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Columna
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Psicología de la negación de la crisis

Antón Costas

¿Por qué el presidente Rodríguez Zapatero y su Gobierno se niegan a cal y canto a utilizar la palabra "crisis" para referirse a la situación económica que estamos viviendo y recurren a términos como "desaceleración", "desaceleración acelerada", o, rizando el rizo, a "período de dificultades objetivas"? ¿Es una simple cuestión de palabras o implica algo más? En todo caso, ¿qué consecuencias puede acarrear esa negación de la crisis a la hora de enfrentarse de forma adecuada a sus efectos y causas?

Si usted va a 120 kilómetros por hora y se encuentra que tiene que reducir la velocidad debido a que la autopista pasa a un solo carril, decimos que ha tenido que desacelerar como consecuencia de algo externo que no tiene nada que ver con el vehículo. Pero, si a la vez que reduce la velocidad como consecuencia de una restricción externa, ve que el coche comienza a echar humo y a hacer extraños ruidos, pensará que algo se ha averiado en el motor. En ese caso, no puede esperar que una vez desaparecido el obstáculo externo el coche logre recuperar la velocidad anterior, sino que tendrá que hacer alguna reparación en el motor.

Reconociendo la crisis podemos transformar el riesgo en oportunidad para revisar el averiado modelo de crecimiento

Lo de la economía española tiene más pinta de que alguna pieza se ha roto en el motor de nuestro modelo de crecimiento que de simple desaceleración. Es cierto que la restricción crediticia causada por el escándalo de las hipotecas basura en Estado Unidos ha desacelerado el crecimiento español de casi el 4% a un escaso 1%. Pero no podemos confiar en que la simple desaparición de esa limitación crediticia externa permita volver, sin más, a crecer al ritmo de la última década.

Entiendo que Zapatero y Solbes no se dejen llevar por el pesimismo ante los malos datos de crecimiento, empleo e inflación. No les pagamos para que sean pesimistas. Un Gobierno abatido ante las dificultades económicas no favorece la confianza de la gente en la capacidad del país para salir adelante. De ahí que al Gobierno sólo le guste hablar de crisis cuando sea para decir que se ha acabado.

Pero, hoy por hoy, ese juego retórico, que lleva a Rodríguez Zapatero a utilizar eufemismos como los referidos al principio, de "desaceleración acelerada" o "período de dificultades objetivas", para no verse obligado a utilizar la palabra "crisis", puede causar el efecto contrario al que busca: la pérdida de confianza de sectores económicos y de la población en general.

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Pero hay, a mi juicio, otro riesgo: que Rodríguez Zapatero y su Gobierno caigan en esa actitud psicológica muy frecuente en algunos pacientes, consistente en negar su enfermedad, agravando sus efectos y siendo incapaces de hacerle frente de forma positiva.

La práctica médica identifica varias etapas en la relación del paciente con la enfermedad que nos pueden ser útiles para comprender la relación del Gobierno con la crisis. La primera es la actitud de "negación" (me encuentro bien, no estoy tan mal como dicen). La segunda es la de "ira" (contra el experto y el mundo en general). La tercera es la "negociación" (la evidencia de que si negocio el proceso la enfermedad no será tan mala). La cuarta es la "aceptación", (otros están pasando por lo mismo), que permite afrontar las estrategias adecuadas. Finalmente, en el peor de los casos, el "derrumbamiento", la depresión (sentimiento de estar desbordado, vencido, por algo más poderoso que uno mismo y que la sociedad entera). Da la impresión de que el Gobierno está en una mezcla de las dos primeras fases, la de negación de la crisis y la ira contra los que hablan de ella.

Esta negación de la crisis tiene el riesgo, como he dicho, de hacer perder la confianza de la gente en la capacidad del Gobierno para diagnosticar y gestionar las situaciones críticas que irán apareciendo. Un ejemplo ha sido la huelga del transporte, en la que la falta de reflejos del Gobierno puede tener que ver con la psicología de la negación.

Cualquiera que sea la definición técnica de recesión que utilice el Gobierno (dos trimestres consecutivos con crecimientos negativos), si una economía desacelera su ritmo de crecimiento desde casi el 4% a menos del 2% la percepción de la población es de crisis. Si un hogar contaba con dos empleos y pierde uno, se enfrenta a una crisis de ingresos. Si se está pagando 900 euros de hipoteca al mes y de repente hay que pasar a pagar 1.300, surge una crisis de pagos y morosidad. Y lo mismo con los sectores productivos y el comercio.

Reconocer estas situaciones no es ahondar en el pesimismo, sino generar confianza, al mostrar que se conoce la realidad y se sabe cómo enfrentarla. El presidente José Montilla ha vuelto a dar, hace unos días en el Parlamento de Cataluña, una muestra más de su sentido común político al reconocer estas situaciones de crisis y que hay gente que lo está pasando mal. Las últimas elecciones generales en Cataluña han dejado claro que el reconocimiento de esas dificultades no penaliza políticamente.

El principal riesgo de la crisis es negarla. Reconocerla permite transformar ese riesgo en oportunidad para revisar nuestro averiado modelo de crecimiento de escasa productividad, empleo precario y bajos salarios.

Pocas veces una sociedad se para a reflexionar su futuro. Esos momentos acostumbran a coincidir con etapas de crisis. En esas situaciones, la gente acostumbra a primar lo que entiende que es el bien común a largo plazo sobre sus intereses a corto. Sucedió en 1959 y en 1997. Esta crisis abre otra ventana de oportunidad. El enemigo puede ser esa psicología de la negación.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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