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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Manuel Ibáñez Escofet

Diez años ya de la muerte de Manuel Ibáñez Escofet. Había nacido, en Barcelona, pocas horas después del fallecimiento de Prat de la Riba, en Castellterçol, como a él le gustaba contarlo: el 2 de agosto de 1917. Este año habría cumplido 84. En el Colegio de Periodistas han organizado una exposición en su homenaje. No la he visto. Francesc de Carreras decía en este periódico que no es lo que Ibáñez se merecía. Decía Carreras que alguien ajeno a la época -años sesenta y setenta- difícilmente puede hacerse una idea de la envergadura del personaje. Y añade: 'Muchos de los más conocidos periodistas de la Barcelona de hoy aprendieron a su lado los secretos de este oficio, además de muchas otras cosas'.

Diez años de la muerte de Manuel Ibáñez Escofet. Sin él, sin la confianza que depositó en mí, no me hubiese pasado 40 años escribiendo artículos y críticas teatrales

A mí, Manuel Ibáñez no me enseñó ningún oficio ni un gran número de cosas, pero sin él, sin su confianza, la confianza que depositó en mí, lo más probable es que a estas alturas yo fuese una patum de una editorial barcelonesa, a punto de jubilarme, y que no me hubiese pasado 40 años escribiendo artículos y críticas teatrales. Recién llegado de París, del Institut d'Études Théâtrales de la Sorbona, convertido en una especie de repelente niño Vicente que hablaba de Artaud como si se hubiese pasado la vida tomando chocolate con él, y quien dice Artaud dice Vilar o Barrault, Manuel Ibáñez me encargó la crítica teatral de El Correo Catalán y una página semanal en la que, echando mano de las revistas Théâtre Populaire, Sipario y Theater Heute, acojonaba al personal cantándole las alabanzas de un teatro europeo prácticamente desconocido.

Duré poco como crítico teatral de El Correo. Un buen día me enfrenté -yo, pobre de mí, que ni siquiera tenía el carnet de periodista- con don Antonio Martínez Tomás, crítico teatral de La Vangurdia (al que años después, lo que son las cosas, sucedería en el puesto) y presidente de la Asociación de la Prensa barcelonesa, y eso supuso mi defenestración inmediata del antiguo 'diari dels capellans'. Manuel Ibáñez, subdirector del periódico, no pudo hacer nada en mi defensa, pero cuando lo nombraron director del Tele/eXprés me ofreció una columna diaria que él bautizó con el horrible título de El día de siempre, que mis fans pronto sustituirían por el de 'las rumbas' de Joan de Sagarra (la rumba era un cóctel a base de ginebra y ron de Jamaica que solía tomar por entonces). A los seis meses ya era famoso: me había inventado la cultureta, el patufetismo-leninismo, la gauche divine y los huertamaros, con gran espanto de mi buen amigo Huertas Clavería.

Manuel Ibáñez Escofet me hacía de padre. Pondré un ejemplo, entre muchos. Un buen día, leo en el Abc un reportaje sobre 'los cantantes regionales de 1970' que firma una tal Nativel Preciado, la cual se permite hablar 'del vascuence, el gallego y otros dialectos'. Y, ni corto ni perezoso, montó un articulito que titulo La invencible incultura en el que dejo verde a la tal Nativel Preciado y al madrileño Abc, y escribo literalmente: 'He recortado el papelín de la Preciado y he fabricado con él seis carabelitas (una por cada página del reportaje); he llenado el bidé y, al grito de visca la mare que els va parir!, mi niño y yo nos hemos hecho pipí sobre la flotilla para hundirla'.

Yo estaba convencido de que el articulito no pasaría -entre otras razones porque don Carlos Godó, conde de Godó, propietario, a la sazón, de Tele/eXprés, sólo leía un periódico, el Abc-, de que acabaría en la papelera del despacho de Manuel Ibáñez, como tantos otros artículos míos y chistes de mi amigo Perich. Pero pasó, sorprendentemente pasó. Y al cabo de dos días, el Luca de Tena de turno montaba en cólera y el Abc nos dejaba al Tele/eXprés, y a mí en particular, como un par de gusanos catalanistas y desvergonzados. Aquella tarde, cuando llegué al periódico, Manuel Ibáñez, nada más verme entrar en la redacción, me hizo entrar en su despacho, me pegó una bronca descomunal y me hizo descender por la escalera de caracol hacia La Vangurdia para presentar mis disculpas al conde de Godó. Don Carlos se mostró mucho menos irritado que Ibáñez; me dijo que un hijo de José María de Sagarra, del que La Vanguardia se enorgullecía con su colaboración, debía mostrarse más respetuoso con el Abc, a pesar de sus posibles errores, y sobre todo con la familia Luca de Tena, 'que tanto apreciaba' a mi padre. Pedí mil disculpas, le juré a don Carlos que aquello no se repetiría y regresé a la redacción del Tele/eXprés. Le conté a Manuel Ibáñez cómo había ido la entrevista con el conde y dos horas más tarde Manuel Ibáñez me llevaba a cenar al Quo Vadis: el clásico filete de toro, con la espadita de Toledo, y una botella de Vega Sicilia que nos bebimos a la salud de Nativel Preciado, del Abc, de los Luca de Tena y de la mare que els va parir!

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Así era Manuel Ibáñez Escofet. El mismo que nos llevaba a Terenci y a mí a almorzar con el señor Vallvé, presidente de Òmnium Cultural, para que no nos metiésemos más con esa santa entidad; el mismo que me pedía que hablase con su hijo Fèlix -'que tant t'admira'- y le aconsejase -el chico se había vuelto rojo- volver al 'recte camí'; el mismo que me impedía meterme con el abad Escarré -'tu ets un volterià, no en saps res, de Montserrat!'-; el mismo que me decía que no bebiese tanto, que no fumase tanto; el mismo que me decía que escribiese un ensayo, o una novela, en vez de pasarme las noches en Bocaccio...

Manuel Ibáñez Escofet, empecinado en hacerme de padre. Pero yo no quería ningún padre. Y así acabamos, mal. Pero sin él es muy probable que yo no estuviera aquí, como cada domingo. Y en cierto modo lo añoro.

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