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Columna
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¿Pueden evaporarse los países?

Lluís Bassets

Segundo golpe en una semana. Al éxito de Geert Wilders le sucede ahora el de Bart De Wever. Dos neerlandófonos, a la cabeza de sendos partidos populistas, se han llevado el gato al agua en las elecciones de dos países europeos socios y vecinos. Otro partido demócrata cristiano, esta vez el flamenco, muerde el polvo. El mar de fondo es el mismo: en el océano de la globalización las diferencias las proporcionan las circunstancias locales, el rechazo que suscita la inmigración islámica en los Países Bajos y la pulsión separatista flamenca en el caso de Bélgica. Ambos partidos se han convertido en determinantes en los dos parlamentos vecinos, por lo que es altamente probable que se instalen en el gobierno. Han marcado la agenda en los últimos años, lo han hecho con la campaña electoral, y ahora todo conduce a que condicionen los programas de gobierno con sus propuestas en muchos casos de exclusión, aunque antes deberán atender a una cuestión que preocupa mucho más que el velo islámico en Holanda o que la lengua francesa en Flandes, como es la crisis económica y sus efectos sobre el euro y la economía de ambos países.

Quizá Bélgica llegue a evaporarse, pero no sus políticos. Lo que se evapora, de momento, es la presidencia de la UE

En las elecciones belgas de ayer confluyen dos fuertes vectores de cambio. Por una parte, un lento y persistente movimiento centrífugo que viene de lejos, medio siglo como mínimo, por el que cada elección es un paso más hacia la separación entre las dos comunidades que conforman el país, flamencos y valones. Por otra, la colosal turbulencia de la globalización, que rompe fronteras, mueve poblaciones, acopla economías, desoccidentaliza el mundo, encoge a los europeos y arruina y enriquece aleatoriamente según cómo golpean las olas de sus mareas. Ambos movimientos son los que han conducido a la Nueva Alianza Flamenca de De Wever a convertirse ayer en el primer partido de un país como Bélgica, cuya existencia considera obsoleta su programa.

La NVA es una formación que ni siquiera tiene una década de vida y que se ha situado en el corazón del nacionalismo flamenco con un líder envuelto en todas las ambigüedades que suelen gustar a los suyos e inquietar a los otros. La NVA conserva una posición moderada de centro derecha, como su predecesora Volskunie, pero es además abiertamente independentista y republicana. "No vamos a declarar la independencia inmediatamente, Bélgica se evaporará de forma gradual", declaró hace unos días De Wever ante la prensa internacional. Muchos consideran que el nuevo líder del nacionalismo flamenco no es trigo limpio: señalan su asistencia a mítines de Le Pen y sus declaraciones exculpatorias con los extremistas flamencos simpatizantes del nazismo. Aunque la crisis económica apriete, todo el mundo entiende que la fuerza del nacionalismo separatista flamenco obligará a emprender una nueva reforma del Estado, la sexta desde 1970, y a resolver el conflicto lingüístico que plantea la circunscripción electoral de Bruselas-Halle-Vilvoorde.

Las complicaciones que esperan ahora a los belgas descartan cualquier posibilidad de protagonismo en su presidencia europea, que empieza el 1 de julio al terminar la española. La formación de un gobierno es una de las operaciones más largas y delicadas de la política belga. El protagonismo temporal es para unos intermediarios que nombra el rey para negociar con los partidos bajo los curiosos nombres de informadores, formadores, negociadores, facilitadores o moderadores, según el momento y carácter de los tratos políticos, y nadie estará para la presidencia europea. La más larga de estas operaciones se produjo después de las elecciones de junio de 2007, sin mayoría clara de gobierno.

Ahora, paradójicamente, un belga francófono y socialista, de origen y nombres italianos, Elio di Rupo, puede ser el hombre de la situación, e incluso el primer ministro. Si tarda en llegar, como ha sucedido otras veces, otro belga, el flamenco Herman van Rompuy con su gabinete de asesores, también flamencos casi todos, será quien sacará provecho de la interinidad como presidente del Consejo Europeo y asumirá todo el protagonismo del turno semestral de su país al frente de los consejos de ministros de la Unión Europea. No será tan solo protagonismo: dos presidencias seguidas en crisis, la económica española y la política belga, conducen a la extinción práctica de la presidencia semestral. Rompuy puede darse por satisfecho. Quizá Bélgica llegue a evaporarse algún día, pero no sus políticos. Lo que se evapora, de momento, es la presidencia semestral de la Unión Europea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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