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Columna
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Pederastia en sociedades perfectas

Francesc Valls

La mancha de aceite se extiende desde EE UU a Alemania pasando por la católica Irlanda. Incluso ha llegado a tiznar la blanca sotana papal. Hay quienes consideran la pederastia un fruto maduro de la permisividad derivada del mayo francés. La búsqueda del mar bajo los adoquines, opinan, en colaboración con el concilio Vaticano II, introdujo en la Iglesia católica un virus que ha acabado en una suerte de desorden sexual. Es curioso que ese mayo del 68 anatemizado fuera capaz, al tiempo, de encerrar al entonces profesor Joseph Ratzinger en la sacristía y hacer abrirse al mundo al teólogo Hans Küng, en los mismos años y en la misma Universidad de Tubinga. Y es, precisamente, el que se recluyó intramuros, el actual Papa, quien ha visto cómo en los últimos días se estrechaba el cerco de la pederastia sobre sus años de obispo alemán.

La Iglesia jerárquica ha protegido bajo su manto paternal a los pederastas y ha dejado a las víctimas a la intemperie

La jerarquía de la Iglesia católica sigue encerrada y vive más preocupada por ordenar su administración interna y tapar vergüenzas y delitos que en compartir el drama de las víctimas de los abusos. Si hace unos años había que seguir los enfoques corporativos de la Crimen Sollicitacionis, que salió de la pluma del cardenal Ottaviani en 1962, o De delictis gravioribus (2001), escrita por el infalible dúo Ratzinger-Bertoni, esta misma semana, el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, respondía a propósito de este asunto a Manel Fuentes en Catalunya Ràdio: "[La Iglesia ante la pederastia] Es como un padre cuyo hijo comete un delito gravísimo y está dividido entre la justicia y la paternidad". El periodista le hizo notar que la paternidad alcanzaba en este caso no sólo al pederasta, sino a su víctima. Y Martínez Sistach, pillado a contrapié, desempolvó datos alemanes.

No dio ni una cifra de la situación más cercana. Porque hay jurisprudencia de abusos en Polinyà, Barcelona, Igualada y Sant Pere de Ribes. Es cierto que, comparada con la pederastia global, la eclesial es menor, aunque rancia y añeja al haber sido encubierta por el manto del poder. Y, sobre todo, mucho más cínica por contradictoria entre hechos y palabras.

Durante muchos años, el silencio o el cambio de parroquia ha sido el método más socorrido por parte de la jerarquía eclesial para sortear un delito tipificado por el Código Penal. Uno de los episodios más sangrantes fue el del cura párroco de Polinyà que -según sus abogados- marchó "a misiones" con autorización del arzobispado de Barcelona y acabó en Uruguay eludiendo la acción de la justicia. Su delito fue abusar de un menor que se alarmó y lo denunció a sus padres al ver que el sexo al que lo forzaba el señor rector era muy parecido a las prácticas de riesgo que mostraba un documental que había visto sobre el sida.

Como tantos ciudadanos que conocen historias, sé de un niño de 11 años que, durante las vacaciones de Navidad, explicó angustiado a su hermana que en el internado un religioso se acercaba por las noches a la cama de algunos compañeros y abusaba de ellos. La madre, notablemente inquieta, acudió a hablar con el superior del centro. No se atrevió a denunciar el hecho a unas autoridades que eran tales "por la gracia de Dios", como certificaban en cada moneda: eran finales de la década de 1960. Después de muchos tira y afloja, el abusador fue retirado del contacto directo con los niños y promovido a secretario del superior. Así es como la Iglesia jerárquica ha protegido bajo su manto paternal a los pederastas, se ha convertido en encubridora y ha dejado a la intemperie a las víctimas.

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No se trata de satanizar toda la institución. Me honro en tener entre mis amigos a varios sacerdotes y religiosos. Algunos ven en el celibato opcional -"no es necesario que sea obligatorio casarse", bromea uno de ellos- una solución para combatir esa sexualidad torcida que florece entre aquellos que son incapaces de sublimarla.

La jerarquía de la Iglesia católica debe decidir si combate enérgicamente la pederastia con tanta "claridad profética" como la que emplea contra el aborto y el divorcio. Si se pone del lado de la ley democrática y del débil o si continúa como hasta ahora, encubridora y encerrada en el silencio de las sociedades perfectas.

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