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Crítica:TEATRO | CELEBRACIÓ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un Pinter a su manera

Celebration no es lo mejor de Pinter. En su última pieza, el dramaturgo británico dio un giro en su carrera hacia la comedia, como si estuviera ya un poco de vuelta de todo. A pesar de la pinteriana sensación de amenaza y de inseguridad que subyace en el texto, ese no saber nunca con qué nos va a salir, Celebration no deja de ser algo superficial en la construcción de unos personajes frívolos que coinciden en un restaurante de lujo. Una comedia ligera de diálogos absurdos y violentos que da para unas risas y cierta reflexión sobre la clase social a la que satiriza en un contexto cada vez más surrealista: las dos mesas en el citado restaurante ocupadas; la primera, por dos parejas que celebran el aniversario de bodas de una de ellas; la segunda, por un tercer matrimonio que en la última escena acabará relacionado con los anteriores.

CELEBRACIÓ

De Harold Pinter. Traducción: Martí Sales. Dirección: Lluís Pasqual. Intérpretes: Jordi Bosch, Roger Coma, Eduard Farelo, Míriam Iscla, Marta Marco, Àngels Moll, Boris Ruiz, Pep Sais, Clara Segura.

Teatre de Salt. Girona. 9 de diciembre.

Lluís Pasqual hace hincapié en la ligereza de la propuesta. De entrada, trasladando el restaurante a la capital catalana, con todo lo que ello comporta: una traducción llena de referentes locales y un montón de interjecciones y cuñas varias que alejan los diálogos de la sobriedad a la que Pinter nos tiene acostumbrados, aunque algunos añadidos bien podrían ser cosecha propia de los actores, y después trasladando también la manera de hacer y decir de los personajes a casa nostra, pero más hacia la costellada del diumenge que otra cosa. La cuestión es que el conjunto cae desde el primer instante en la farsa, en una especie de vodevil al estilo de Pel davant i... pel darrera que bien podría titularse Per sobre i... per sota, por la estructura escenográfica que lo acoge, que sitúa las dos mesas en sendas plataformas superpuestas que suben y bajan en plan ascensor, como queriendo añadir más distracciones para el espectador, pues cada cambio de escena y, por tanto, de mesa, y por tanto cada sube y baja, va acompañado además de sus minutos musicales.

Total, que junto a Josep Pla y otras figuras de la cultura catalana tenemos ese Simca 1000 que saltó a la fama en una canción de los ochenta e incluso una conga colectiva al final, todo ello en boca y acciones de unos intérpretes deliberadamente pasados de vueltas casi todos por efecto, según Pasqual, de un exceso de alcohol cuando no del consumo de drogas. La sutileza y la ironía se vuelven aquí carcajadas estentóreas de los mismos protagonistas. El público que asistió en Girona al estreno de este montaje (Festival Temporada Alta), que supone la vuelta de Pasqual a casa por Navidad (Celebració recala en enero en el Lliure de Gràcia), se reía, pero menos. Puede que la clave de todo esté en el tema musical que cierra el show, My way, de Sinatra. Pasqual ha montado un Pinter a su manera, a la manera un poco de Mòbil, que, como reza la canción, no es para nada una manera tímida ni modesta, sino de trazo bien grueso.

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