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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Marsé en Andorra

En el Año de las lenguas, según la solemne declaración de la Unión Europea y del Consejo de Europa, el Ministerio de Educación, Juventud y Deportes del Gobierno andorrano ha invitado al escritor Juan Marsé, autor, entre otras novelas, de El amante bilingüe, a charlar sobre su obra con los alumnos y alumnas de los colegios del Principado. A charlar con ellos, a conversar, a responder a sus preguntas; Marsé es de los que sienten alergia hacia las lecciones magistrales, las conferencias más o menos académicas y, por descontado, hacia el charlismo soporífero que, en tiempos imperiales -unos tiempos que de hecho nunca nos abandonaron, que siguen ahí, con su chulería y su estupidez-, capitaneó don Federico García Sanchiz.

Juan Marsé se lo pasó pipa -expresión muy suya- la pasada semana con los alumnos y alumnas de los colegios de Andorra, a los que habló de su obra

Era la primera vez que Marsé visitaba Andorra. Nada extraño en un tipo criado en el campo de Tarragona, adicto al mar, a la sardina a la brasa y a los calçots amb romesco; que vivió ajeno a las virtudes del duralex y del nailon, que no esquía, ni escala montañas, ni pesca la trucha, que no fuma, que apenas bebe -un vasito de rioja con el almuerzo y un whiskey [sic] al atardecer-, que no usa móvil, que antes visitaría un museo de aviones de la II Guerra Mundial que una iglesia románica; un tipo casado con una extremeña, Joaquina, que reivindica, con toda la razón del mundo, las excelencias de la Torta del Casar frente a los quesos industriales que venden en los Pyrénées; un tipo sedentario, poco amigo de viajar, y al que, a buen seguro, le debe de costar lo suyo entender la andorranitat -'ni els uns ni els altres: nosaltres'- que proclama Antoni Pol, secretario de la plataforma Àgora 2001. ¿Nosaltres? Que se lo pregunten a Josep Manel Toté Zamora, un chileno de 23 años que ha tenido que abandonar la Federación Andorrana de Esquí (FAE) porque, pese a llevar 20 años viviendo en Andorra, le faltan todavía otros cinco para poder solicitar y obtener la nacionalidad andorrana y poder competir bajo la bandera del Principado. (Lo contaba Gabriel Fernández el viernes en el Diari d'Andorra).

Pero vayamos al grano: Marsé se lo pasó pipa -expresión muy suya- la tarde del pasado jueves y la mañana del viernes siguiente con los alumnos y alumnas de los colegios del Principado, especialmente con las alumnas -que eran mayoría-, así como con seis de sus profesoras, convocadas por Mari Àngels Vilana, funcionaria del Ministerio de Educación andorrano, responsable de esos encuentros de escritores, filósofos, sociólogos, historiadores, científicos, artistas... con la juventud de Andorra y, a la vez, de que los profesores y profesoras de las diversas escuelas del Principado -la Escola Andorrana, la Española, el Lycée Francés, la escuela laica y la religiosa- se conozcan, al mismo tiempo que sus alumnos.

Asistí, en mi condición de Ciutti (ya saben, aquel siciliano, jefe de guardaespaldas cruel, frío y displicente, que Don Juan enroló en Nápoles), a las dos charlas de Marsé con el alumnado andorrano y sentí envidia. Envidia del alumnado. En siete años de bachillerato en los Jesuitas de Sarrià, nadie me había hecho leer una novela de Stendhal, de Clarín, de De Roberto o de Kafka, nadie me había enseñado a leerla, a saber leerla, y nadie me había enseñado a elaborar un racimo de preguntas inteligentes destinadas al autor, que vendría a visitarnos, que no sería ninguno de los autores citados, pero que tampoco serían Baroja, Calvino, Camus o el suizo, de lengua alemana, Max Frisch, el autor de Andorra, que hubiesen podido venir y nunca vinieron a charlar con nosotros. Y pienso que esa envidia también debió de sentirla Marsé, aunque menos, porque si bien él no disfrutó de una educación jesuítica, pronto conoció, algo antes que yo, la literatura de quiosco: los tebeos, El Coyote, las novelas de misterio. Y las pelis en tres episodios, como Los tambores de Fu-Man-Chu. (Una alumna preguntó a Marsé quién era Fu-Man-Chu, y Marsé, encantado, se lo contó).

'¿Por qué escribe usted?'. '¿Por qué escribe en castellano y no en catalán?'. '¿Se gana la vida escribiendo novelas?'. Preguntas de cajón, que Marsé responde, como ya ha respondido cientos de veces. Luego surgen otras -'¿por qué muestra usted una cierta simpatía hacia el policía de Rabos de lagartija, sabiendo que se trata de un torturador?'-, a lo que Marsé responde hablando de 'los buenos y los malos' y, en cierta medida, se aparta del descuartizamiento correcto, política y literariamente hablando. Poco a poco se va creando un clima de velada camaradería entre ese tipo de 68 años -'está en buena forma; es muy majo', dicen algunas alumnas- y el escritor Juan Marsé, el cual, al tiempo que se confiesa persona tímida, despliega, con la mirada del niño incapaz de romper un plato, su gran capacidad seductora.

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Pronto surge el discurso del Rey -'a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano'-, al que Marsé responde: 'A mí me obligaron a hablarlo a base de hostias'. Se habla de Umbral. Marsé dice: 'No es novelista. Es prosista, de esa prosa de sonajero. No me interesa. Todavía es el momento en que tenga que escucharle una idea original, ni que sea en literatura'. Del Premio Cervantes: 'Me importa un carajo'. '¿Es nacionalista?'. 'No soy nacionalista, Joyce me enseñó a huir de la religión, de la nación, de la lengua y de la bandera. Detesto las banderas cuando éstas son utilizadas por los políticos para soliviantar a los ciudadanos y, en definitiva, aprovecharse de ellos. (Ante las profesoras, Marsé remachó sus creencias apoyándolas en una frase de Maruja Torres: 'Yo nunca me envolveré con ninguna bandera, salvo que el mástil me vaya').

'¿Qué piensa de los políticos, señor Marsé?'. Marsé: 'Que son impresentables. El mejor, el que mejor da la talla, es, sin duda, Jordi Pujol. Pero su política no me interesa, no me convence'. Por último se habla de Luis Racionero, flamante director de la Biblioteca Nacional, autor del libro Atenas de Pericles, acusado de plagio. Joan Peruga, historiador, novelista, profesor de una escuela andorrana, nos dice que Racionero fue a Andorra el pasado año a cobrar los cuatro millones de pesetas del Premio Carlemany, pero que se negó a acudir a la presentación del mismo 'cuando ya estaban hechas las invitaciones'. Marsé sentencia: 'Para plagiar -que es lo que hacía Shakespeare y tantos otros- hay que ser inteligente. Racionero no lo es. Racionero es un trepa. Y punto' (risas y aplausos). Lo pasamos muy bien en Andorra. No me extrañaría que Marsé volviese al Principado.

P. S. Arcadi Espada no debe de tener el oído muy fino. Yo no grité en la Monumental, el pasado domingo: 'Boadella, hijo de puta'. Lo que grité fue: 'Boadella, fill de puta!'. Como no escribí, en mi Horma sobre Josep Maria Planes, Casa del Llibre. Escribí: Casa Llibre. ¿Se imaginan al vizconde de Güell tomando el té en una librería? Yo no. Como tampoco escribí, en mi Horma sobre Jean-Claude Izzo, 'sopa au piston'. Escribí: 'sopa au pistou'. Fusiles au piston, los hay; sopas, no.

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