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Columna
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Maniobras soberanas

Lluís Bassets

En apenas una semana el Gobierno catalán han tenido ocasión de experimentar tres actuaciones de su fuerza pública con motivo de distintos problemas en la ciudad de Barcelona, relacionados con la acampada de los indignados y con la celebración de la Champions. La política es pedagogía, según frase del socialista Manuel Serra i Moret, y las decisiones que toma un Gobierno pueden entenderse como lecciones públicas que servirán para el aprendizaje de los ciudadanos respecto a los modos y ética de su Gobierno.

La primera lección se impartió en los días de reflexión y en la jornada electoral del pasado 22 de mayo. Había órdenes de las juntas electorales de Barcelona y Central, a las que había recurrido el Gobierno catalán pidiendo aclaraciones, para que se disolvieran las acampadas. Pero la autoridad gubernativa decidió pasar de los jueces y de sus órdenes. No lo aconsejaba la prudencia, expresada por una frase del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba: la policía está para resolver problemas, no para crearlos. Tampoco lo aconsejaban las elecciones: el recién estrenado Gobierno de Convergència i Unió no iba a jugarse un puñado de votos por el capricho de unos jueces con vocación de gobernantes.

La izquierda suele tener más complejos con el uso de la fuerza; al soberanismo le pasa lo contrario

El pasado viernes tocó la segunda lección, cuando alguien, no se sabe quién, decidió limpiar la plaza de Catalunya y retirar todos los objetos que pudieran significar un peligro el sábado por la noche, en caso de que los seguidores del Barça se desplazaran allí a celebrar la victoria. Se trataba de una actuación preventiva, que ocupó a un amplio destacamento de las fuerzas antidisturbios de los Mossos d'Esquadra y terminó con un único detenido y más de un centenar de personas atendidas por los servicios médicos.

Lo más destacado fue el funcionamiento de las redes sociales, que difundieron imágenes fotográficas y videográficas de inequívoco valor testimonial acerca de la actitud pacífica y pasiva de los manifestantes, y de la arbitraria y gratuita violencia de los Mossos d'Esquadra. Al final del día, la plaza de Catalunya quedó de nuevo ocupada, sin que hubiera servido para nada la actuación policial, y en cambio, el movimiento de las acampadas recibió un poderoso impulso en toda España por obra de la decisión política que había detrás de unas cargas policiales de tal contundencia.

La tercera y última lección es la de la madrugada del domingo, al final de las celebraciones futbolísticas. Esta vez los antidisturbios tuvieron que enfrentarse con los habituales hinchas violentos que suelen estropear todo final de fiesta futbolístico con sus destrozos de mobiliario urbano y sus provocaciones a la fuerza pública. El saldo habla por sí solo: más de cien detenidos y 132 heridos. Los acampados consiguieron separarse de los disturbios mediante cadenas humanas y pusieron a buen recaudo cualquier objeto susceptible de un uso violento. Esta experiencia prueba con posterioridad a los hechos el error de apreciación de quien decidió tratar violentamente a los indignados el día anterior.

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El Estado, según la célebre definición de Max Weber, tiene el monopolio de la violencia. En un Estado autoritario no hay explicaciones respecto a la actuación de la fuerza pública. Su violencia no cuenta con controles y las decisiones políticas tampoco. No es el caso de un Estado democrático y de una policía que atienda a este nombre, que deben usar la fuerza con prudencia y proporcionalidad, solo cuando hay que evitar un peligro mayor que la violencia que se va a emplear. En caso de que se utilice, sus responsables están obligados a explicar sus acciones, someterse al juicio y corrección de sus conciudadanos, e indemnizar a quienes hayan sufrido su violencia injustamente.

No se trata de principios legales únicamente. Se trata también de cuestiones de ética. Desde diciembre, hay por primera vez un Gobierno nacionalista catalán con entera responsabilidad sobre el orden público en toda Cataluña, Barcelona incluida. Dado que uno de los atributos de la soberanía es el uso de la fuerza, es fácil caer en la tentación de usar la fuerza para exhibir los atributos de la soberanía. La izquierda suele tener más complejos en este capítulo. Al soberanismo, en cambio, suele sucederle lo contrario. Urgen buenas y detalladas explicaciones.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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