Química de la desafección
Ya lo dijo Michael Jackson con su guante blanco de criado: échale la culpa al boogie. No culpéis a los rayos del Sol, no culpéis a la luz de la Luna, no culpéis a los buenos tiempos. La culpa de que mi chica esté siempre bailando es del boogie. Y luego se enjugó una furtiva lágrima y empezó a palidecer. Hasta que lo dejó todo el año pasado. Pero a lo mejor se equivocaba, y la culpa era de los buenos tiempos. ¿Dónde se meterá uno siempre en los buenos tiempos?
Entretenido con el Quimicefa de la cuestión social, así es como me he tirado todo el fin de semana, mientras la selección española se imponía a la selección natural. Pero fue un fenómeno diferente lo que me llevó a encerrarme en mi habitación con los tubos de arte y ensayo. Fue la mani del sábado, que se extendió como una mano de Fátima de un millón y medio de dedos que querían exorcizar el mal de ojo arrojado sobre el Estatuto. Sentí la necesidad de comparar la composición química de esta manifestación con la otra mítica de 1977. ¿Qué tipo de gente asistió a la primera? La verdad es que en aquella hubo tanta gente, que hasta parecía haber un millón (de los de antes). Estuvo, por ejemplo, mi tío Paco (que es mi padrino, pintor de brocha gorda, rondeño...; en otro follón, cuando Franco, la policía le arreó en la puerta de la Universidad y unos estudiantes le metieron dentro para ponerle a salvo). Estuvieron también mi padre con los compañeros del trabajo (metalúrgicos, ugeteros), los primos de mi padre (albañiles, comunistas, corriente prosoviética y más allá) y muchos vecinos del barrio (había uno que trabajaba en la imprenta del TBO, y cada sábado me regalaba uno; su mujer daba caña en la asociación de vecinos). Por supuesto, no se lo perdió mi madre (modistilla y roja), que nos llevó de la mano a mi hermana y a mí. Sin embargo, algo político ha ocurrido en estos 30 años. Ninguno de los que he citado ni ningún otro en los que he pensado repitió este sábado. Mi padre, porque estaría viendo la final con Michael Jackson. Pero el resto sí que podría haber ido. Lo decía mucho mi padre y lo sigue diciendo mi padrino: "conmigo que no cuenten para otra". Tampoco fue mi hermana. Ni yo, por solidaridad natural.
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