permitía un diálogo entre ellos".

Según Ciriani, "este es un festival a contrarreloj, ya que el Ayuntamiento quiere derribarlos. Todos están amenazados por una muerte programada".

En opinión de Ciriani, en un momento de crisis como el actual "es malo cerrar espacios de convivencia y trabajo asequibles donde la gente puede ganarse la vida". Para ella el centro de Barcelona se está convirtiendo en un museo y un lugar comercial para turistas, ya que son muy pocas las tiendas que pueden aguantar los altos alquileres. "Zara no crea convivencia. La gente entra, compra y se va. Los quioscos de escalera sí. La dueña del quiosco del número 12 de Bonsuccés lleva 50 años hablando con la gente, conoce a todos los vecinos. Cuando ella se jubile no se renovará y seguro que desaparecerá. Esperemos que nuestro festival utópico aumente la conciencia sobre estos lugares únicos", concluye.

El diseñador francés Sébastian Cordoleani realizará su primera instalación en un escaparate (Petritxol, 1) donde presentará la lámpara Alcoba; DJ electro amenizará con su música el bar Pasajes (en el quiosco que hay en el pasillo entre Sant Pere més Alt y Trafalgar); la artista visual Laia Solé instalará su Arxiu volant (Ferran, 19), una instalación con vídeo, ventiladores y muchos papeles donde documenta la evolución histórica de los quioscos, a partir de su rastreo en los anuncios de prensa, desde 1881, y donde reivindica que forman parte de la arquitectura de esta ciudad.

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Pero la gran apuesta de 2011 es la bailarina y coreógrafa estadounidense Eryn Rosenthal, que desde su sede (Bonsuccés, 12) unirá con su danza los diferentes portales donde se celebra el festival con su The doors project.

"Es dificil cuantificar la incidencia del festival, pero la cantidad de personas que pasan por estas calles nos permite decir que lo ven unas 10.000 personas. Este año lo superaremos", dice Ciriani.

Quiosco de la calle Ferran en 2010.
Quiosco de la calle Ferran en 2010.CARLES RIBAS

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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